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Mi ojo alegre

Mi ojo alegre

Por Antonio Bertrán

No soy fotógrafo, nomás tengo la pupila alegre, la mirada traviesa pero no acosadora (al menos eso intento), y le echo ganitas al encuadre. Me gusta ver gatitos, pájaros cabezones y muchachotes. ¡Por supuesto que también retratarlos cuando me lo permiten!

En noviembre de 2011, antes de tener un celular bien dotado de inteligencia artificial para disparar el ego con las selfies, compré mi primera cámara digital, una Cyber-shot de Sony, con 16.1 mega pixeles de resolución. Es una camarita en realidad, delgada y liviana que me entraba fácilmente en el bolsillo de los jeans.

La Cyber se volvió mi infaltable compañera de los recorridos en bicicleta por la Ciudad de México.  Jalándola de la correa que mañosamente dejaba colgando fuera del bolsillo, muchas veces la sacaba con premura para fotografiar la escena que estaba mirando antes de que se desbaratara.

¡Y cuántas veces se esfumó el beso, la pirueta, la concurrencia de insólitos o guapos personajes acomodados con armonía por la casualidad erigida en inmejorable directora de arte!

"Se vale que te acerques y les digas si pueden volver a colocarse o hacer lo que estaban haciendo, y tomarles la foto", me dijo una vez Marco Antonio Pacheco, verdadero fotógrafo profesional con el que trabajé cuando hacía investigación iconográfica para una pequeña editorial de libros de arte, Pinacoteca 2000. Los magníficos consejos del buen señor Pacheco se han repetido con generosidad y paciencia a lo largo de los años, puliéndome un poquillo.

En esos recorridos, muchas veces se apoderaba de mis ojitos un frenesí fisgón por el que empezaba a mirar la realidad en encuadres. Cada pizca de la vida urbana ante mis narices se recortaba del resto muy seductoramente, invitándome a fotografiarla.

Como adicto, yo no podía parar hasta que se agotaba la pila de la cámara, y aún así seguía mirando todo en agobiantes encuadres hasta llegar a refugiarme en las cuatro paredes de tu pobre palacete, querido lector, amable lectora.

Incluso ahí continuaba el delirio: descargaba en la computadora el resultado del safari fotográfico, seleccionaba las mejores imágenes, las editaba y compartía con un pie que pretendía ser ingeniosamente divertido, en la cuenta de Facebook que acababa de abrir. ¡Era una euforia sin fin!  

En julio de 2013, el mismo mes y año en que inició la publicación de Nosotros los jotos en el diario Metro, adquirí la cámara que hasta la fecha utilizo, también de Sony: la Next-7. Sin ser un aparato profesional, para mí ha resultado una maravillita por la versatilidad de sus funciones, su ligereza y calidad de imagen.

Con ella he tomado miles y miles de fotografías, la mayoría debo reconocer que chaquetísimas, las cuales ¡ya saturan mi Mac, un disco externo de cuatro teras y cinco tarjetas de memoria!

La principal intención de ese ejercicio fotográfico que me tengo prohibido ejecutar en el modo automático, sino manipulando la apertura y velocidad, era y es obtener los retratos o aspectos para acompañar las entrevistas o crónicas de la columna.

Precisamente fue debido a mi gusto amateur por hacer fotitos, y que vivimos en el imperio de lo visual, que propuse distinguir mi colaboración en el tabloide del Grupo Reforma ilustrándola con una o varias fotos de mi autoría. Requisito que con mayor razón se mantiene en este sitio web, donde es gozosamente enorme la posibilidad de incluir imágenes de manera muy lucidora.

No quiero extenderme más en la presentación de nuestra entrega de hoy, una jotogalería de retratos que habían permanecido inéditos, principalmente debido a su carácter de desnudos mostrando el arma en plenitud, lo que prohibe publicar la Secretaría de Gobernación en un periódico sin meterlo en una bolsita, o Sor Feis so pena de ser expulsado de su paraíso virtual (tan estúpidamente mocho).

Espero que las disfrutes tanto como yo cuando las tomé, presa de una excitación creativa cuyos resultados a veces me frustraban por no lograr esa sutileza de la alusión propia de los maestros del homoerotismo fotográfico, en cuyo trabajo sigo abrevando –o mamando– con la esperanza de terminar de refinar mi ojo alegre.

En estos tiempos de crisis pandémica he pensado en la posibilidad de obtener una lanita si te late que nos divirtamos –porque el gracejo conmigo siempre está garantizado– haciéndote unos lindos o ardientes retratos (le vengo manejando su precio de cómoda introducción).

A los amigos modelos les reitero mi gratitud por la cariñosa cachondería que desplegaron ante mi aparato reproductor de imágenes, más ganoso que experto.

El fetiche vaquero                    

Sesión de cumpleaños

El órgano más grande

Habitar un cuerpo diferente

Café con Barba Roja

Total complicidad

Para lograr complicidad con el modelo hay que echar mano –a veces literalmente– de casi cualquier estrategia, y también dejarse seducir por sus encantos sin desatender el encuadre...

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas (ojalá que en una sesión de fotos conmigo), señoras y señores míos!

Coméntanos con libertad y RESPETO