Ahí les voy

Nosotros los jotos vio la luz el martes 2 de julio de 2013 en el periódico Metro, el tabloide del Grupo Reforma. He aquí la columna inaugural que hoy retomamos, en este gozoso relanzamiento, como una básica declaración de principios.

Básica porque, al sucederse las semanas, publicaciones y años (hasta el 28 de abril de 2020), Nosotros los jotos se fue abriendo para acoger con gusto las historias de otras personas de la diversidad sexogénerica, desde lesbianas y trans hasta bugas solidarios. Inclusión sin prejuicios que será la tónica también en esta plataforma.

Es justo reconocer que aquella primera columna tenía un error debido a la ignorancia de su autor: es un mito que el llamarnos jotos a los antiguos sodomitas se debiera a que nos encarcelaban en la crujía J del Palacio Negro de Lecumberri (inaugurada en 1910 por Porfirio Díaz). Ya en una crónica publicada por el periódico El Mono, el 16 de abril de 1833, se usa ese mote para referirse a un hombre afeminado (Jaime Cobián, Los jotos, Prometeo Editores, 2013).


¡Siempre hemos estado y siempre estaremos!

Sí: Yo, tú, él… Nosotros los jotos. Sensibles, galanes, bullangueros, cachondos y a veces cabrones.

Somos hijos, hermanos, primos, amigos, compañeros y hasta padres y abuelos de los bugas. Estamos en todas partes y nos dedicamos desde el alto peinado y las finanzas, hasta el arte y la política.

Pertenecemos a los nobles oficios de la construcción, la herrería o las letras, a los servicios de la mesa y la costura, o formamos parte de la marcial tropa que amanece con el arma siempre lista.

Este espacio semanal, que hoy nace orgullosamente jotito, es para gays y no gays, closeteros, machines calados y heteroflexibles, joteras, compadres que con dos tequilas le cogen cariño al papá de su ahijado y para todos aquellos que tengan curiosidad en el sufrir y el gozar de nosotros los chotos, lilos, cachagranizo, invertidos; para acabar pronto: de los puñales o putos.

Pero aguas porque, como dice mi amigo Yónatan (así lo escribe, neta):
¡La curiosidad mató al heterosexual!

Nosotros los jotos toma su nombre de la película clásica de Ismael Rodríguez, Nosotros los pobres, protagonizada por el chacal de oro del cine nacional: Pedro Infante.

En el primer cuadro de la cinta se ve la parte trasera de un camión de redilas que advierte, como yo ahora: “¡Ahí les voy!”.

Ningún personaje mejor que Pepe El Toro, carpintero cachondo de brazos acogedores y cintura estrujable, para dejar en claro que esta columna es por y para los gallardos representantes de nuestra raza de bronce, galanes de barrio, llamados precisamente “chacales” por las típicas locas sofisticadas que, cual lirios desmayados, se quiebran al escuchar una ópera.

El nombre “jotos” es cien por ciento mexicano.

Se acuñó a principios del Siglo XX en la cárcel de Lecumberri, adonde los homosexuales detenidos por el simple hecho de ser diferentes eran concentrados en la crujía J. De ahí que eran los despreciables “jotos”.

Un siglo después, cuando cada vez es más “normal” ver en ciertas zonas de nuestra noble y corrupta ciudad a dos hombres tomados de la mano, me permito usar el término de una manera festiva, pero un tanto desafiante. No hay mejor mecanismo de defensa que el auto escarnio: dejar sin palabras a quien quiere agredirnos porque ya hemos dicho “lo peor” de nosotros mismos, solo que con orgullo y gracia.

Para que el festejo también sea visual, el texto irá acompañado de una imagen captada en el deambular del autor por la capital. ¡Urbe rica en adonis deliciosos y escenas sugerentes! Como esta primera que, presumo, es un canto a la diversidad y el respeto.

Gracias a los editores de Metro por su sensibilidad y alto grado de civilización para acogernos con entusiasmo a Nosotros los jotos.

¡Hasta el próximo choque de braguetas, señores míos!

Por favor usen bici y, sobre todo, condón.

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