Ilustración Marco Colín
José Rivera soltó una carcajada cuando le dije, con mi incorregible picardía, que Monsi amó a la Cebra y, bueno, también la montó...
“Pues sí, sí anduvo ahí en la cabalgata”, me siguió el albur mi querido Pepe, y volvió a reír.
Era el minuto 45, a escasos segundos de finalizar la entrevista que el coreógrafo, fundador de la mítica compañía La Cebra Danza Gay, me concedió unos días antes del décimo aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis, este viernes 19 de junio.
Honesto y generoso, a lo largo de la conversación telefónica Pepe se había reído otras veces con mis indiscreciones, y en otros momentos llegó a emocionarse, casi hasta las lágrimas, al evocar su historia de amor con el idolatrado escritor, que por primera vez hace pública (“aunque muchos lo sabían”, reconoció cuando se lo propuse para engalanar el lanzamiento de Nosotroslosjotos.com).
“Mi danzarín precioso”, le decía Monsi al entonces veinteañero, con un tono tan íntimamente cariñoso que equivalía al “te quiero” que nunca fraseó.
“A veces, cuando estábamos muy relajados, yo le decía ‘Tienes cara de gato’. Y él se reía mucho. ‘¡Qué buen piropo!’. Él decía eso, ‘¡Qué buen piropo!’”.
Oye, Pepe, ¿y era buen amante?, le solté sin rodeos, y su risa sonó en el altavoz de mi celular. La Cebra intentó escabullirse corriendo hacia las playas de La muerte en Venecia y el “deslumbramiento” del maduro escritor Gustav von Aschenbach por la belleza del Tadzio adolescente, pero yo volví a la carga y mi buen amigo se dejó lazar…
Gatos a la mesa
José Rivera Moya (San Luis Potosí, 9 de agosto de 1968) conoció a Carlos Monsiváis en el departamento del arquitecto Carlos Bada, “en el mítico edificio Francia” de la colonia Roma (Jalapa esquina Álvaro Obregón). Fue una tarde de 1989, cuando el bailarín tenía 21 años y Monsi 51.
“Carlos Bada era un amante del arte, él tenía viviendo a un chico bailarín guapo como dios griego, Javier González, el Regio, que estaba conmigo en el Ballet Independiente, y un día Javier llevó al arquitecto al Palacio de Bellas Artes a ver una función de El bailarín, que en ese momento yo estaba bailando porque es una obra creada para mí por Raúl Flores Canelo (fundador y director del Ballet Independiente)”.
Después de la función, Carlos Bada quiso conocer al bailarín principal de la obra, y luego lo empezó a invitar a comer a su departamento.
“Un día Carlos fue a visitar al arquitecto a su casa y coincidimos ahí”, siguió narrando Pepe. “Yo lo invité a una función del Ballet Independiente y me sorprendió que sí fue y después entró a los camerinos, saludó a Raúl Flores Canelo, a quien él ya conocía desde hacía mucho tiempo, y me saludó a mí y me dijo ‘Qué gusto que estés con Raúl, es muy talentoso y además uno de los hombres más guapos que ha habido en la danza contemporánea’. Así fue como conocí a Carlos Monsiváis”.
Entonces se usaban las tarjetas de presentación, y como hacía con muchos, Monsi le dio la suya al guapo bailarín diciéndole que, cuando quisiera, podía ir a visitarlo a su domicilio, cuya dirección recuerdo de memoria: San Simón 62, colonia Portales.
“Yo no sabía todavía bien a bien, porque era muy joven, ora sí que la magnitud del personaje. Carlos Bada me dijo ‘Es un escritor bastante conocido’, pero hasta ahí, yo no sabía que Carlos Monsiváis era una de las personas más importantes de las letras en nuestro país. Yo era un chavito y un día se me hizo fácil llamarle, saludarlo así como ‘Ay, cómo estás, qué onda’, muy casual, y me invitó a su casa a comer. Ahí ya inició la amistad que duró bastantes años”.
¿Cómo fue esa comida, te acuerdas?
Sí. Para empezar, cuando llegué vi a gatos por toda la casa, por los libreros, la cama, el escritorio, y Carlos los abrazaba y los besaba. Además, había un olor muy penetrante a gato. Incluso me llegué a sentir un poco incómodo porque, a la hora de comer, los gatos estaban en la mesa, y ¡cómo comiendo con los gatos en la mesa! Pero yo lo veía a él como si nada pasara y dije “Bueno, cada quien vive como quiere y yo me tengo que comportar porque estoy en casa del señor Monsiváis”. Pero de entrada sí se me hizo una cosa extraña.
¿Hubo algún tipo de deslumbramiento por tu parte, te pareció interesante, inquietante, atractiva su figura, su persona?
Desde muy pequeño, desde que llegué a la Ciudad de México (en 1987), a mí siempre me gustó entablar amistad con personas mayores, porque siempre fui muy curioso, muy inquieto, siempre me gustó aprender, absorber, preguntaba demasiadas cosas. Cuando llegué a casa de Raúl Flores Canelo, porque Raúl fue mi padre adoptivo, viví en su casa varios años, yo lo atiborraba con preguntas, quería saber todo acerca del inicio de la danza en México. Entonces, cuando conocí a Carlos Monsiváis y me empecé a dar cuenta del personaje con el que estaba entablando esa amistad, también sucedió lo mismo, le preguntaba muchas cosas. Él me contaba historias, me contaba de Salvador Novo, me contaba de Xavier Villaurrutia, de Sergio Magaña, de muchos personajes con los que él había tenido amistad, y era muy interesante la charla. Entre más me platicaba él, yo más preguntaba, más quería saber, más indagaba y me contaba de cómo era la vida gay en los años 60, en los años 70, en fin, eran unas charlas muy enriquecedoras porque estaba en mis años de formación.
¿Después de esta comida lo invitabas a tus presentaciones, se citaban para tomar un café, él te volvía a invitar?
Después de esa comida recuerdo muy claramente que un día me llamó y me dijo que si quería ir de bares, que porque iba con unos amigos, y yo le dije que sí y nos fuimos de bares. Recuerdo muy claramente que fuimos al Butter (el Butterflies, un concurrido galerón en Izazaga y Eje Central). Teníamos una mesa al lado de la pista, ¡claro, era Carlos Monsiváis! Todo mundo lo saludaba como si llegara… pues Carlos Monsiváis, incluso una de las vestidas interrumpió el show travesti del Butter, que era muy famoso, y se acercó a la mesa, lo saludó, le hizo caravana. Y antes de llegar al bar, el señor de la esquina, el que vendía periódicos, la señora de las quesadillas, todo mundo se le acercaba. Y él me impresionaba porque ya en ese momento sabía quién era Carlos, y a todo mundo saludaba de mano, a todo mundo le respondía. Era un acontecimiento salir con él.
¿Te acuerdas quiénes más iban esa noche?
No me acuerdo… medio recuerdo que iba [Alejandro] Brito y otros amigos de Brito porque, bueno, Brito fue pareja de Carlos mucho tiempo.
¿Cómo terminó esa noche?
Esa noche yo recuerdo que, en algún momento, me paré a bailar y me emocioné y no sé qué, y de pronto ya no lo vi y dije “Ay, bueno, no importa, no pasa nada”. No nos despedimos, seguramente él se cansó y se fue o se fueron a otro sitio, y yo me fui por mi lado. Y recuerdo que hubo también otra visita a El 14. Él me dijo “Te voy a enseñar una cosa que solo en la Ciudad de México la vas a ver”, y me contextualizó, me dijo que ahí estuvieron los Baños Ecuador [en la calle República de Ecuador, Centro Histórico], y que El 14 era muy sui géneris porque iban los militares, había un show straight [de sexo en vivo, con voluntarios del público], pero estaba lleno de gays y de vestidas. Era una cosa bizarra, rarísima.
Sentía raro besarlo
¿Cómo se fue dando el enamoramiento? Porque hubo un enamoramiento.
Fíjate que, por alguna razón, nos dejamos de ver un tiempo, y luego un día de 1995 me lo encontré en un evento en el Palacio de Bellas Artes, creo que del Ballet Nacional de México. Después de esa función, Carlos me invitó a cenar y luego a su casa, y ahí fue cuando empezamos como a… sí, a flirtear. Yo ahí ya sentí como que él me empezó a tirar el can. Y yo tardé un poco, la verdad, porque pensaba “Si empiezo a salir con Carlos, ¿cómo podría ser? Es una figura muy importante”… Yo como que empecé a reflexionar si estaría bien salir con él, ya como pareja o como noviecito, o no. Entonces me tardé, ora sí que me di mi taco. Pero él fue muy contundente en seguirme llamando, en seguirme invitando y finalmente, con el tiempo, accedí.
¿Qué te sedujo de él?
Lo que más me sedujo de él es que era una fuente inagotable de información, de conocimiento, me encantaba charlar con él, me regalaba libros, me dio El libro blanco, de Jean Cocteau, y las obras de Jean Genet. También me regalaba discos, recuerdo que me trajo toda la discografía de Grace Jones. ¡Porque de todos sus viajes llegaba siempre con sorpresas increíbles! Por ejemplo, me trajo los primeros libros de Tom of Finland. Y me decía “Tienes que conocer a Divine, tienes que ver esta película, tienes que ver este video, tienes que ver más danza, ¿ya conoces a…?”. Él fue el primero que me habló de una cosa que después me maravilló: la compañía de Alvin Ailey, en Nueva York [Alvin Ailey American Dance Theater]. Me dijo “Tienes que ver su obra Revelations, porque es una joya, una maravilla”. Me ponía en las manos cosas muy valiosas del arte en general, y además me regalaba bastantes libros, que todavía conservo con unas dedicatorias muy cariñosas.
Era un maestro-amante.
Era un maestro-amante-amigo.
¿Cómo te empezó a tirar el can?
Recuerdo que, en una ocasión, me vio bailando en la pista de un antro, no sé si en El 14, en el Butter o en uno de esos, y me dijo “Tienes un cuerpo muy bello. A mí no me gustan los cuerpos voluminosos de los fisicoculturistas; los cuerpos de los bailarines, para mí, son los cuerpos más perfectos”. Y ahí empezó como la seducción. Me decía muy seguido “¿Cómo será tocar tu cuerpo?” y cosas así. Yo, la verdad, como vivía en un mundo entre bailarines y había gente tan bella, con cuerpos tan perfectos, en ese momento no tenía conciencia de si yo tenía un cuerpo bello, solo tenía conciencia de que era un bailarín y que estaba empezando mi carrera. Entonces, cuando Carlos me empieza a seducir hablándome de mi cuerpo, claro que sientes bonito, claro que te sube el ego, claro que empiezas a observar con más detenimiento tu cuerpo en el espejo. Fue un comienzo que me hizo descubrirme a mí mismo en muchos puntos a los que no les había puesto atención.
¿Y cómo fue el primer beso?
(Respira profundo). La verdad, sentía raro porque yo nunca había salido con un hombre de la edad de Carlos [30 años mayor]. Siempre había tenido novios de mi edad, entonces cuando empecé a andar con Carlos en esto del tocarlo, de darle el primer beso, yo tenía una sensación extraña que se fue quitando conforme iba pasando el tiempo y conforme yo lo iba admirando cada vez más por la manera en que hablábamos, por la manera en que se dirigía a mí, por su generosidad conmigo, ahí fue cuando se empezó a quitar esa barrera porque, te digo, yo al principio sí sentía raro.
¿Y era cariñoso?
Sí, era muy cariñoso, pero también tenía una parte que… Sí nos llegamos a enojar porque él, a veces, me regañaba. Él casi me exigía, ya cuando andábamos, que yo debía aprender y saber más cosas. A veces sí me regañaba porque decía “¡Cómo es que no sabes esto! ¡Tienes que saber esto otro! ¡Tienes que leer aquello, tienes que aprender más, tienes que viajar!”. Me lo decía de una manera bastante dura, y era cuando yo me sacaba de onda, me molestaba. De pronto decía “¿Por qué, si todo estaba bien y era tan cariñoso, por qué de pronto me empezó a hablar así? Yo creo que me podría decir lo mismo de otra manera”. Y ahora entiendo su afán porque yo creciera, porque yo aprendiera más y me desarrollara profesionalmente, pero en aquel momento me molestaba.
No era sexualmente salvaje
¿Oye, Pepe, y era buen amante?
(Risas) Fíjate que… o sea, Carlos yo creo que era como… yo lo defino como un amante de la belleza, y no es que yo diga de mí que soy un hombre muy bello ni mucho menos, pero yo creo que él era como ese tipo de relaciones de La muerte en Venecia… que este señor [Aschenbach] admira… pero que quizá sabes que en algún momento no va a ir más allá, que lo que quiere es solo tocarlo [a Tadzio], admirarlo, olerlo, sentirlo. Yo más bien lo asocio con ese tipo de amor.
Obviamente que Carlos admiraba esa belleza, pero no nada más te admiraba, estás eludiendo un poco la pregunta, ya sé que es muy indiscreta pero podrías decirnos algo.
Mira, en el campo sexual, si ya es lo que quieres saber, yo creo que no era una relación tan intensa, pues. O sea, para nada se comparaba con una relación sexual que yo pudiera tener con un amante de mi edad. Aunque sí se llegó a dar, no era para nada ni una relación desenfrenada sexualmente, ni salvaje, ni apasionada; era muy tenue, lo sexual era algo muy tenue.
Pero sí había un contacto sexual, obviamente.
Sí, claro que lo llegó a haber, claro que lo llegó a haber.
¿Cuándo tiempo habrán estado juntos, como pareja, como novios, andando? ¿Se definían así: pareja, novios?
Hubo un corto tiempo en que sí, como tres o cuatro años. Y recuerdo también que cuando ya empezamos a salir y a agarrarnos de la mano, varios de sus amigos que decían “¿Quéeeeee? ¿Qué esta pasando aquí?” Porque después me enteré por sus amigos, por muchos conocidos, que era poco usual ver a Carlos Monsiváis tomando de la mano a alguien en público.
¡Contigo lo hizo en público!
Bueno, también dependía del contexto, si estábamos en el antro, en una reunioncita de amigos donde todo mundo era gay, claro que lo hacía, pero en Bellas Artes o en una presentación de libro claro que ahí, no. De hecho, hay una foto que tú viste hace poco, que subió Braulio [Peralta, a su muro de Facebook y generosamente me proporcionó para publicarla], que yo ni en cuenta de cuándo la tomaron, no la había visto.
¿Recuerdas esa reunión?
Sí la recuerdo, creo que fue en casa del novio de Braulio, o a lo mejor vivían juntos Braulio y su novio Guillermo Arreola, un escritor y pintor con el que vivió o anduvo muchos años. [Braulio me aclaró que fue en el departamento del historiador Manuel Ramos, en República de Cuba, Centro Histórico].
¿En una reunión de este tipo llegaban y Carlos te presentaba como su novio, o simplemente como José, Pepe o ya todo mundo sabía?
No, así como su novio no. Decía “Miren, les presento a un bailarín, trabaja con Flores Canelo”. Pero ya después, cuando pasaban las horas, todo mundo se daba cuenta porque me empezaba a acariciar o a tomar la mano.
‘Él no me habría mentido’
La relación de amor entre Carlos Monsiváis y su “danzarín precioso” debió empezar a finales de 1995 porque Pepe recuerda que en 1996, cuando fundó La Cebra Danza Gay, “ya era muy intensa, estaba a todo color”.
Lo que el coreógrafo más le agradeció al célebre cronista fue la fe que siempre tuvo en su talento y el impulso que le dio a su compañía, cuyas coreografías hicieron historia al abordar temáticas como la homofobia, la soledad y el sida: Danza del mal amor, Ave María Purísima, Antes que amanezca (Cuando ya va bien mala), entre otras.
Pepe ha contado muchas veces que el escritor financió una de sus primeras producciones, Brooklyn I’m feeling blue, que en el mismísimo año de su estreno, 1996, ganó el premio Nacional de Danza UAM-INBA.
“Yo sufrí varios descalabros al ir a pedir funciones para La Cebra en algunas instituciones”, me dijo conmovido.
“Cuando se enteraban de que era una temática explícitamente gay, muchos me cerraron la puerta y Carlos fue de los pocos que me dijo ‘No te rindas, tu trabajo vale la pena, está muy bien lo que estás haciendo, yo veo un gran potencial’. Entonces, el apoyo moral y económico de Carlos Monsiváis en los primeros años de La Cebra es algo que llevo en el corazón”.
La imagen del temperamental bailarín, con altísimos tacones y muletas, en Cartas de amor (2001), una de sus coreografías más impactantes sobre el sida, me vino a la memoria al escucharlo aclarar con vehemencia:
“Más allá de lo económico, más allá de lo sexual, más allá de que si nos agarrábamos la mano, más allá de que si me presentó con grandes figuras, porque recuerdo una ocasión en que estuvimos toda la noche en el Tenampa, con Chavela Vargas, que fue una noche increíble, y me presentó a Jaime Humberto Hermosillo, me presentó a infinidad de personas, me llevó un día al camerino a ver a Jessye Norman, ¡imagínate! Más allá de todo eso, lo que yo siempre digo de Carlos es que me dio las palabras de aliento para que yo continuara con mi proyecto de La Cebra Danza Gay, y por esa razón yo lo llamo uno de mis pilares. Pero también creo que, si él no hubiera visto, si no hubiera intuido que algo iba a pasar, no me hubiera mentido”.
Pepe recordó que se sentía muy inseguro en la primera función de La Cebra, en el Museo del Chopo, el 25 de junio de hace 24 años, durante la Semana Cultural Lésbica Gay, hoy Festival Internacional por la Diversidad Sexual.
“Porque muchos amigos míos se burlaban de mí, literalmente en mi cara, cuando les decía, para empezar, el título de La Cebra. Y luego cuando les explicaba que era una compañía integrada solo por varones y que íbamos a abordar la temática gay, mucha gente se burlaba y me decía que me estaba autoetiquetando y automarginando, y él nunca me dijo esas palabras, ¡nunca! Carlos me abrazaba y me decía ‘Muy bien’. Y una vez, en una función que por alguna razón yo salí triste, me dijo ‘Estoy muy orgulloso de ti y de lo que estás haciendo’”.
¡Qué fantástico!
Y mira, al recordar esto hasta me dan ganas de llorar…
A mí también.
Fue una relación muy bella, y la verdad es que cuando falleció, yo no quise ir ora sí que al mitote, a oír que todos lo amaban y lo adoraban. Sí era una persona muy querida en México, pero no quise ir, no quise saber nada de eso porque también no lo quería ver ahí en la cajita de cenizas, sino que quería recordarlo como fueron nuestros últimos momentos juntos. Le había dedicado un solo de Yo no soy Pancho Villa ni me gusta el fútbol, en el que, con música de Erik Satie, hago figuras como las esculturas griegas.
¿Hubo alguna ruptura o simplemente se fue dando un alejamiento entre ustedes?
En el año 2000… fíjate, yo creo que duró más de tres o cuatro años la relación, porque ahorita me estoy acordando que en el 2000, que se celebró en grande este acontecimiento del cambio de siglo en el Zócalo, yo participé en la festividad, en una de las plataformas, y recuerdo que fue el último día que lo vi como pareja, como novios. Él estaba con todos los directivos de, en aquel momento, Conaculta, de Bellas Artes, y al terminar hubo una cena o un festejo en uno de los hoteles enfrente del Zócalo, y todavía estuvimos ahí celebrando el año nuevo. Después de eso se fue diluyendo la relación y ya casi no lo volví a ver.
¿Dejaron de buscarse?
Nos dejamos de buscar, quizá cambiaron los intereses, yo conocí a una persona, pasaron muchas cosas… Nunca hubo un pleito, nunca hubo una ruptura como tal, lo dejamos pasar, se empezó a diluir y así terminó.
En julio de 2015, en la entrevista para Chulos y coquetones me dijiste que no eras de muchos enamoramientos. ¿En esos escasos enamoramientos, qué lugar ocupa tu relación con Carlos Monsiváis?
La relación con Carlos pertenece a este tipo de relaciones de Platón con sus discípulos, es más como ese maestro, ese guía, que te va enseñando, que te va dando pautas pero que al mismo tiempo hay una relación sentimental, como un amor apolíneo y dionisiaco [entre lo bello, racional y la sensualidad], ahí lo coloco.
¿Cómo lo evocas, cómo lo recordarás este 19, a 10 años de su muerte?
A veces lo veía muy serio en los círculos de los grandes intelectuales, y la verdad es que me aburría un poco verlo ahí. Lo que recuerdo de Carlos, y como quiero recordarlo siempre, es que tenía un gran sentido del humor, era muy ácido, muy sarcástico.
¿Qué le aprendiste?
(Suspira). Eso, precisamente. Que hay que reírnos de nosotros, que hay que reírnos de la vida, que hay que reírnos de todo y hay que caminar ligeros.
¿Y qué crees haberle dado?
Cariño, cariño. Yo tengo una imagen, hacia fuera, como de diva, como de frío, como de cabrón, pero cuando estoy en la intimidad soy muy muy tierno y creo que los momentos de ternura que le ofrecí, él se los llevó.
Como dice mi colega Braulio Peralta: “Tenemos que contar nuestras historias de amor”. Esta primera aquí es para ti, querido cómplice.
¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
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