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Ni él ni ella, ¡Azul!

Ni él ni ella, ¡Azul!

Por Antonio Bertrán

Caminamos por Isabel la Católica rumbo a la calle de Tacuba entre un mar de miradas de los transeúntes cotidianos del centro, la víspera de que la Ciudad de México llegara al verde en el semáforo epidemiológico.

Más que a mí que en algunos sitios le tomo fotos, los escrutinios se dirigen a mi singular modelo; la mayoría son de reojo con discreto asombro, y hay algunas de desconcierto que prefieren fingir que no están viendo lo que destaca a la vista. Pero no hay aspavientos o comentarios groseros, al menos no en un tono que podamos oír.

De casi dos metros de estatura, en buena medida cubiertos por una estrecha falda negra, Azul pisa con sus rudas botas del número 11 como si el piso no le mereciera. Y su andar es rápido, da un paso y yo uno y medio para lograr ir a su lado.

Tratar de ser una fugaz aparición es parte de su estrategia como persona no binarie para ir por la vida llevando consigo su espacio seguro porque no se identifica con las estructuras estipuladas para hombre ni para mujer. En otras palabras, ha decidido vivir fuera de los géneros.  

"Siempre visto de negro y medio dark, entonces le apuesto a inferir un poco de miedo o a que se queden como diciendo What?, y antes de darles tiempo de que entiendan qué está sucediendo yo ya me fui", me había explicado un poco antes en la entrevista.

A la tranquila terraza del Museo del Estanquillo, Azul entró minutos después de las 11 balanceando los tatuados brazos que dejaban ver las mangas tres cuartos de un elegantísimo ensamble bordado. Se sentó manteniendo la ancha espalda muy recta; lentes rosados y cubrebocas cayeron para dejarme ver unos ojazos verdes de mirar decidido, y los labios encantadoramente pintados de carmín.

Noté que las manazas que envidiaría cualquier luchador para soltar demoledoras bofetadas más bien eran de ademanes pausados, y no recuerdo haber visto que en algún momento las llevara a la cabeza para mesarse la larga cabellera castaña de cuyo arreglo se ocupa elle misme, como buen estilista.

Acostumbrado más al joteo en femenino, en algunos momentos de nuestra conversación me esforcé en usar el género neutro que, al preguntarle desde el principio cómo debía hablarle, me aseguró está trabajando para "hablar de manera no binarie, pero también he vivido toda mi vida refiriéndome a mí misma o a mi misma persona en masculino, así que con los pronombres realmente no tengo problema".

"¡Qué alivio!, pensé. "Porque a mí todavía se me traba le reverse gramaticale".  

–Ante esas muchas miradas hay varios factores a tu favor: eres muy alte, muy güere, tienes los ojos verdes –le había planteado sobre su ir por la calle o subirse al metro vestida con la ropa femenina que, me confiaría, prefiere comprar en los bazares para evitar los comentarios que suelen hacerle en las tiendas sobre dónde está el departamento de caballeros.  

–Sí, todos los privilegios los uso para ello.

–Antes que vivirlos con culpa, me parece muy bien que los aproveches y disfrutes.

–Y los uso también para hablar por los que no los tienen. Si tienes una voz y no la usas por los demás, estas usándola mal.

Y también si se tiene una imponente figura como la suya, que puede ser un referente.

"Salir a la calle así lo hago por dos razones: uno, si no lo hago yo no lo va hacer nadie más, y dos, porque yo necesité cuando pequeño que hubiera esa imagen en la calle para saber que algún día podía ser así. También camino con toda esta gallardía y seguridad, como si la princesa Diana viniera caminando por Reforma, para que alguien tenga ese '¡Así quiero ser!' que para mí, en algún momento, fue un tío Guillermo, Billy, Hülsz Piccone, un artista que era el tío gay de la familia. Se vestía espectacular, y cuando veníamos a Mexico y nos lo entrábamos era de: '¡Ah, tiene los zapatos morados! ¿Por qué si es hombre?'".

Bautizado como Adrián y originario de Monterrey, Nuevo León, donde vino al mundo por un accidente geográfico y vía cesárea hace 37 años (acaba de celebrar su cumpleaños el 30 de junio), como Azul renació en 2014.

"Me brilló", así de sencillo fue su respuesta al por qué. Pero insistí si también había un acto de reivindicación política detrás de este ir contra el género binario y adoptar otro nombre.

"También un poco por lo político contestatario", reconoció. "Por ejemplo, mi nombre sí me gusta, de algún modo toda mi vida he vivido con el nombre que me asignaron, pero elegir que me llamen por otro nombre también es un acto político de: "Esto soy y me vas a llamar así, y me vas a respetar en la mesa".

En pleno uso de su libertad eligió Azul porque es su color favorito y tiene esta dualidad de ser culturalmente designado para niños y al mismo tiempo ser un nombre de mujer.

–¿Dónde nació Azul? –seguí con el juego de su parto por decisión propia, y elle se llevó sus grandes manos al pecho para responder:

–Aquí, en mi corazón. Nació de un momento en que me digo que toda la vida he estado vagando entre cómo identificarme y los géneros, sin embargo antes nada más eras gay o lesbiana, gay o no gay, heterosexual, ¿cómo se les dice, bugas? –suelta una risa y bromeamos si aún existen–. Pero trabajaba para alguien y tenía que cumplir unos estatutos. Cuando pongo mi primer salón, Chez Moi Hair Studio, en la Del Valle, y ya empiezo a trabajar sin horarios, sin jefes, entonces empecé a vestirme un poquito más, a integrar más esta imagen a mi día a día hasta que ya no hay vuelta atrás.

–¿Cómo nació Azul? Además de divina.

–Pues de una necesidad de empezar a encontrarme... Es el gritar: "Esta persona soy yo en el día a día. Y ya –dijo expresando determinación con una mano– aquí me voy a empezar a vivir". Poco a poco fui poniéndome un arete, y luego me puse el otro. Por qué uno y luego el otro no tengo idea, pero así lo decidí hacer, y de repente me maquillaba algunos días, otros días no.

El momento determinante fue motivado por la solidaridad, para apoyar a una amiga trans muy querida, que llegaba a su salón como "niño", entraba al baño y salía transformada en Juliet. "Entonces ya la atendíamos como Juliet; mi salón era su lugar seguro".

Un día Juliet le pidió a la Azul en ciernes que la acompañara a la plaza comercial Antara, para aprovechar una venta de barata en una importante tienda de cosméticos.

–"Sí, pero dame un segundo", le dije. Y me arreglé, completamente maquillada, con todo el look de niña. "¡Ya, vámonos a Polanco!", y me fui yo en niña para apoyarle, para que viera que no pasaba nada. Las reacciones fueron muy interesantes y de ahí lo empecé hacer dos, tres veces a la semana, un poquito más cada vez hasta que ya empecé a vivir y no salir de mi casa sin maquillaje.

Sargento con falda larga, bonita

–¿Este nacimiento de Azul implicó alguna eutanasia de Adrián?

–Todas, de la familia, de mí... De mí no, de Adrián no, tuvo un poco de: "Esto es lo que soy, de aquí vengo", y hacer conciencia también hacia atrás de que siempre había sido Azul, de estos pequeños momentos, por ejemplo, cuando niño: el verme en el espejo y agarrar el labial de mi mamá y ponérmelo, y después lavarme la cara para que no se me notara. Las joyas de mi mamá me las ponía todas, ahorita las tengo yo, van de madre a hija y me tocaron a mí.

Tiene una hermana menor, me confió Azul, "que se quedó en un viaje a Laredo, con cocaína". Y para sacarme del error porque entendí que murió en un pasón, explicó que llevaba la droga escondida en las llantas de una camioneta, a reventar.

"Está encerradita en Estados Unidos, un rato. Pero tampoco somos amigos, no tenemos relación desde hace muchos años, nunca he sido alguien de mucha familia".

Hace 13 años que por preservar su espacio seguro, Azul cortó con su padre y no ha vuelto a tener noticia de él. Su madre, con la que hace dos años no se habla, se separó de su marido cuando le dijo que iba a tener un hijo con otra mujer. Adrián rondaba entonces los ocho años, era un solitario niñe o niño –"sí me gusta este juego de: 'Cuando era niño', ya no lo soy, ahora soy una persona diversa"–.

"Me encontrabas en la esquina leyendo todo el día, solo, solo, solo; en el camión de la escuela iba hasta atrás, sentado en una esquina, y si se sentaban los bullyes atrás me iba pa’delante", evocó entre tragos de un café americano, pero sin aceptar la galleta que le ofrecí porque es vegane y evita los alimentos que proceden de seres con un sistema nervioso central.

–¿Y entonces te das cuenta de que tenías un gusto por los hombres?

–No por los hombres necesariamente, sentía esta admiración por la belleza, no te podría decir que solamente me gustan los hombres de ciertas características, no, me gusta admirar la belleza.

–¿Puede ser de hombre, mujer o alguien más andrógino, por llamarlo así?

–Todo. Me encanta la belleza y me gusta mucho admirarla. Sin embargo, ya de ahí a la cama, digamos, son muchos más factores: quién es, cómo piensa...

–Bueno, pero estás casada con Rey Calavera (Alfredo Cordero), que biológicamente tiene un pene, por ejemplo, para decirlo así.

–Sí, claro. Digamos que soy alfredosexual porque él se llama Alfredo y mi vida sexual es con él. Pero la belleza me encanta, siempre supe admirar la belleza, el arte, desde niñe me ponía a pintar, a dibujar, y las líneas y los cuerpos... y hoy en día trabajo con las formas, en la peluquería trabajo con las formas, dibujo en el cabello.

En una página de Facebook, como Azul Piccone comparte las obras que ejecuta en "acrílico sobre sueños"; son autorretratos de estilo peculiar por sus largas y delgadas extremidades y manos inmensamente desproporcionadas.

Ese niño solitario que fue, también tenía una fantasía que a mí me sorprendió en una persona diversa: quería ser militar. Al parecer todo empezó buscando la figura paterna en el comandante de la banda de guerra a la que acababa de ingresar en la primaria, y además así podría vivir su ser disciplinado que no le permitieron canalizar estudiando extra escolarmente ballet.

Tras haberse negado varios años a cumplir su anhelo, un buen día su madre le mostró un folleto del Colegio Militarizado Moderno Alarid para convencerlo de mudarse con ella y su nueva pareja –con quien terminó casándose– de Monterrey a la Ciudad de México.

"Ese uniforme [de cadete] puesto, ¡uta!, es como traer las joyas hoy en día, era mi forma de vivirlo", explicó Azul llevándose una mano a la fulgurante gargantilla.

–Claro, con los botones relumbrantes, los zapatos igual, todo perfectamente planchado –no pude más que estar de acuerdo en la fantasía de glamour sublimado.

–Y que la casaca, la guerrea es una falda larga, bonita, ¡tiene todo! Ahí fue donde me acepté como una persona homosexual, como un chico gay y luego me salí de la escuela porque ya no podía seguir creciendo en un ambiente así de tóxico. Estuve segundo y tercero de secundaria y primero de prepa. Ya empezaban las agresiones, ya empezaba a gritarme por atrás: "¡Pinche puto!". Sin embargo, como tenía grado, si los cachaba me los echaba.

–Eras sargento.

Sargento segundo. En la escuela éramos dos sargentos segundos y un sargento primero. El primer año sí había mucha violencia y muchas cosas, sin embargo aguanté vara porque era parte de [la disciplina], y del: "Si chillas te va a tocar doble". Pero el siguiente año me pongo a estudiar, saco grado y me voy a perseguir a los bullyes del primer año. Y fue de: "A ver, tu traes los botones sucios, las botas sucias y estás arrestado". "No, que te voy a romper tu madre, Piccone". "Ah, entonces estás arrestado toda la semana". Y como me tocaba de servicio todo el tiempo porque era interno, me podía quedar con ellos el viernes hasta las ocho de la noche, que salía.

Era como una revancha, reconoció, pero "con las de la ley en la mano, como debe ser". Así Piccone, que era "fibra" –chingón, disciplinado, buen estudiante, alguien honorable– se volvió "el vengador" y en castigo podía tener a los acosadores tres horas en cuclillas.

Yo soy mi espacio seguro

Las fotos y anécdotas de ese periodo marcial las compartió en mayo de 2020 en su página personal de Facebook: Azul PicCor. Es la conjunción de su apellido materno de origen italiano, Piccone –"mi tatarabuelo [Giacomo Piccone] era ingeniero y viene a México con Adamo Boari a construir el Palacio de Bellas Artes"–, y el de Alfredo Cordero, Rey Calavera, apodado así por un papel que hacía en el programa La noche del vampiro.

Con el también fotógrafo del que quedó flechado en una sesión para editorial, Azul se casó legalmente el 21 de agosto de 2015. La pareja se dice cariñosamente "esposio" el uno al otro. Después de firmar el contrato matrimonial, han tenido otras dos bodas, me relató: una espiritual y otra en que los casó Wanda Séux, en el Club de Periodistas.

"Antes no me podía casar, me voy a casar todas las veces que yo quiera, y con el mismo", argumentó y me anunció que están planeando una cuarta ceremonia, en la que ahora sí planea lucir "un vestidazo de terciopelo negro", porque en las tres ocasiones anteriores les esposios vistieron trajes del mismo terciopelo negro, muy vampiros.

–¿Por qué alguien que va contra el género binario establecido, y además contra esos estereotipos de cómo tienen que vestirse los hombres y las mujeres, hace algo tan conservador, tan tradicional como contraer matrimonio?

–Como acto político también. Toda mi vida soñé con que existiera la posibilidad para mí de casarme. Creo en las relaciones, en los acuerdos y en que puedes vivir con alguien. El matrimonio lo veo más como un negocio: tú qué tienes para poner en la mesa, qué tengo yo para poner en la mesa, y vamos a trabajar todos los días para que funcione nuestro negocio. No es el camino amarillo, no, ni madre. Es un trabajo padrísimo. Me casé justo por eso: no tengo una relación buena con mi familia, de lo que yo construya no quiero que despojen a mi marido. Por la ley, mi familia es Alfredo.

–Es un contrato, como hacen los bugas también.

–Es un contrato; el contrato diario es diferente: elijo estar contigo todos los días y elijo ser no fiel, elijo ser leal, elijo estar contigo en lealtad y chingón. Nos tenemos confianza y somos independientes, Alfredo es mi mejor amigo, este último año de pandemia no lo volvería a elegir pasar con alguien más.

De esas obras en acrílico sobre sueños que le permiten "transcribir lo que vivo a través de la pintura", me llamó la atención Meditación (2020) porque en la entrepierna tiene una puertita:  

"El sexo es una puerta, y volvemos a que hemos construido mucho las cosas alrededor del sexo, muy rígidas, las cosas tienen que ser así y así", me explicó.

"Y la verdad es que no, tienes que abrir tú la puerta y conocer tu propio mundo, conocerte. Pinto para poder explicar mi realidad, para poder hablar de cómo me siento y justo esta Meditación es el proceso de entrar en mí y poder tomar todas estas herramientas, hacerlas mías y explorar, y el camino y el sol, todo va hacia allá.

–¿Pero quien puede abrir esa puerta y qué hay ahí?

–Hoy en día la puerta, digamos, conduce más a mi espiritualidad, a mi forma de ser. ¿Quién...? Quien se atreva y pueda tener la humildad de llegar a conocer y entender el mundo que vivo. No es una puerta hacia mi sexo, es una puerta a mi persona. Soy muy exigente con mi espacio seguro y no me quedo callado más. Si algo en la mesa me pone, me paro y me voy y te miento la madre y no me vas a volver a ver en tu vida. Esa puerta se cierra y no la vas a volver a abrir en tu vida, te doy una oportunidad y se acabó.

–Entonces tu espacio seguro va contigo.

–Todo el tiempo.

–No es un lugar, eres tú haciéndote.

–Yo soy mi espacio seguro y lo manejo así, si no me siento cómodamente en un lugar –choca las palmas de las manos como sacudiéndose el polvo)–, ¡adiós! No tengo por qué estar ahí.

--Antes de que haya una agresión mayor.

–O antes de que yo me ponga a la defensiva porque también puedo ser bastante… A ver, mandé a la mierda a mis papás, puedo mandar a la mierda a quien sea.

–¿Y lo has hecho seguidamente en lugares públicos?

–Todo el tiempo. La que era mi mejor amiga, por ejemplo, hace unos días conoció una teoría radicar feminista, empezó a decir cosas, a publicar cosas, y ya no nos hablamos. Si mi espacio seguro se siente vulnerado contigo, no me vas a volver a ver. Tengo unos círculos [concéntricos con los colores del arcoíris, tatuados en el hombro derecho], fue mi tercer tatuaje y uno de los que me empezó a convertir en Azul. Es como la energía saliendo del cuerpo, mi manera de recordarme que la vida son círculos y en algún momento tu círculo y el mío se unieron, y en algún momento, a lo mejor, nuestros caminos son distintos y no por eso odio y ya. No, ese tiempo que estuvo unido es maravilloso.

–Un cliclo.

–Exacto, son ciclos, las cosas nos son perennes, las amistades no son perennes, las relaciones no son perennes, y tampoco tendrían por qué serlo, y tenemos que ser más celosos de nuestros espacios seguros.

Al estacionamiento donde dejó su coche, Azul entró con absoluto aplomo, directamente hacia la ventanilla para pagar el boleto. Un acomodador le preguntó con la mayor naturalidad: "¿Qué carro sale?". Mi amigue le dijo el modelo y placas, y sin reparar en quién la estuviera mirando se sentó como una reina para para posar junto al altar de otra, la Guadalupana. Tres minutos después daba una propina, se subía al vehículo y salía diciéndome felizmente adiós.

¡Hasta el próximo choque de chiches y braguetes, señoras y señores míos!

 

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