Tiene un "¡Sí!" vibrante en la punta de la lengua y vive protegida en un halo de alegría contagiosa, por eso le pedí a la tan querida Terry Holiday que engalanara esta entrega celebratoria del primer aniversario del sitio web de Nosotros los jotos.
"¡Ay, sí, lo hacemos!", respondió cuando incluso no había terminado de plantearle que mi idea era meterme a la intimidad de su hogar para que nos hablara de algunos objetos significativos de su vida como una de las primeras mexicanas en asumirse orgullosamente trans, y desarrollarse como artista plástica, actriz, bailarina, diseñadora de vestuario... En una palabra: diva, y una diva feliz.
"Yo debo tener algún problema psicológico porque siempre estoy contenta, siempre estoy positiva, siempre estoy dispuesta", me dijo explicando que lo mismo había declarado unos días antes durante una entrevista en la Galería José María Velasco del INBA, donde destacan los retratos icónicos que le han hecho varios de los fotógrafos que participan en la exposición Reinas en disputa.
"¿Qué me falta hacer? Pues, ya hice todo. Ya nada más me falta morirme, y a gusto porque no me he quedado con las ganas de nada", reconoció ponderando que sobrevivió a la pandemia de Covid-19, durante la cual incluso incursionó por primera vez, con su "voz de jota afectada, maricona y modosa", en el doblaje de series, películas y videojuegos.
Ya tiene las dos dosis de la vacuna anticovid, y el próximo 5 de octubre, "si Dios quiere", cumplirá 66 años: "¡Con un seis más y es el número del Diablo!".
Terry impostó un tono de muchachita ilusionada y agregó sobre las satisfacciones de su vida:
"Conocí el amor, quiero a los perritos, tengo inteligencia, tengo talento [demostrado desde que en 1974 debutó en la ópera rock Hair, estuvo en obras como la Lucrecia Borgia, de Alejandro Jodorowsky, y de 1986 a 1996 dirigió el show travesti más importante de Monterrey, 'al nivel de Las Vegas'], escogí ese tapiz tipo Kandinsky para mi silla [en la que yo estaba sentado]... pienso que para ser feliz no se necesita más que tener la disposición".
La diva elegebetera, sobre la que Arturo Ripstein hizo el documental Noctámbulos, historia de una noche. Terry Holiday, la fiesta de todos los días o nada es lo que parece (2017), platicaba sentada en su cama, en la estancia del departamento prestado por una tía, que ha acondicionado de manera minimalista pero, como veremos, con entrañables recuerdos de "momentos de vida, cuestiones importantes".
Este hogar alterno está muy bien ubicado en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco, frente al Metrobús Manuel González. "Pero no lo pongas porque van a venir todos los fans a molestarme", bromeó.
Ahí se mudó hace tres años para estar más cerca de los antros del centro donde trabajaba y ahora, con la Ciudad de México en semáforo epidemiológico verde, ha regresado con su show imitando cantantes como Daniela Romo, que le va tan bien. El fin de semana se presentó en El 69, ubicado sobre Eje Central.
Así no tiene que pagar la alta tarifa de madrugada del taxi hasta su departamento de toda la vida, en la Unidad Habitacional Vicente Guerrero, de Iztapalapa. "Pero no lo pongas porque me va a encontrar Hacienda", sigue bromeando.
Sobre su cama un ventanal enmarca las reverdecidas copas de los árboles, uno de los motivos de su cotidiana felicidad.
"Todo los días me levando, veo los árboles, oigo los pájaros cantar, y yo pienso que para iniciar el día lo mejor es acariciar un perro, aunque sea ajeno, entonces cuando salgo van las personas con sus perritos y los apapacho, eso me hace muy feliz.
"Me hace muy feliz tener amigos, tener con quién platicar, chismear... Ay, todo me hace muy feliz: si llueve soy feliz, si hace calor soy feliz, si subo una escalera echando el bofe soy feliz de que llegué".
Yo llegué la mañana del jueves 10 echando el bofe hasta su puerta, en el cuarto piso del edificio, porque subí cargando mi bicicleta. Como Terry estaba terminándose de maquillar nos dimos un "besito de draga", al aire.
Frente al espejo que se llevó a la cocina, supongo que para aprovechar la buena luz que entraba, terminó su arreglo poniéndose las pestañas postizas, luego se quitó los rulos del pelo, abrochó un collar de cuentas rojas alrededor de su cuello, y así hechizada principió este recorrido por su museo sentimental. Un entrañable festejo de vida:
Vestidas para el baile
Este cuadro tiene como 40 años, yo lo hice en 1975-76, más o menos. Es una acuarela y se llama Vestidas para el baile, o Las reinas, o sea, todas son reinas. Muestra a dos chicas, esta es Gina D'Bico [la rubia de la izquierda, una legendaria chica trans], ahorita te enseño una foto de Gina D'Bico, y esta soy yo [la morena de la derecha].
Esta [Gina] ya está muy arreglada, un poco impaciente, mientras la otra todavía está enchinándose la pestaña y todo. Tiene una lámpara [a la derecha] de mi mamá [doña Celia Torres], porque las mamás siempre son la luz que ilumina nuestras vidas. Y tiene dos mundos paralelos: el terrenal que es este tapete donde posan sus tremendos y afilados tacones, y la pista de baile [arriba, en un marco], que es Fred Astaire y Ginger Rogers con sus coristas.
El círculo de la pista de baile es igual al de la vida terrenal, ¡aaaah, qué metafísica me vi! Pero así es la similitud de ellas entre la vida real y la vida de sus sueños y de sus ilusiones.
Curiosamente, en los años 70 yo empecé a manifestar mi transexualidad y lo que quería ser a través de mi pintura, porque todos eran anhelos, eran sueños, yo no estaba pintando una realidad real, yo estaba pintando una realidad imaginaria o que a mí me gustaría hacer, porque obviamente en esa época yo cómo iba a tener esas zapatillas, esos vestidos preciosos.
Entonces yo tendría veinte años, y en aquel tiempo era muy difícil tener un vestido bonito y, sobre todo, poder irte al baile, yo era casi menor de edad. Como desde chiquita fui muy precoz, sí me andaba metiendo en los tugurios y todo [como buena "jotita de la Zona Rosa"] pero lo que yo plasmaba eran mis anhelos y mi forma de visibilizar a la comunidad trans, que en ese entonces todavía ni siquiera era trans porque no existía el término, pero ya existía el sentimiento.
Mira, si te pones a ver [compara las fotos de Gina con su acuarela] se parece mucho, y si no se parece es ella. Y yo tampoco me parezco a esta, ¿no? Pero esa soy yo, mi belleza es más latina.
A ver lo que dice atrás la foto que me dedicó: "Para el mejor biscocho (sic.) de México, con mucho cariño de su amiga Gina, 27-X-73.
Gina D'Bico era guapísima, de nariz natural, blanca, pecosa, piernas largas que le llegaban hasta el suelo. Y mira esta otra foto dice: "For my best friend, Hollywood, Calif[ornia], 12-VIII-73. Nada más se fue a Los Ángeles a que la mataran [en un asalto después de haber retirado del banco el dinero ahorrado para comprarse un automóvil].
La madre de todas las jotitas
Vamos a ver aquí [a mano izquierda de su cama] un maravilloso regalo que me trajo de Oaxaca Karlita Rey [muxe, artista del bordado]. Es Nuestra Señora de la Soledad, con su jícara para el mezcal, unos perritos, porque yo soy amante y cuidadora de los perritos, y mi amuleto de la suerte que es un dije de Cher traído directamente desde Las Vegas.
Me tomé el cuidado de enjoyar con puro Swarovski toda la imagen de la virgen para que se viera más lujosa y suntuosa. Ya sea con luz de lámpara o con luz de luna, pero en la noche tiene un brillo muy especial, es verdaderamente una joya, y también cuando le prendo su veladora y sus cirios tiene una luz muy especial.
Yo siempre he sostenido la teoría de que la Virgen de la Soledad debe de ser la virgen de todas las queenas y de todas las LGBTTTIQ+, de las jotas, pues, porque #SiempreSooolas. Si se tienen que encomendar a alguien, encomiéndense a la Virgen de la Soledad.
¿Sí es milagrosa, sí te ha traído compañía?
Pues, por lo menos en imagen de bulto sí. Mi mamá se murió hace 10 años, entonces siempre la figura materna te hace falta y yo la tengo en la Virgen de la Soledad en una foto de mi mamá con uno de mis perros. Aunque es una advocación de la virgen María es como la madre de todas las jotitas.
Y como se ha portado tan bien conmigo yo creo que le voy a mandar hacer una corona de plata, aunque sea.
¿Por qué se ha portado muy bien?
Porque me cuida, porque está conmigo en los momentos más triste de la cruda –pausa dramática– realidad. Siempre me acompaña. Imagínate: pasé todo un año sin contagiarme de Covid y ahorita ya tengo dos vacunas. ¿Eso qué quiere decir? Que todavía tengo muchas joterías que hacer.
Acá tengo al Niño Jesús, con el vestidito hecho por mí, que no sabes si es niño o niña. Soy de una familia muy católica, apostólica y re mona, que diga, y romana, y tengo muy arraigada la tradición católica y un poco la judía, por mi abuela Sara.
Aparte de un gran amor por el valor artístico de las piezas religiosas, sí soy seguidora de las fiestas, ay, que es 2 de agosto, día de Nuestra Señora de los Ángeles; ay, que es 13 de mayo, ay es día de la Virgen de Fátima, o que es día de Pentecostés, o es día de la Trans-figuración del Señor (risas).
También aquí tenemos a Lola Olmeda en traje de tehuana [en una reproducción del cuadro pintado por Diego Rivera]. Lola Olmedo resulta muy admirable para mí, primero, porque era rica y además con buen gusto, y sobre todo gusto por lo mexicano.
Como dicen mis amigos: "A Diego Rivera le gustaba el dinero de Lola". Entonces él tuvo que acceder a pintarla. Es de mis imágenes favoritas y siempre que la veo como que me da ganas de vivir, me da mucho ilusión, recuerdo su casa [en Xochimilco, convertida en museo], con esos jardines, los pavorreales, los perros y yo digo: "Ay, a mí me gustaría ser rica como Lola Olmedo, aunque no tenga los ojos así –riendo se jala los ojos para hacerlos rasgados–.
Ella tuvo la inteligencia de admirar unos monos tan feos pero muy bien pintados, eso sí. A mí en el taller infantil de artes plásticas numero uno de Bellas Artes, el maestro Roberto Pérez Rangel, que era el director, y la maestra Susana Neve, que ahorita debe de tener 96, 97 años, no sé, me enseñaron a admirar el trabajo de todos los pintores mexicanos, obviamente tenía que hacer mi examen de Diego Rivera, y yo aprendí mucho, mucho de él aunque lo transformé, en lugar de pintar inditos me puse a pintar jotitas.
El vestido de Francis y otros célebres
Mira, vente para acá, a ver qué te enseño –conduciéndome a una de las dos habitaciones, donde hay un librero y vestuario diverso apilado sobre cajas–.
Todo es un tiradero, pero mira, por ejemplo, aquí tengo cosas muy bonitas como este vestido, que fue de Francis [Francisco del Carmen García Escalante, célebre por su show travesti en el Teatro Blanquita].
Es un vestido que hizo Mitzy, de terciopelo negro con harto strass, estas piedritas se llaman strass, están pegadas una por una, y todo está intacto. Este debe de ser como de los 80.
El cadáver de la pobre todavía no se acababa de enfriarse [murió el 10 de octubre de 2007, a los 49 años], y ya andaban los vestidos corriendo de mano en mano. Este me lo dio su asistente personal, que tenía un nombre extraño como Atzimba o algo así, no me acuerdo ya del nombre de la chiquis, pero ella me dijo que me daba ese vestido porque pensaba que Francis estaría muy orgullosa de que yo lo tuviera.
Por si no lo saben, soy al único travesti, o sea, como travesti, que Francis le dio un reconocimiento por su carrera, porque ella siempre se sintió muy sobre todos los seres humanos, pero el único reconocimiento que le dio a otra artista del travestismo fue a mí.
En el teatro que está por la Alberca Olímpica, por Coyoacán, no me acuerdo cómo se llama [Teatro Ramiro Jiménez], en un sencillo homenaje, ya fue cuando como que estaba un poco en decadencia, pero tuvo a bien hacerme ese reconocimiento el cual agradezco y tengo en casa de mi abuelita, tengo que ir a recuperarlo, no se vaya a ir a la basura.
Resulta que en 1975 o algo así, yo conocí a Francis en el salón Su Fiesta, allá por San Jerónimo, en una de las grandes fiestas de la Xóchitl, señorita algo, seguramente. Una fiesta en la que estaban, entre otros, Benny Ibarra y [el crítico de arte] Oliver Debroise, y ahí conocí a Francis.
Yo la vi y le dije: “Ay, tú deberías de hacer show”. Y ella me dijo –con tono de timidez–: "No, pero yo, ay, ¿yo cómo? Me de mucha pena”. Y le digo: “Tienes una gracia y simpatía natural, deberías de hacer show”. ¡Y mira nada más, ella fue la gran Francis!
Este vestido de Francis, ¿cuándo te lo pones, en qué ocasiones?
Me lo puse para hacer a Eugenia León, mucho tiempo, porque como está tan tapado tiene que ser para una cantante o actriz muy seria. Me lo he puesto en contadas ocasiones porque ciertas cosas no te las puedes acabar, es importante que un día, próximamente quizá, en alguna exhibición la gente tenga la oportunidad de compartirlas, o sea, las cosas no son para uno, son para todos.
Estuve hablando con Salvador Irys [director del Festival Internacional por la Diversidad Sexual] para que posiblemente el año que entra, que ya el FIDS pueda ser como Dios manda, hacer una instalación que sea así un boudoir, un tocador, con unos vestidos célebres, históricos, por ejemplo mi blusa que saco en el documental que me hizo el maestro Arturo Ripstein, entre otras cosas.
Es una blusa de lentejuela negra con blanca, ahorita te la enseño, ven –se dirige a la otra habitación–. Como ves, aquí es mi tiradero, aquí es el taller, aquí tengo las dos maquinas, según la que vaya a usar le doy vuelta a la mesa.
Acá tengo más vestidos –los jala de entre los colgados dentro del clóset–, mi vestido de Tehuana, no tengo muchas cosas pero… mira, mi abrigo de oso, este me lo regaló Casandra.
Y esta es la blusa histórica e histérica a la vez, es la blusa de Historia de una noche. Es un tul bordado de lentejuelas. Yo la hice, pero así compré la tela. Cuando ando en el centro y veo alguna tela que me gusta, si me alcanza, pues me compro tres metros, si no me alcanza, como era en este caso, me compré dos metros y nada más me alcanzó para hacerme la blusa.
La curiosidad que tiene es que, obviamente las telas hechas vienen simétricas, y yo lo que hago es recortar las aplicaciones y las vuelvo a acomodar para que no se vea muy cuadrado, que tenga un poco de diseño, que tenga un poco de chiste.
¿Y el otro vestidazo, el verde?
Este es el de Verónica Castro. Este también, mira –revisa la etiqueta–, este también es de Mitzy.
¿Cómo llegó a tus manos?
Mitzy eventualmente me hace obsequios de grandes producciones, vestidos que... mira, este también es de Mitzy –señala el vestido de laminillas rojas colgado del mismo clavo–, son vestidos que se quedan o algo así y pues, quién mejor que alguien que los aprecie, los valore y quizá los utilice.
¿Para qué usas este de la Verónica Castro?
No, este no lo uso yo, no me queda –lo dice con tono de: "No seas mensa, mana"–, mira la cinturita. Yo estoy delgada pero ella es chiquita; al menos era chiquita.
¿Lo tienes como un amuleto?
Como un recuerdo, y con suerte a alguien se le puede ofrecer, alguna de mis hijas [pupilas] delgada, chiquita, lo puede usar.
¿Lo prestas, no eres egoísta?
Sí se los presto, pero a algunas porque hay unas que son muy rateras.
Del Mío Mondo, vigente hasta hoy
Mira, ven–abre una caja de chocolates y saca otras fotos y un impreso–. Este es mi primer show en el Mío Mondo, en 1972 [foto derecha]. Fue de los primeros lugares abiertamente gays, en Morelos y Abraham González, bajos del restaurante y tablao La Gran Tasca, obviamente de flamenco. Se ve fantástico el lugar en esa foto, era una esquina y los espejos, en ángulo, repetían las luces y a una; según te alejabas eras una o tres.
Lo que llevo puesto es una boa de tul, porque como éramos pobres… Y aquí estoy maquillada de negra para hacer a Diana Ross [foto izquierda], con un vestido de Mitzy, que en 1980 me costó ¡90 mil pesos! Tardé casi un año en pagarlo porque el productor lo mandó hacer y me lo cobró. Y Mitzy me dijo: "Me hubieras dicho [directamente] a mí, yo te lo hago y no te lo cobro tan caro", pero, pus ni modo.
Y este es el librito La tierra prohibida de Terry Holiday [con las fotos que le hizo Adolfo Patiño, Adolfotógrafo, que ahora "son parte de una importante colección alemana"], de la galería La Caja Negra, Ediciones de Gráfica La Estampa. Y lo que te iba a mostrar es que esto –señala el entorno de la foto, en la imagen de la izquierda– no es un set, es donde yo vivía y el telón, mira, te puedes dar idea de las dimensiones del telón.
Lo tenías atrás de la cama.
Sí, en la pared, porque no tenía caso guardarlo. Lo había pintado yo para un show de las reinas del trópico, se llamaba, pero yo lo puse ahí con mi cama de latón y mi cuerpo juvenil en aquel entonces. Quedó perfecto.
¿De Adolfótógrafo eras nomás cuatacha o había algún romance?
No, no, no. Pero parece que en mí proyectaba su lado femenino [creo que yo también]… Mira, aquí es cuando yo era actriz de teatro [foto derecha], era una obra que se llamaba Despedida de soltero, y obviamente terminaba desnuda, pero mis zapatos vintage los compré en la Avenida Juárez, en una tienda que vendían joyería y zapatos, son de piel de cocodrilo.
Cuando estaba por despedirme de mi queridísima Terry sonó el teléfono. Era Daudeth Alarcón, directora del show del Spartacus, la mítica disco gay de Ciudad Nezahualcóyotl. Terry le dijo cuántos metros de lamé le tenía que comprar para confeccionar el vestuario de su show especial que le encargaron por el mes del orgullo LGBT.
"Tengo muchos proyectos y cada día llegan más y yo me sorprendo porque en todo el año de la pandemia, como quiera, seguí haciendo cosas, y ahora que ya tenemos el semáforo sandía, verde por fuera y rojo por dentro, cada día tengo más cosas que hacer. Me siento muy bien, soy muy feliz y creo que se me nota", dijo y nos dimos otros besito de draga.
Yo me fui agradeciéndole su generosidad, contagiado de su dicha y seguro de que su alegre madrinazgo para festejar este primer aniversario de Nosotros los jotos será un impulso para seguir joteando más fuerte.
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¡Hasta el próximo choque de chichis o braguetas, señoras y señores míos!
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