Querido VIH:
Hace una docena de años que vivimos juntos. O, al menos, que yo sé de tu compañía, porque lo más seguro es que llegaste sigilosamente unos años antes, quizá cinco.
Palabra de joto que no tengo noción del preciso momento en que entraste en mi cuerpecito gozador, ni por la parte de quién. Nunca he perdido el tiempo “fantaseando” —como me sugirió un terapeuta— con esas cosas. ¿Para qué?
Fíjate que los Laboratorios Azteca cerraron la sucursal que había cerca de tu pobre palacete de la colonia Roma, así que al pasar por ahí ya no veo la sala de espera fría e impersonal donde la tarde del 24 de agosto de 2009 recogí el resultado que ponía: “Positivo”.
La que sigue cada vez mejor, incluso en estos tiempos de la pandemia de Covid-19, es mi amada Clínica Condesa, que el 22 de julio celebró 22 años de heroica vida. Ahí me llevó Francisco aquella misma tarde lluviosa del diagnóstico reactivo, para que me atendieran porque me sentía extremadamente débil, presentaba diarreas imparables y hacía días que tosía y tenía fiebre. Resultó que ya estaba en fase de SIDA, con neumonía.
Recordarás que entonces, Pancho y yo llevábamos 14 años de pareja. Él salió negativo en el examen que ahí mismo le hicieron, pero estaba muy angustiado por mí. Habló con la doctora Laura Estrada, quien accedió a recibirme saltándose todos los trámites burocráticos. La prednisona que me recetó al otro día, tras ver una placa de mis dañados pulmones, me puso como loco, en un estado de frenética actividad. Pero me salvó la vida.
Tan solo una semana después, cuando ya había sacado mi carnet de la clínica y la fui a ver con una nueva radiografía de tórax, exclamó: “¡La recuperación de tus pulmones es espectacular!”
Sabes bien que durante muchos años te tuve miedo. Sobre todo cuando inicié mi vida de muerde-almohadas, ya entrado en la segunda década de mi vida, y en 1991 o 92 me fui a realizar mi primera prueba, cuyo resultado implicaba 15 días de angustiosa espera. Este fue negativo.
Para la prueba había acudido a una ONG de lucha contra el sida, cuyo nombre ingratamente he olvidado, aunque recuerdo muy bien que estaba en la calle de Flora, en la colonia Roma.
Eran los años más feos del estigma asociado a ti y la enfermedad que disminuyendo el sistema inmunológico puedes desencadenar, estigma por el que la sociedad ojeta y desinformada te ha señalado falsamente como signo de degeneración sexual, castigo de su dios vengativo y heraldo de la muerte inevitable.
Fíjate que ese miedo irracional de las personas a relacionarse con quienes vivimos habitados por ti, hoy tiene un nombre culerísimo: Serofobia. Y sigue brotando malignamente en nuestra sociedad enferma de prejuicios.
Como se declara públicamente mi joven amigo Áxel Bautista, yo soy un sidoso y si como él no precisamente siento orgullo por serlo, sí me da mucha satisfacción hacer todo lo conducente para poder llevar contigo una vida feliz.
A pesar de que te tuve miedo, quiero asegurarte que nunca te he odiado, no soy vihchofóbico, je, je. Creo que maldecirte me habría causado grandes males.
No te odié por mermar de mil a solo 38 mis células de defensa o CD4, con lo que desarrollé enfermedades oportunistas como unos horribles condilomas en el ano, el mayor de los cuales me tuvieron que cauterizar. A pesar de la anestesia, fue algo doloroso más allá de lo físico.
No te aborrecí por el largo periodo de depresión que, tras concluir mi relación de pareja en buena medida por tu culpa, me desencadenó por efecto secundario el Efavirenz. El antirretroviral, sin embargo, redujo muy pronto en mi torrente sanguíneao tus copias, de 500 mil a menos de 40, el nivel ideal “indetectable” que desde entonces he logrado mantener.
Porque no te odio es que hoy me puedo dirigir a ti sin hipocresía con esa fórmula epistolar de “Querido VIH”. Claro que te he aceptado como un huésped con el que no tengo otra opción que convivir, y más me vale hacerlo de la mejor manera posible.
Acuérdate que así fue desde el principio porque sabía bien que había tratamiento y decidí evitarnos la güevita de tomar mi nueva condición de vihchoso con un drama típico de telenovela. De la misma forma trato de ayudar a que lo acepten quienes tienen la confianza de compartirme, como varios amigos últimamente, su resultado positivo para que los oriente.
Es más, con los años le di la vuelta al plañidero fatalismo del “¡Por qué a mí!”, con una reflexión que no suelo pregonar porque a muchos les parecería una locura y hasta una postura escandalosa para invitarte a pasar. Pero he pensado que, en la era del SIDA, ¿por qué me iba a perder la experiencia de saber lo que implica vivir contigo?
De cualquier forma ya estabas aquí. Eres un… ¿cómo te calificaré?... eres un simpático parásito de mis células. Además estamos en un momento de la lucha contra la pandemia en el que has pasado de ser un agorero de muerte agónicamente indigna, al agente de una enfermedad crónica.
Creo que no puedo decir que te aprecio, pero sí que te admiro como un ente de la naturaleza. Eres un microorganismo cabronamente resistente por tu capacidad para mutar. ¡Qué instinto de supervivencia el tuyo! Fuera del organismo nada más vives unas horas, pero una vez que entras a la casa del cuerpo por vía intrapiernosa o intravenosa, no hay fuerza que logre tu desahucio. Al menos hasta ahora, porque no es para que pongas tus barbas a remojar, pero ya está en una prometedora fase III el Estudio Mosaico de la vacuna experimental para meterte en cintura.
Así que décadas de investigación, cientos de inteligencias brillantes pensando en ti día y noche, y millones de dólares gastados parece que pronto darán resultados más allá de solo controlarte dentro de rangos de existencia inofensivos para los seres humanos.
Gracias a esa postura positiva que decidí adoptar al regresar del infierno de la depresión he podido mirar incluso el lado positivo de vivir contigo: el acceso periódico a una revisión médica general, y la convicción de llevar prácticas sanas de vida, con ejercicio y dieta que controlen el colesterol que me elevan las “drogas de la vida”, como me gusta llamar a mis medicamentos diarios.
Mi buen doctor Sergio Montalvo también ha monitoreado cuidadosamente la función de los riñones, que esas “drogas de la vida” estaban afectando un poco, y a lo largo del tiempo me ha cambiado el esquema buscando controlar el daño.
Desde el 3 de agosto de 2019 me receta Biktarvy, un fármaco bien tú-las-tráis que tenemos gracias al nuevo paradigma integrado por la Clínica Condesa para hacer más eficiente la compra de antirretrovirales. Estoy seguro que habrás notado, queridito amigo, sus efectos para mantenerte a raya con menos alteraciones para mi organismo.
Así que te escribo cumplido un aniversario más no porque hubiera necesidad de reconciliación, simplemente porque los seres humanos le damos mucha importancia a las conmemoraciones de vida, que nos llevan a hacer homenajes o balances, como este de nuestra armoniosa e inevitable relación.
Como me propuse ser honesto contigo tengo que decirte que mi mayor ilusión es atestiguar que la humanidad logre no nada más evitarte la entrada a otros cuerpos con una vacuna, sino vencerte de manera absoluta.
No solo espero que te vayas a la chingada para verte desterrado de mi organismo, sino para reivindicación de las miles de vidas valiosas que has cercenado en cuatro décadas, y especialmente para que los jóvenes puedan desarrollarse libres de tu amenaza, por más que la vida contigo sea muy llevadera. Después de ese glorioso día me podría morir feliz.
Se despide tuyo hasta que la ciencia nos separe,
ABR.
P.D. Como la mejor forma para combatir la serofobia es hablando sin tapujos del VIH/sida, aquí te dejo para tu regocijo la liga en la que puedes descargar gratuitamente la Antología seropositiva, con los relatos, poemas y ensayos víricos ganadores del primer concurso de escritura creativa organizado por mis queridos amixes de Inspira Cambio: Nadie hablará del sida cuando estemos muertxs (participé como uno de los jurados y escribí uno de los textos de presentación, El VIH soy yo).
https://inspiracambio.org/orgullo-inspira/relatos-viricos-vol1/
La foto para la portada de este artículo me ayudó a tomarla mi querido amigo Ramón Vázquez.
¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
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