Yo le mentí a la Doña
Foto: Valeria Ascencio.
El periódico Reforma empezó a circular en la Ciudad de México el sábado 20 de noviembre de 1993. Exactamente dos meses antes de ese 83 aniversario de la Revolución Mexicana, yo entré a sus filas como reportero. Había pedido trabajar en la sección Cultura, pero su equipo ya estaba completo (poco más de un año después lo conseguí, gracias a reestructuraciones para enfrentar la crisis económica del "error de diciembre" de 1994).
Dada mi experiencia colaborando con artículos turísticos en Caminos del aire, la revista a abordo de Mexicana de Aviación, me propusieron incorporarme a Tiempo!, hoy De Viaje, cuya editora era Lourdes López y contaba con otra reportera, Leticia Valdez.
En ese momento el periódico aún no tenía nombre, solo los blasones empresariales de El Norte de Monterrey. El inmueble que ocuparía –y hoy ocupa– en el 40 de Avenida México Coyoacán se encontraba en construcción. La sede temporal estaba en dos pisos del edificio Knoll, ubicado sobre el Paseo de la Reforma enfrente del desaparecido Cine Latino y a tiro de piedra de la Embajada de Estados Unidos. En el piso 9 se ubicaba la perrada, como yo, y el décimo piso lo apodaba mi ya floreciente humor sarcástico el Olimpo, porque ahí despachaban en oficinas mononas los directorzasos regios.
Con 27 años de edad, yo compartía la ilusión y el desplante con los que el nuevo diario, hijo del combativo rotativo regiomontano, quería irrumpir en la capital del país para renovar el periodismo tanto en su forma gráfica como en su fondo crítico.
Así que no me lo pensé dos veces para dejar mi puesto de profesor becario en el ITESM Campus Estado de México, donde en 1989 me había graduado en ciencias de la comunicación, después de oír a Lázaro Ríos –quien llegaría a ser su director general editorial– exponer el proyecto en una presentación de reclutamiento que ayudé a organizar con alumnos de los últimos semestres del Tec.
Cuando me incorporé aún había mucho que planear sobre el contenido del periódico, antes incluso de arrancar los números cero, que sobre todo las secciones diarias trabajaron reporteando, tomando fotos, editando y diseñando como si se fueran a publicar al día siguiente.
Tiempo! era una sección semanal, sabatina, así que no recuerdo que Lulú, Lety y yo hiciéramos esas prácticas, más bien nos reuníamos para pensar temas y empezar a desarrollarlos. Una de esas juntas tuvo lugar en la oficinita de Rosa María Villarreal, la subdirectora de Softnews a la que pertenecía nuestra sección (por su ascendencia regia, había en la organización una influencia muy gringa, incluso nos decían que una inspiración del nuevo diario sería el formato del USA Today).
Rosy era una regia de a madre, con acento regio de a madre, espesa cabellera china y risa contagiosa. Ella tuvo la idea de hacer una serie en la que entrevistáramos a personalidades del espectáculo y la cultura para que nos hablaran de sus destinos turísticos favoritos. Por ejemplo, María Félix sobre París, donde tenía casa y solía pasar temporadas, o el escritor Sergio Pitol no recuerdo sobre cuál de los destinos donde había estado destacado como diplomático.
A mí me tocó la Doña. Supongo que Rosy o Lulú, que ya tenían carrera en El Norte, me pasaron el teléfono de la gran diva nacional, y una tarde a finales de octubre lo marqué con el corazón retumbándome en la garganta. Tras anunciarme con quien me contestó, esperé...
–¡Aló! –¡era la mismísima Doña al otro lado del teléfono!
–Señora, buenas tardes. Soy Antonio Bertrán, reportero de un nuevo diario que El Norte de Monterrey está por abrir acá en la Ciudad de México, haga de cuenta como su hijo, y apreciaríamos mucho que nos concediera una entrevista para hablar sobre lo que más disfruta de su amado París –o algo así le dije, me imagino que con cierto tono suplicante.
La estrella de cine fue muy amable pero me bateó diciéndome que quizá en otra ocasión, que ahora estaba muy ocupada y no podría recibirme ni responderme las preguntas por teléfono. A mí se me figuró que no le interesó atender a un periódico que ni nombre tenía, por más abolengo regio que lo precediera.
Con desilusión conté mi fracaso a Lulú, Rosy y seguro que a los compañeros de Cultura como Silvia Gámez, Juan Carlos Garda y Dinorah Basáñez, que empezaban a ser mis amigos. Y luego me habré ocupado en otra cosa.
Un par de semanas más tarde, después de la comida alguien nos avisó que María Félix se iba esa misma tarde ¡a París!, y que estaría esperando su vuelo en la sala VIP del aeropuerto. Sin perder tiempo guardé mi grabadora en el portafolios y tomé el saco que con la corbata exigía a sus reporteros la empresa, y salí disparado al Benito Juárez en compañía de la fotógrafa Valeria Ascencio.
Durante el trayecto en taxi me dije que esta vez tenía que conseguir la entrevista, y temí que la gran estrella me volviera a batear si repetía lo del nuevo periódico sin nombre pero hermanito de El Norte. Con la desbocada intrepidez del novato fragüé una estratagema pensando esa falacia de que el fin justifica los medios...
Tras los trámites de acreditación en la oficina de relaciones públicas del aeropuesto, de pronto se abrió una puerta y sentada en una silla vi frente a mí a ese ser mítico y deslumbrante llamado María Félix.
–Buenas tardes, señora. ¿Nos concedería unas preguntas para la revista ¡Hola!? –le mentí a la Doña tornando encantadores mis ojos verdes y ¡fingiendo un acento castizo!
–Sin fotografías –condicionó la diva de 79 años.
–¡Usted manda!
–Por supuesto que yo mando –reviró con su legendario arqueo de ceja.
Sin voltear a ver la expresión de frustración que habrá tenido la fotógrafa, con dos zancadas llegué al lado de la gran María para literalmente caer a sus pies, grabadora en mano.
Mientras le preguntaba trivialidades como qué le gustaba más de París y cuál era su restaurante favorito, pensé otra estrategia para que Valeria la pudiera retratar, a pesar de la condición que había aceptado.
Para terminar la charla, la Doña mandó "un golpe de cariño" a los españoles lectores del ¡Hola!. Encantadora, hizo el gesto moviendo un puño que yo sentí estrellarse en mi cara de embustero, y creo que me sonrojé. Aun así, dije después de agradecerle la entrevista y desearle feliz estancia parisina: "¿Podría tomarme una foto de recuerdo con usted, señora?".
Como amablemente accedió, en lugar de acercarme y abrazarla cual reportero fan, mantuve cierta distancia calculando que así la diseñadora de la sección podría editarme y dejar solo a la Félix para mostrar cómo lucía la tarde de su salida a la Ciudad Luz (días después me la obsequió ampliada la hermosa Valeria).
De vuelta, con mi vocecita estentórea me ufané narrando en mitad del piso 9 la proeza a mi editora y demás compañeros. Un rato después, me dirigía al baño o a buscar un café cuando me abordó de frente Marichú García, una regia también de a madre que venía de El Norte. Era francota, decía mucho "¡Te la bañaste!", y creo que realizaba labores de coordinación editorial pero a mí se me figuraba un sargento porque amonestaba a quienes no cumplían con la vestimenta formal o llevaban jeans y las entonces de moda camisas de mezclilla sin ser viernes o fin de semana, cuando era permitido.
–Con que trabajas para la revista ¡Hola!, ¿eh? –el tono de Marichú era sarcástico–. ¡Te la bañaste, Antonio!
No sabría decir, casi tres décadas después, si agregó un merecido regaño o cómo habré tratado de justificar lo que en ese preciso momento Marichú me había hecho entender que fue una falta a la ética periodística porque le había mentido a una fuente, ¡y qué fuente!
Sirva para absolver a aquel novel reportero, en ese momento trastocado por el temerario arrojo, que a partir de que el nuevo periódico finalmente fue bautizado a los pocos días, siempre se presentó diciendo orgullosamente: "Soy Antonio Bertrán y quiero pedirle una entrevista para Reforma".
Por cierto que no prosperó la serie sobre los destinos turísticos favoritos de los famosos, y tampoco se publicó mi entrevistita con la Doña. Yo la daba por perdida y cada vez que contaba la anécdota solo recordaba una cosa entrañable: que el sol de otoño (en realidad era el de invierno), que la recibiría ese noviembre de 1993, era lo que más le gustaba de París.
Arreglando los cajones de mi escritorio uno de los días de este encierro pandémico que no termina, en un viejo fólder hallé impresa la entrevista de marras.
La comparto hoy, en la víspera del 27 aniversario de Reforma, porque a pesar de que desde mayo no colaboro más en sus páginas (#LoQueElCoronavirusSeLlevó), y la empresa editorial ya no es lo que fue, este jotillo loco siempre dirá con la cabeza en alto que se formó como reportero en ese "pasquín inmundo".
París es una ciudad regalada.- La Doña
El 11 de noviembre [de 1993], una hora antes de abordar el avión que la llevaría de regreso a París, María Félix habló sobre la Ciudad Luz, donde vive desde hace muchos años.
¿Qué le atrae de París a María Félix, qué la hace volver?
Vivo desde hace tanto tiempo en París que... ya la pregunta me parece un poco... pues no sé cómo contestársela.
Pero también sé que cuando usted regresa a México siente por este país algo muy especial.
Bueno, es mi país, aquí nací. El amor que le tengo a México no se pregunta, eso ya lo damos por descontado.
¿Qué le gusta hacer en París, señora?
¡Uh! Yo no tendría tiempo para que le cuente todo lo que yo hago en París.
Algo muy breve, lo que más le guste hacer.
Primero que nada ver la ciudad, que es lo más bonito que puede uno ver como ciudad. Ya después lo que vaya saliendo.
¿Le gusta pasear por algún lugar en especial?
Por mi casa.
¿Dónde es su casa, señora?
¡Ah!, por mi casa que... en Neuilly.
¿Cómo es su casa?
(Tose). Mi casa es muy bonita.
¿Qué es lo que más le gusta de su casa?
Mi apartamento, porque no es casa, en París es muy difícil tener casa. Yo tengo un apartamento muy chico y vivo en un barrio muy bonito que se llama el barrio de Neuilly, que no es París, está muy cerca. De mi apartamento a la plaza de l'Étoile son cinco minutos, pero no es París, es Neuilly.
¿Cuál es el lugar de su apartamento que más le gusta?
¿El lugar de mi apartamento que más me gusta? Mi cama.
¿Por qué, señora?
Pues, porque fíjese nada más en la cama... la cama es muy misteriosa, la cama es... es lo que uno quiere, la cama (ríe a carcajadas). La cama es todo (sigue riendo), puede uno pasarla sin refrigerador pero no sin cama, ¿no? Porque puedes irte a la calle a comer, pero a dormir vas a tu casa y tu cama es absolutamente indispensable.
¿Dónde le gusta divertirse en París?
Pues, hay muchos lugares. Para divertirme en París no necesito tener mucha imaginación, hay muchas partes.
¿Alguna en especial?
Muchas, hay muchísimas. Voy a museos, voy a exposiciones, voy a tiendas, voy a la calle, voy a ver el sol de París que es diferente al sol de aquí, de este país, ¿verdad?
¿Algún paisaje en especial que le guste de París?
Paisaje me gusta mucho el sol de invierno, que es un sol diferente al sol de verano.
Llegará justo para este sol de invierno.
Para el sol de invierno, exactamente.
¿Y cuánto tiempo estará por allá?
Sé cuándo me voy pero no cuándo regreso.
Entre los restaurantes que usted visita, ¿cuál le gusta más?
Pues, hay muchos restoráns, pero yo tengo un restorán preferido, muy chico, que se llama L'Orangerie, que está en l'Ile Saint-Louis.
¿Y ahí qué es lo que más le gusta comer a María Félix?
Primero que nada me gusta el champán, el champán que es como el tepache de aquí, ¿verdad? (ríe). Es como tomar tepache aquí; pues allá tomamos champán.
¿Sus amistades en París?
(Con una sonrisa). Oiga, pero usted se está metiendo así como muy profundo... con amistades, con... de un solo golpe quiere que le diga todo. No se puede, no se puede, no se puede todo. Le puedo decir que tuve la oportunidad de ir a España hace dos semanas. No pude ir porque me sentí mal, no me sentí bien. Pero a mi amigo Jorge Carpizo [entonces procurador general de la República] se le dio un premio muy importante... ¿Cómo se llama? El complutense, ¿no? (Uno de sus acompañantes le dice "honoris causa"). El honoris causa de la Universidad Complutense... Iba a ir a España, iba a darme el gusto de ir a Madrid por dos días, pero no puede.
Finalmente, señora, a una persona que vaya a París ¿usted qué le recomendaría que no se pierda?
Bueno, yo le voy a decir: en París no necesitas ni siquiera dinero porque todo se te da regalado, el paisaje es una maravilla, la ciudad tan preciosa, tan armonizada, los museos, las exposiciones, todo eso es regalado, así que París es una ciudad regalada. Aunque no tengas dinero te diviertes.
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