Soy el mismísimo Demonio

La bruja confesó: "Cuando salíamos a pasearnos llevábamos los polvos de causar sueño y entrábamos en los conventos de frailes y monjas, en las cárceles, en los obrajes y en las casas de los seglares, y les echábamos sueño y teníamos poluciones con hombres y mujeres, niños y niñas".

Solo se salvaban de estas hechiceras cópulas, explicaba la declarante, quienes se habían persignado, tenían reliquias o una cruz de romero, habían echado agua bendita o simplemente "porque Dios no quería" que los poseyeran carnalmente.

Pero aún en esos casos: "a vista de ellos teníamos poluciones nosotros". La seguidora del Príncipe de las Tinieblas explicaba como finalidad de este aquelarre lúbrico que no distinguía sexo ni edad, "juntar semen para la untura y preparados de beber al diablo".

En aquellos paseos guiadas por el mismísimo Satanás, Rey de los Brujos, seguía confesando su devota, "chupábamos muchos niños y nos los traíamos, nos bebíamos la sangre, y nos los comíamos en tamales, y hacíamos polvos sus huesos para la untura. Y para que se nos vendieran las tortillas y los tamales, les echábamos a las tortillas sangre y a los tamales de su carne".

¡Chupabas muchos pero jarros de mistela, mi alma endemoniada!, pensé poseído por la risa al llegar a este pasaje. ¡Y a saber qué hierbita mágica le habrás agregado a ese popular brebaje de aguardiente, agua y especias!

Era la víspera del Día de Muertos, yo me encontraba solo frente a la computadora en el comedor de tu pobre palacete, querido lector, amable lectora, alumbrado exclusivamente por una lamparilla. Desafiando las tinieblas había escrito "diablo" en el buscador del maravilloso Corpus Diacrónico y Diatópico del Español de América (CORDIAM), porque me tentaba saber cómo se referían las posesas novohispanas a Luzbel, el bello Ángel del Abismo.

Entre los casi 400 documentos  que contenían la maléfica palabra, de los siglos XVI al XIX, quiso el seductor Mefistófeles que diera con esa "copia manuscrita de la declaración de una mujer sobre su aprendizaje sobre brujería y sobre los diversos hechizos que practicaba, además de su confesión de ser bruja y haber ejercido como tal".

Fechados en 1736, los seis folios con la endemoniada narración de la hechicera, cuyo nombre no apuntó el provisor, se conservan en el Fondo Genaro García de la Biblioteca Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin, y debemos su noticia y transcripción a Belem Clark de Lara y a mi querida Concepción Company.

Concepción me aseguró que la referencia a los tamales con carne humana no era irreal ni de risa, "había canibalismo, como acto ritual, entre los indios", lo cual "es el gran tabú de la historia de México, callado por la Iglesia".

Me estremeció pensar que yo leía con gozo hilarante lo que hace tres siglos habrá causado terror a muchos confesores, que a ellos estaba reservada esta declaración para orientar sus direcciones espirituales. La había recogido un tal señor Castorena, provisor de indios, en un "general auto" realizado a los naturales en el Convento de San Francisco de la capital de la Nueva España.

Lo que sí me perturbó, porque estaba cenando, fue la detallada receta de la maléfica untura referida por la confesante con pelos y señales, que era buena para enamorar y para que brujos y brujas se pasearan volando por los cielos nocturnos y no pocas veces llegaran a bailar con los invitados de animados saraos:

"Esta se componía de muchísimas cosas. De sangre humana y de los animales que se sacrifican al demonio, de poluciones de los hombres y mujeres, demonios y demonias, y las de los animales. Del vello de las partes verendas [pudendas] de los dichos. De los huesos de los racionales y brutos que se comen, en especial de las calaveras, los cascabeles de las víboras: todo género de flores y otras hierbas, en particular el peote [peyote] y la rosa maría[...] También sirve la sangre del mestruo de las mujeres, la asta de venado, y otras raíces y piedras que trae el demonio".

El secreto, comadres solteronas, chan, chan, chan, chaaan, es que "todo debe de ser muy caliente, pues en untando con ella a alguna persona se abrasa en luxuria y consentía en la torpeza" (porque le agrega lux a la lujuria, aquí conservo la ortografía original del manuscrito que he modernizado en las demás citas).      

¡Y atención, amixes adictas al beso negro! Sepan que este deleite puede resultar además muy revelador si lo practican con el debido culto al Espíritu Inmundo porque:  

"Para decir que saben algo por boca del demonio, [las brujas] dicen que lo saben por los cagajones, y esto es, porque cuando besan el chibato [chivo] negro por el rabo les manifiesta en el orificio a todo el mundo, y les da a entender lo que quieren saber".

Invención medieval

Desde la Edad Media la Bestia, como el hombre lobo, triunfó para representar al Espíritu del Mal, y tuvo a sus mejores propagandistas entre los artistas –recuérdense los inquietantes personajes de El Bosco–, los escritores y los clérigos sermoneros, leí en Historia del diablo. Siglos XII-XX, del especialista francés Robert Muchembled (FCE, 2002).

Con sus pezuñas y cuernos, el chivo o cabra –y en particular su macho, el cabrón–, inspiró ese híbrido astado, con cola y no pocas veces un cuerpecito de lujuriosa tentación que por siglos amedrentó pinchando desde las sombras de la doctrina pulpígena a los cristianos. Como un alebrije podríamos describirlo a la mexicana, solo agregando los luminosos colores de Oaxaca.

Pero los eclesiásticos, en particular los confesores, lo que querían era hacerse de un tenebroso cómplice, un adversario de la Bondad representada por Dios, y no se les ocurrió mejor estrategia que transformar en un ser aterrorizante al más bello de los ángeles, según la leyenda precipitado a los abismos por la soberbia de querer ser como su creador. Una estrategia del miedo como forma de control social.  

Son infinitas las artes del Príncipe de los Infiernos para seducir. Solista, escultura en papel, 22 cm. de alto x 16 cm. de diámetro.

"El Diablo es una invención medieval, la Iglesia empieza a denunciar su nefasta influencia en torno al año mil", me ilustró Robert Fossier en un libro de lectura deliciosa: Gente de la Edad Media (Taurus, 2007).

"Es la tentación que se infiltra en los sueños, en las pulsiones incontroladas. En él se refleja el lado negativo de la Creación, y los doctos consideran que la mujer es su aliada más fiel".

¿Diabólica misogina? "¡Claro!", responde Eva y le da un gran mordisco a la roja manzana, mientras la contempla la diabólica serpiente enroscada en el árbol de la sabiduría y Adán se avergüenza de su colgante mazacuata.

Para acabarla de chingar, el amigo Muchembled asegura que: "las opiniones de los predicadores y moralistas afirmaban que el cuerpo masculino era un volcán lleno de deseos y de fluidos, siempre listo a entrar en erupción".

En otras palabras: el hombre es fuego, la mujer estopa, el Diablo viene y sopla. Pero los testimonios de las posesas revelan que el Tentador tenía pasiones muy humanas: era un consumado putañero, el Gran Fornicador especialmente obsesionado por la carne virginal de las monjas. Volvamos a los tesoros del CORDIAM:

Josepha Clara de Jesús, novicia de San Juan de la Penitencia, le dijo a su confesor en 1748 que se sentía "arder en vivas llamas, rebanarle las tripas y entrañas, y por tiempos estar oyendo obscenidades y representaciones torpísimas y aún verse precipitada a pecar con todos cuantos hay en el mundo. Y que por otros tiempos se halla metida en juramentos bajos, blasfemia, desesperaciones de su salvación y tocamientos torpes, y aun dice haber sentido forcejea el demonio por tener con ella acceso".

Esos accesos carnales con el Rey de los Infiernos no eran aptos para estrechas. Un siglo antes que la novicia novohispana, diversas brujas procesadas en el ducado de Lorena (hoy la Lorena francesa), como Chrétienne Parmentier, aseguraron que la cópula diabólica había sido dolorosa porque el sexo del Diablo no solo era frío sino "anormalmente grueso", y "les desgarraba la carne como si estuviera provisto de espinas", además de que "su semen era igualmente frío" (Historia del diablo).

Aquí solo puedo imaginar a mis comadres adoratrices del dos romano después de un aquelarre con el Gran Dragón, fumando un pitillo mientras se preparan una piña colada aprovechando la temperatura de la luciferina leche, que sin duda tendrá propiedades antiedad.

Ya en serio: ese frío del Diablo, que me trajo su imagen a la mente con un carámbano húmedo en lugar de falo, está relacionado con el cuerpo helado que desde antiguo es evidencia de la muerte...

Eternas compañías

"La muerte es fría como el filo de una navaja, las veladoras alrededor del ataúd no dan calor, el frío se te mete por los pinches huesos", me recordó Fernando Osorno (Ciudad de México, 1978).

"El Diablo vive en el inframundo, abajo de la tierra, donde está más calientito, su universo está asociado a la pasión, al pecado, al fuego que es origen de la vida, de la civilización. Juntos, el diablo y la muerte se han de dar una divertida, se han de poner unas buenas borracheras viendo cómo nos tienen acá".

Osorno arranca con navaja figuras al papel y arma escenas orgánicas o esculturas como ¿La última y nos vamos?, resguardada por un capelo. 

El sábado 31 de octubre no pude resistir la tentación de romper el confinamiento en que el miedo a la mortal pandemia nos ha tenido privándonos de la vida plena, y visité la exposición de Fernando, Eternas compañías. El diablo y la muerte, que ha engalanado esta mefistotélica entrega. Fui pedaleando hasta Eucalipto 20, en Santa María la Ribera, el espacio cultural que montó con sus amados Salvadores: Irys y Peña Calvario.

Precisamente el filo de la navaja es el instrumento con el que este artista plástico trabaja: la hunde en papeles de color y textura diversa para arrancarles figuras y figuritas, que luego monta en orgánicas escenas o une con una paciencia y pericia neuróticas para formar ¡esculturas!

Así lo hizo en 2016 con 36 obras para la muestra Amor es más laberinto, en la Galería José María Velasco del INBA, y ahora creó 25 piezas sobre esos compañeros inseparables, a veces siniestros y amenazadores, pero también sexies y tentadores con los que tenemos que vivir.

"Fue la vida, fue vivir lo que me llevó a estar cerca de la muerte", reconoció mi buen amigo, a quien creí que no volvería a abrazar cuando enfrentó severos problemas de salud a lo largo de 2018. Salió airoso, me explicó, porque su muerte no le pertenecía.

"Entendí que no te mueres tú y ya, tu muerte no es tuya, le compete a mucha gente, o a nadie, no toca a nadie en el caso de los abandonados. Y hay que ser agradecido, mucha gente me tendió su mano y me dijo: "¡Vive!". (Desde sus médicos en el Instituto Nacional de Nutrición y funcionarios de la Clínica Especializada Condesa, hasta el galerista Óscar Román que lo ha expuesto, y por supuesto sus dos Salvadores).

Ya desde los seis años, Fernando se iba a morir ahogado en un balneario al que fue muy temprano con una hermana y el novio de esta, e imprudentemente se metió solo y sin saber nadar a una alberca desierta: "Ahí había una pelota a la que intenté pegarle y me fui pa'trás, recuerdo la sensación del agua y de no poder respirar, pensaba: 'Me voy a ahogar y nadie me va a ver'. No sé quién me rescató".  

Hace pocos años, durante un asalto en su domicilio, mientras lo amenazaban con una pistola en la cabeza, también pasó por su mente que podría ser el fin...

Pero Eternas compañías no es un acercamiento a su muerte, sino a esa "canija compañera terrible, que ahí está todo el tiempo y es lo único que nos derrumba y nos vence", y que Fernando plasma con los más vivos y seductores colores, incluso coqueta, junto a su amigo inseparable, el Diablo, aún presente en tantas festividades religiosas, causante de miedo en algunos pero sobre todo motivo de chunga porque desde la primera mitad del siglo XX, nos dice Muchembled,"el debilitamiento del mito demoniaco es evidente". No solo ha sido retomado por la publicidad con fines comerciales y ridiculizado en el cine, sino incluso travestido.

"¡Soy yo, soy El mismísimo demonio!", exclamó Fernando cuando le comenté la honestidad que advertía particularmente en tres piezas tituladas así, que me encantaron porque combinan sobre terciopelo su hermosa filigrana de papel y sendas bolsitas que contuvieron la satanizada cocaína, estampadas con demoniacos rostros, sí, muy parecido a él.

Todo noviembre puedes gozar y adquirir las piezas de Eternas compañías. El diablo y la muerte, previa reservación al 5539136465 o en 20.eucalipto@gmail.com.

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

Por favor usen bici, no huyan de las diabólicas tentaciones de la carne y, sobre todo, usen cubrebocas y condón.

Coméntanos con libertad y RESPETO