Una jotita muy cabrona
La salsa inunda la calle a través del sonido de Ramón Rojo, la Changa. En el centro del círculo de baile, vestida de lila desde los zapatos hasta la camisa amarradita y el sombrero, La Mema gira y bambolea sus generosas caderas.
Pocos minutos después, el morenazo que la lleva, de larguísimas pestañas y bigotito matador, no puede más que ceder su lugar a otro galán que también quiere gozar el ritmo del coqueto personaje.
El tíbiri —el baile de barrio— ocurre en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, un sábado cualquiera de los muchos que tuvo la rebelde década de los 1970. Vecino de la colonia Evolución de Neza, Gerardo Ortega concurre a la fiesta con su grupo de amistades jotitas. El propio sonidero Ramón Rojo, del que se hizo fiel seguidor así se presentara en XV años, bodas o verbenas callejeras, fue quien le puso La Mema. Decía que Gerardo era muy parecido al famoso locutor de entonces, Memo Ochoa.
En ese ambiente de desmadre empezó el contacto del activista histórico con las mujeres trans que entonces llamaban vestidas, un término despectivo usado por los propios homosexuales. Se trata de un colectivo que hasta la fecha enfrenta una discriminación indignante y es blanco de los crímenes de odio más atroces.
“En los tíbiris se daba una dicotomía muy cabrona”, recuerda La Mema, “porque los chavos te sacaban a bailar y luego decían ‘Vente, vamos acá a echar un palito’, pero después ya te querían madrear porque les venía la cruda realidad; así que tenías que aprender a defenderte porque, si no, era madriza tras madriza”.
Lo cierto es que La Gorda, como también la llaman sus compañeros de los primeros años de la lucha en Lambda y el Frete Homosexual de Acción Revolucionaria, ha sido aguerrida desde chiquita. Es el mayor de tres hermanos y nació el 24 de diciembre de 1938 [en realidad fue en 1955, pero se aumentara la edad para que le dijeran que no la representaba] en la casa familiar de la colonia San Pedro de los Pinos, Ciudad de México.
El papá, Rubén Ortega Calzada, fue ingeniero electricista de la primera generación del Politécnico y le iba muy bien económicamente porque trabajó en Catomex, una empresa que hacía los letreros luminosos para las gasolineras y la iluminación para todos los recintos de la Compañía Operadora de Teatros.
La mamá, Silvia Zurita Báez, estudió para secretaria, trabajo que ejerció en la Federación Obrera Revolucionaria al separarse de su esposo, cuando Gerardo tenía siete u ocho años de edad. A través de ella y sus compañeros de oficina fue que el futuro luchador social empezó a politizarse con las bases trabajadoras.
—¿Cómo fuiste de niño, Mema?
—Híjole, mano, éramos tremendos.
—¿Tú y tus hermanos (Roberto y Ricardo)?
—Sí, éramos el terror en las escuelas. Para empezar éramos tres, siempre andábamos unidos y nos defendíamos. Cada quien tenía su grupo de amigos, así que tres por cinco, 15, era el mayor número de amistades que pudiera tener cualquier otro chavo y hacíamos lo que queríamos en la escuela.
—¿Cuándo te diste cuenta que eras jotito, porque en esa época no se decía gay?
—No, nada de eso. Además te voy a decir algo: no sabíamos lo que era ser homosexual ni nada de ese tipo de cosas, en la familias nunca se hablaba de eso. Tú notabas que tenías algo diferente, a mí me gustaba jugar con las niñas a las muñequitas y ponerme los tacones de mi mamá, pero como éramos puros varones, en mi casa era una jotita muy cabrona, ¿no?
—Eras como machín.
—Muy fuerte.
—¿No eras amanerado? ¿Te molestaban en la escuela por eso?
—Yo pienso que sí era amanerado, pero como éramos terribles nadie se atrevía a molestarme, no se atrevían porque en ese entonces me dices puto y te rompo la madre y se acabó.
—¿Y lo llegaste hacer?
—Muuuchas veces (risas).
Visitar en Ciudad Neza a su abuela materna, Mamá Lupita, le encantaba al adolescente Gerardo Rubén porque “había chicos guapísimos”. Luego se mudó ahí.
—¿Te gustaban más los chicos morenos, rudos, que les dicen chacales?
—A mí me gustaba de todo, con que estuviera guapo y tuviera con qué, lo demás era lo de menos. El chavo con el que tuve mi primera relación, como a los 14 años, era el más guapo de la colonia. Se llamaba Raymundo y era moreno, alto, delgado, marcadito, muy bonito. Pues resulta que yo iba al pan y él me acompañaba hasta que en una de esas acompañadas me dio mi estrenada.
—¿Y dónde fue?
—Ay, en una casa que estaba en construcción, chula, ahí nos metimos y ya. Él tendría 21 o 22 años. Y bueno —adopta una actitud de coquetería golosa— terminé recorriendo a todos sus hermanos, que eran muy guapos.
La casa de La Mema en Mixcalco 236, colonia Evolución en Ciudad Neza, fue una especie de refugio a finales de los 1980 para muchos jotitos y vestidas dedicadas al trabajo sexual, que corrían sus familias. De esa situación tuvo noticia, en un congreso, la socióloga noruega Annick Prieur, y se fue a meter varios meses ahí —hasta la cama de La Mema donde dormía— para estudiar la dura realidad de sus protegidos. La tesis doctoral que escribió fue publicada luego como libro traducido al inglés y al español (La casa de La Mema. Travestis, locas y machos, UNAM, 2008).
“Había situaciones terribles, mano, por ejemplo La Chispa, Chucho, que era una jotita chiquita, muy mona, llegaba a los tíbiris y se juntaba con nosotros, pero en cuanto veía a su hermana, que luego resultó lesbiana, salía huyendo porque se lo madreaba por ir de jotito”, narra La Mema.
“Un día llego a su casa y pregunto por él, y ‘Sí, horita le hablamos’. Estaba abierto el zaguán y veo el lavadero de su casa en el patio, rodeado de cartones, y cómo sale La Chispa porque la tenían durmiendo ahí por ser joto. Eso, olvídate, para mí fue algo indignante, yo ya era La Mema y tenía un prestigio en Neza y un respeto no solo por la comunidad homosexual, sino de los mismos cabrones porque rompíamos madres, entonces yo, encabronadísimo, le dije ‘¡Agarra tus garras y vámonos!’, y me llevé a La Chispa a mi casa”.
Este, querido lector, es un extracto de la larga y gruesa conversación que tuve con La Mema el 28 de abril, en Morelia, Michoacán, donde vive. Como muestra la foto, a sus 79 [62] años le sigue gustando usar colores llamativos, y esa mañana de sábado estaba muy contento.
Hace unas semanas, el querido Gerardo empezó a enfrentar varios problemas de salud, por lo que desde este espacio le mandamos las mejores vibras para que se mejore y siga muy bailador y también de cabrón, como lo recuerda siempre su colega de lucha, Juan Jacobo Hernández: “La Mema siempre en la primera línea de fuego, poniendo cuerpo, valor y sus propios recursos; siempre desde la izquierda radical, intransigente con la injusticia y la discriminación”.
¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
Por favor usen bici, échenle buenas vibras a la entrañable Mema y, sobre todo, usen condón.
19 de junio, 2018.
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