Sodomista y asesino tapatío
En una fonda del Callejón de la Olla y la Cazuela (hoy primer Callejón de Cinco de Mayo) un grupo de gendarmes comía haciendo mucho alboroto. Entre ellos se distinguía el que ostentaba en el uniforme el número 102, no solo por su seriedad sino también por su fisonomía: de 21 años, trigueño, barba en bozo y ojos garzos (azules).
El joven era tapatío, se llamaba Primitivo Ron y Salcedo, de oficio impresor y maestro de primaria. Había emigrado a la Ciudad de México donde, por necesidad mas no porque fueran otros sus principios —como solía aclarar—, no tuvo más remedio que ingresar a la policía municipal hacía pocos días, el 6 de agosto de 1887.
Entre sus compañeros de la 1ª Demarcación, el 84, de nombre Fructuoso Martínez, era especialmente gandayita.
—Tú no tienes pinta de ser de estos lares, 102. ¿De dónde eres? –le preguntó Fructuoso a Primitivo, quien se mantenía ajeno al relajo, casi sin levantar la vista de su plato.
—Nací en la ciudad más bella de Occidente, compañero, en Guadalajara.
—¡Aaay, con razón! —soltó el 84 con ostensible afectación provocando las risas de los otros policías—. ¡Ya decía yo que eras sodomista! Todos lo son en esa bella ciudad—remarcó siguiendo con la mofa.
—¡No seas hablador! Date tu lugar si quieres ser un caballero. Comportándote así pareces un menguado, ni siquiera sabes decir correctamente el término, es so-do-mi-ta. ¡Y no es mi caso!
—¡Aaay, date tu lugar como un caballero! Y me lo dice uno a quien ni siquiera le gustan las hembras.
—Pruebas he dado de que soy hombre. Para tu información se me ha visto en relaciones con regulares mujeres. Así que, si me lo dices de broma, está pasada del límite, y más porque lo que a mí no me gustan son las chanzas. Seguro te da coraje que yo no soy igual a ustedes, que van por ahí a beber vino y andar con mujeres públicas.
—Porque no te gusta ningún tipo de mujer, como a todos tus paisanos. Hasta tu papá ha de ser tamalero de San Juan de Dios.
A partir de ese día sus compañeros continuaron acosando a Primitivo, y la ojeriza que el 84 le tomó al guapo y formal tapatío terminó en un reporte por presunto abandono de su puesto e insubordinación, lo cual propició que la corporación lo diera de baja tres meses después, el 27 de noviembre.
Es posible recrear, con poquísimas licencias en los diálogos, esta decimonónica escena costumbrista cargada de prejuicios contra los tapatíos, gracias a una denuncia detallada que Primitivo Ron elevó, en diciembre de aquel año, al Ministro de Gobernación, Manuel Romero Rubio, con miras a resarcir su honor. Y que luego presentó a los tribunales en virtud de que ese escrito los empleados no lo pusieron en manos del señor Ministro.
Sirva de contexto que en 1880 habían proliferado en Guadalajara, por el rumbo del barrio de San Juan de Dios, vendedores de tamales y otros antojitos afuera de cantinas, fondas, baños y panaderías, que eran "hombres afeminados, todos ellos con ropas holgadas cortadas como para mujer y polvos en la cara" (Jaime Cobián, Los jotos, Prometeo Editores, 2013, P. 45). De ahí que decir que alguien era tamalero de San Juan de Dios equivalía a insultarlo llamándolo puto.
Dos años después del incidente con sus compañeros gendarmes, el propio agraviado quiso hacer públicos los mencionados documentos enviándolos por correo, desde Guadalajara, al periódico capitalino El Siglo Diez y Nueve. El matasellos tenía la fecha 10 de noviembre de 1889. El diario los publicó con mucho despliegue porque la tarde del mismo domingo 10, Primitivo Ron y Salcedo asesinó a puñaladas al gobernador de Jalisco, el general Ramón Corona, héroe de la guerra de Intervención francesa.
Esa publicación la hizo el periódico el 13 de noviembre, después de haber dado a conocer, el 12, un “extraño documento” enviado vía telegráfica por su corresponsal desde Guadalajara, titulado Mi decisión suicida, y supuestamente escrito por el joven asesino.
“Yo quiero hacerme justicia, porque en los tribunales no existe, como creo que no habita casi en el mundo”, explicaba el texto.
“Haré que baje al sepulcro conmigo el que es causa de mi suicidio. Sí, que muera el General D. Ramón Corona. Que muera para que escarmienten todos los gobernadores de los Estados de la República, y todos los gobernantes del mundo. ¡Que sea esto para escarmiento y felicidad de muchos gobernadores presentes y futuros!”
Desde el día 11 que se dio la funesta noticia, la prensa tildó a Primitivo Ron de demente, lo cual corroboraba el citado manifiesto, donde la consternada sociedad pudo también leer, entre seis razones enumeradas por las que el muchacho había decidido suicidarse, las siguientes:
1. Porque desde que nací he sufrido intensamente.
2. Porque he sido despreciado por las mujeres y prueba de ellos [es] que jamás he tenido una novia.
3. Porque he sido injustamente la burla de mi parentela, de mi tierra natal, de la I. M. E. del Sur, del Gobierno del Distrito Federal de México, de la Junta Directiva de Estudios de Jalisco y del comercio.
4. Porque no puedo remediar la situación de mi familia, de las viudas, de los huérfanos, de los heridos, de los enfermos, de los caminantes, de los soldados y de la humanidad doliente.
Extrañamente, El Siglo Diez y Nueve no se ensañó con esa acusación de sus compañeros policías de que Primitivo era sodomita o, como ya se usaba en Guadalajara, puñal (por el arma que escondían los tamaleros afeminados de San Juan de Dios para defenderse de sus agresores, véase Cobián, P.45).
El asalto por sorpresa del magnicida, puñal en mano, ocurrió aquella tarde dominguera cuando el gobernador caminaba con su esposa, Mary McEntee (de origen estadounidense), y su hijo menor (conducido por una nana), hacia el Teatro Principal para ver la obra Los mártires de Tacubaya. El general de 51 años y sólo 11 meses en el cargo, atendía a una invitación de la compañía que la montaba.
Las crónicas periodísticas aseguraban que, después de la primer puñalada en el cuello, la esposa del gobernador reaccionó y trató de sujetar al agresor, quien le asestó un golpe con el arma homicida, la cual no penetró en su costado ¡gracias a las varillas del corsé!
Los mismos relatos refieren que tras herir en un brazo, el tórax y el vientre al militar, el “loco Ron” corrió “cosa de unas cincuenta varas, y deteniéndose, se dio cuatro puñaladas en la región del corazón, cayendo el cadáver en el suelo (Diario del Hogar, 13-11-1889).
Pero un testigo de calidad, el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl, quien aseguró haber observado la escena desde un balcón, dio otra versión: Primitivo Ron fue asesinado, después de cometer su tarea, por dos hombres “de aire misterioso”.
El artista afirmaba que “La gente no creyó en la historia del suicidio, ¿cómo es posible, decía todo el mundo, que un hombre haya podido darse él solo cinco puñaladas en el corazón? En todas partes se contaba en voz baja, que en aquel hecho sangriento estaba la mano de Porfirio Díaz” (citado por Sarah Corona Berkin en La verosimilitud en la crónica policial).
El presidente Díaz veía en el héroe Ramón Corona, ex embajador, destacado miembro del Partido Liberal y a quien el emperador Maximiliano le entregó su espada al ser derrotado en el Cerro de las Campanas, a un contrincante de cuidado en sus planes reeleccionistas.
En esa época "se generaliza el asesinato como forma de mantener el poder", subraya Corona Berkin, investigadora de la UAM-Xochimilco.
El hecho es que el cadáver de Primitivo Ron fue llevado a la morgue del Hospital de Belén donde, con la camisa ensangrentada abierta para que se vieran las heridas a la altura del corazón, se colgó de un clavo y fue fotografiado por Carlos H. Barriere. Nadie se molestó en cerrarle los ojos garzos al guapo tapatío, cuya imagen podría haber inquietado a algún lagartijo o fifí necrófilo.
Dos curiosidades finales:
El brazo homicida fue amputado y conservado en el anfiteatro del mismo Hospital de Belén, hoy Hospital Civil de Guadalajara. Hace 101 años, el 22 de marzo de 1919, la macabra reliquia fue entregada al recién inaugurado Museo Regional de Guadalajara, gracias a las gestiones de su primer director, Juan Ixca Farías, recinto donde aún hace referencia, junto con el retrato mortuorio de Ron, a un hecho no del todo esclarecido por los investigadores.
El término nota roja para referirse a la crónica de sucesos policiacos se acuñó a raíz de este hecho, porque al periodista Manuel Caballero, fundador de El Mercurio Occidental, se le ocurrió que un impresor estampara con tinta roja su mano sobre el diario tapatío, buscando causar espanto y atracción en sus lectores.
¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
Por favor usen bici, mamen más historia de la patria jota y, sobre todo, usen tapabocas y condón.
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