"Uno de los estigmas más gachos que he vivido no ha sido por ser gay, no ha sido por ser VIH positivo, no ha sido por ser artista, ha sido por ser adicto".
La voz de Valerio Gámez suena serena, solo alterada por el eco del patio estilo árabe cubierto por un domo, donde platicamos. No hay en su timbre grave irritación ni reclamo, que sí se advierten en el rostro de cejas pobladísimas del Niño, cuyo enorme retrato de cuerpo entero cuelga a espaldas de Valerio, y me ha interpelado toda la entrevista con sus ojos marrones y la boca fruncida, apretada, que no necesita abrirse para expresar: "¡Me lleva la puta chingada!".
"Él se la pasaba aislado y enojado, imagínate estar encerrado y enojado en un lugar tanto tiempo, se vuelve más una tortura", dice el artista plástica sobre el joven de 20 años que fue uno de sus "compitas" en el anexo de Querétaro donde pasó un mes en un "secuestro consensuado" a causa de su consumo "insostenible" de la metanfetemina conocida como cristal.
"Yo claro que estaba muy enojado con mi hermana, enojado conmigo mismo, enojado con mi esposo; luego fui entendiendo que eso no iba a servir de nada y que el único responsable de que yo estuviera ahí era yo mismo, y llegó un momento en que dije: 'Ya estoy aquí, si voy a seguir un día más, porque no sé cuándo me van a sacar, que este día valga la pena', y fue mi auto terapia, le eché ganas porque lo que sí me quedaba claro es que yo no quería salir a volver a drogarme".
En sus entonces 43 años de vida, Valerio Gámez (5 de junio de 1975) nunca había escuchado qué era un anexo, ese internado anexado al Grupo de Alcohólicos Anónimos donde, afirma como denuncia, "no hay ningún tipo de servicios de salud, no hay nutrición, no hay médico, no hay terapia, lo único que hay es tribuna de doble A", ocho horas al día, en la que los anexados debían escuchar con atención, mirando directamente al compañero, porque si se distraían eran golpeados y si reincidían, castigados.
"Estando ahí adentro, sorprendido por las condiciones de sometimiento, no de rehabilitación sino de castigo, castigo por parte de la familia en muchos casos, por parte de la sociedad que sí está consciente de la existencia de estos lugares, y al ver las condiciones en las que convivíamos los anexados ahí, a mí se me hacía imposible de creer", confiesa con el mismo tono tranquilo de voz.
"Pensaba que saliendo de ahí yo iba a decir: 'Esto está pasando', y todo mundo se iba a alarmar o sorprender, como yo lo estaba; ya cuando salí, rápidamente me di cuenta de que no, los anexos son una cosa muy común y que mucha gente está al tanto de su existencia y de cómo se manejan, y si uno sale a denunciar la primera persona a la que meterían a la cárcel por secuestro obviamente sería tu familiar".
Por eso estando encerrado, presa de la claustrofobia, después de pasar varios días tirado en el piso gris del pequeño patio "llorando, moqueando", porque "ya sin drogas, ya sin fiesta, ya sin sexo todo el tiempo" le cayó encima "todo el dolor emocional que traía" por la muerte de su madre y la depresión crónica que ha vivido, después de ese trance el artista plástico pensó que tenía que retratar a sus compañeros de pesares.
Una idea que en ese momento no podía considerarse "un proyecto", aclara, aunque quizá era algo más trascendente: el motivo para seguir adelante y la brújula para finalmente encontrar el camino de regreso del infierno y no volver a él.
El resultado es Anexados, una serie fotográfica descarnadamente honesta y a la vez dignificante, como cada palabra que Valerio dice en esta entrevista minutos después de llegar, procedente de la ciudad de Querétaro, a la galería ArtSpace México que dirige Armando Martínez, ubicada en el 281 de Campeche, en la Condesa.
"La idea de hacer estos retratos estando ahí adentro era transmitir lo que yo estaba pasando y lo que yo veía que mis compañeros estaban viviendo que es, primero, este castigo por haber consumido o desarrollado una adicción, en especifico en el anexo todos éramos adictos al cristal", explica.
"Y por otro lado, el abandono en que muchos de los compañeros están, porque si la familia piensa tenerlos ahí cuatro meses (el tiempo "sugerido"), en muchos casos ni siquiera regresan a visitarlos, están esos cuatros meses ahí abandonados o, a veces, por más tiempo".
Después de pasar por las tres puertas con trampas del anexo, no hay forma de comunicarse con el mundo exterior, obviamente están prohibidos los celulares, y Valerio ni si quiera se pudo enterar de la inminente llegada del coronavirus.
"Entonces siento que (la foto) era como un grito, era darle la oportunidad a cada retratado de, con su rostro, decir: 'Aquí estoy, no se olviden que aquí estoy, soy persona y siento', dirigido a su familia, a sus amigos o a la sociedad en general".
Y Valerio agrega "sin ser cursi" (preocupación concurrente en sus declaraciones): "Es como ese grito que yo mismo sentía las ganas de dar estando ahí".
Acaba de llegar Valerio, es gay
Después de consumir diariamente cristal durante un año, un domingo de noviembre de 2019 Valerio Gámez logró marcarle a su hermana mayor, Úrsula, y a su tío materno Evaristo, y les pidió que fueran por él a su casa "para detener este infierno".
Era medianoche y se encontraba en "pleno viaje, encristalado, trabado, torcido", después de una pelea con su esposo, en la que hubo violencia física.
"Me sentía aturdido todo el tiempo, hipersensible a la luz y los sonidos, irritable fácilmente y de plano no podía concentrarme ya en nada que no fuera estar cogiendo, estaba inmerso en 'lo que viene siendo' el chemsex", me había contado el 18 de diciembre de 2020 en un mensaje de WhatsApp presentándome la serie. Era el primer aniversario de su ingreso al anexo.
"Sin embargo, una neurona aún pataleaba en mi cerebro y me decía que debía detenerme, y fue así como desde semanas antes había estado hablando con mi hermana pidiéndole que me ayudara a buscar terapia o una clínica para rehabilitación".
En su búsqueda, Úrsula llamó a un anexo. Valerio ahora sabe que sus dirigentes, conocidos como padrinos, son expertos para "enganchar a la familia" de una persona que consume sustancias, porque saben que "ese nuevo cliente les va a durar por años", dadas las previsibles recaídas.
"Y el padrino le dijo a mi hermana la lista de cosas que ya se sabe que tiene un adicto: ¿Ha dejado de trabajar, ha dejado de ver a la familia, se ha alejado de los amigos, se la pasa encerrado, se desaparece?... Entonces lo tienes que internar hoy, mañana puede estar muerto".
El relato de Valerio seguía así:
"Un fundido en negros y después plano picado al revés de cuatro chacales fornidos zarandeándome para despertarme. Me sacaron de la cama, me subieron a un auto y me llevaron contra mi voluntad a un lugar donde permanecí secuestrado, incomunicado, sometido y amedrentado".
Cuando llega un nuevo anexado, el padrino lo presenta voceando su historial, que en el caso de mi amigo fue así:
"Acaba de llegar Valerio, lleva un año drogándose, es gay, vive con su esposo, tiene un negocio de desayunos, y ya le dieron en la madre al negocio, dejaron de ver a la familia, organizaban orgías en su casa".
El "único gay confeso" entre 39 hombres mayoritariamente jóvenes, tuvo el instinto de supervivencia de darse a respetar. Resulta muy moralista el asunto, reconoce, pero no funciona de otra manera.
"Yo soy muy sexual, y obviamente todo el tiempo había esa tensión sexual, pero si yo no me daba a respetar me ponía en una situación muy vulnerable, porque así como había visto que golpeaban en bola a los que se querían escapar o no seguían una orden precisa del padrino, a la hora que hubiera una ira colectiva por cualquier tema, si yo me ponía como blanco fácil, al que iban a golpear era al maricón, obviamente. Así que nunca toqueteé a ningún compañero.
"En la tribuna yo empecé a hablar de varios aspectos, inclusive de que el consumo del cristal te desinhibe, te hace organizar orgías, grinderear todo el tiempo y meter gente a la casa todo el tiempo".
Pero bajando de la tribuna, para decirlo con un término anexero, "a nivel de patio, que era un pedacito así (como de tres metros cuadrados), ya ahí yo no hablaba nada de tema sexual ni joteaba ni sabroseaba a nadie".
Valerio recuerda que aunque vio "la cara de asco" que le hicieron por ser joto, sobre todo los que eran mayores, y que cuando ellos subían a tribuna y hablaban de sus experiencias de vida si describían algún gay se expresaban de manera ofensiva y violenta, "a la hora de estar en el patio curiosamente había mucho respeto".
Incluso esa persona que "odiaba a los putos", al poner el tablón en el patio –donde se hacían todas las actividades– para comer, podía sentarse a su lado y tomarlo de la mano durante la oración para dar gracias por los alimentos.
Finalmente cada anexado tiene su "dolor más profundo", y escuchar a cada cual desnudarse en la tribuna crea una fraternidad que, sin embargo, va a durar solo el tiempo que se permanezca en el lugar, lo que también explica por qué al salir y recaer en la droga, las personas vuelvan o pidan a la familia que los lleve al mismo anexo.
"Si a mí me daba asco esa persona homofóbica, también aprendí a respetarla y no engancharme; estábamos ahí parejos, ya no hay ellos, ya es un nosotros, y ves que también los hombres heterosexuales tienen un problema emocional, y el anexo es el único lugar donde bajan la guardia, porque también escuché el testimonio de violadores, de asesinos, de sicarios que una de sus chambas era descuartizar cuerpos (y eran llevados por sus familiares desde otros estados para evitar que los asesinaran en un ajuste de cuentas, como el que cobró la vida de 27 personas, el 1 de julio de 2020, en un local similar de Irapuato).
"Tienes que entender que si te enganchas moralmente con lo que tú repruebas de los demás se vuelve más un infierno, y ellos son con los que duermes al lado, con los que comes, con los que te bañas, así que moralmente aprendes a no juzgar a la gente y eso es lo positivo que aprendí, aunque suene raro, en el anexo: salí siendo más empático con la gente de todo tipo".
Escape gracias al VIH
Presa del miedo de ser víctima de maltrato, la única ocasión que Valerio pudo hablar con el padrino trató de establecer un vínculo, por elemental instinto de supervivencia, contándole que hacía fotos y le propuso tomarle un retrato.
"Lo hice tratando de crear una empatía, buscando su lado de vanidad, así como ellos te preguntan todo de ti para controlarte, yo trataba igualmente de enganchar al padrino, en esta onda casi de lamerle los huevos.
"Se llama Adolfo, y vi que era fan de Hitler, su perro se llama Hitler y andaba suelto en el anexo, mordía a los compañeros, les sacaba sangre, y los sábados, que es el único día que ponen una televisión con películas de DVD, la temática era sobre campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, así que me quedaba claro que el padrino tenía una necesidad de reconocimiento y una fantasía de tener control y poder sobre la gente".
La breve charla, evoca Valerio, coincidió con la visita del padrino de otro anexo, y le pareció una escena de campo de concentración nazi porque Adolfo, como si fuera un oficial alemán, hacía chistes con el sometido y sobre más sometimiento al decir cómo debía retratarlo y ordenarle que también retratara al padrino visitante. Pero funcionó particularmente cuando el artista regresó al anexo para conseguir el permiso de entrar con una cámara.
Había logrado escaparse el 18 de diciembre de 2019, tan solo un mes después de ingresar, aprovechando que tuvo consulta con su infectóloga por el tratamiento para el VIH que, por más que desde el día uno insistió, nunca pudo seguir en el anexo porque el padrino no permitió que le pasaron los antirretrovireales que le había entregado su familia.
Cuatro compañeros, en calidad de celadores, fueron con él a la cita, en la que planteó a su médica la situación que estaba viviendo en el anexo, y que se resume así:
No había ni lavabo para lavarse las manos, solo había un baño, una taza con una tablita para taparse, tres tubos como regaderas y solo se permitía estar bajo el chorro del agua 30 segundos, así que había que elegir qué parte del cuerpo se lavaba cada día; para comer solo daban arroz o sopa de pasta hervida con aceite, sin sabor porque no hay sal, ni jitomate, mucho menos verduras, frutas, queso o carne, a pesar de que los familiares deben entregar semanalmente una despensa, que termina en una tienda de abarrotes cercana, negocio del padrino.
"Si la doctora me había visto mal físicamente por el consumo (de la droga)", cuenta Valerio hoy repuesto y con lonjita, "después de un mes en el anexo me ha de haber visto aún peor, porque luego luego dijo: 'Sí, no regresas ahí, no dejo que te lleven estos cuatro que están detrás de la puerta, pero dime cómo le vas a hacer para no recaer'. No me la puso tampoco fácil.
"Y ahí entran otros temas, la situación de la adicción se vuelve totalmente moral y punitiva, y la doctora, que siempre ha sido muy amable y atenta conmigo, en ese momento se vuelve juez".
También apareció en la cita su hermana Úsrula, a quien no había visto en ese tiempo, y que en principio no quiso escuchar sus razones y trató de regresarlo al anexo, porque el padrino "ya le había lavado el cerebro" advirtiéndole: "Seguramente tu familiar se va a quejar, pero si no está aquí los cuatro meses va a recaer".
Finalmente la doctora salió a decirle a los compañeros, "en su advocación de celadores", que se fueran, que su paciente estaba delicado de salud y así no podía regresar con ellos.
Pasó un mes de su liberación, el artista visual pensaba día y noche en las fotos y en los compitas que dejó adentro, sentía que era un deber, algo que les debía a ellos regresar a visitarlos y tomar las fotografías como registro de ese momento que estaban viviendo.
Y también una manera de quitarle al lugar "el poder negativo que mi miedo le había otorgado", y exorcizar las pesadillas que lo acosaban.
"El anexo es solo una casita, el primer cuarto es como una oficina, es lo único que ven los familiares, un escritorio y ahí está a veces el padrino, si no está en su recámara o sale y le deja encargado el anexo a los cuatro servidores, o sea, a los anexados de alto rango (que por esa circunstancia tienen el privilegio de calzar tenis en lugar de chanclas como los demás).
"Fui en horario de la mañana, ya hablo con el padrino, le recuerdo lo de las fotos y le digo que quiero retratarlos, y me dice que sí".
¿Pero no hay ninguna represalia porque te hayas escapado?
No, porque es lo normal, todo mundo trata de escaparse, a los que no lo logran los golpean y se siguen quedando dentro. Los que se escapan no importa porque el anexo no pierde nada, es algo muy común que van a estar de regreso en unos meses, la familia los va a volver a anexar debido a que ya están otra vez consumiendo (droga), porque no hubo rehabilitación.
Cuando estás en el anexo, me aclara Valerio, creas una "membresía de por vida", puedes ir de visita y llevarle comida a los compañeros, como planea hacer de nuevo el próximo 18 de noviembre por su segundo aniversario, y esta comida sí les llega a la mesa. También se le permite a un ex anexado entrar para subir a la tribuna en la sesión de la tarde.
De ahí que cuando regresó a hablar con el padrino fue recibido con amabilidad, totalmente diferente a como es el trato cuando se está adentro. Le preguntó: "¿Cómo vas?", y tras una charla logró su autorización para hacer las fotos (a él finalmente no lo retrató, porque le dijo que para ello quería conseguir un uniforme de la Segunda Guerra Mundial y posar con su perro Hitler).
Que se vea que estás mamado
Obtenido el permiso y fijada una fecha para la sesión, Valerio le habló al fotógrafo Noel Cruz, con quien ha realizado otros proyectos de retrato con referentes de la religión católica como un San Juditas muy guapo y una Piedad en la que Cristo luce unos cachondísimos calzones episcopales.
"Yo no tenía lana ni para sus viáticos", confiesa, "le explico el proyecto y generosamente va a Querétaro y me ayuda a tomar las fotos".
La mayoría de los 39 compañeros que dejó Valerio seguían en el anexo el día de la sesión, así que fue fácil "conectar" con ellos y plantearles la propuesta. Unos 30 aceptaron participar, porque en un lugar de vida monótona lo que más se desea es hacer una actividad diferente.
Finalmente escogió 20, entre los más jóvenes pero mayores de edad, ya que también había adolescentes de 14 a 17 años.
"Quería que los retratos transmitieran esta idea de cómo a esta edad productiva, en la que podrían estar estudiando o teniendo otro tipo de experiencias u oportunidades, están encerrados, continuando un ciclo vicioso que los va acompañar, a la gran mayoría, por el resto de su vida".
Movido por "esa fraternidad temporal que se da ahí", el artista fue muy franco con sus ex compañeros al explicarles:
"Quiero sus retratos para que la gente vea cómo se sienten ustedes ahorita, cómo se sienten de enojados, de tristes, de abandonados, cómo sienten el dolor o cómo sienten el síndrome de abstinencia, cómo tienen ganas de salir a la calle y darse en la madre otra vez fumando (cristal), y están enojados aquí".
Sólo tenía permiso para tirar las fotos hacia una pared del pequeño patio, pero había prevenido a Noel para que, cuando el padrino se fuera o no estuviera vigilando, tirara hacia "lo más mugroso".
Y resultó que cuando se pudo, ahí estaban los compitas en un momento de relax, "echando desmadre", lo cual significa hablando, porque está prohibido hablar, y Valerio los dirigió un poco pidiendo a Limones y al Luigi que hicieran como que se iban a pelear, mientras los demás les echaban porras a uno y otro.
"Esa fue una puesta en escena, pero eran momentos que se llegaron a vivir porque al haber cuates encerrados, aunque hay esta fraternidad, de repente alguien ya está hasta la madre y se dan empujones y picones".
Que se quitaran la ropa para mostrar el cuerpo fue una consideración también formal y estética, y para lograrlo el artista aprovechó la camaradería que tenían y cotorreando les decía: "Que se vea que estás mamado".
O en el caso del Hommie, que fue el primero que se quitó la playera: "Tienes que lucir tus tatuajes". A lo que respondió sacándose inmediatamente la camiseta: "¡A güevo!". Y así fue fácil que todos los demás mostraran el torso.
Con Luigi, el único al que pagó en secreto para que se desnudara frente a la cámara, siempre hubo una elevada tensión sexual. Desde que llegó al anexo, dos semanas después que Valerio, este se dio cuenta de que era un "chichifo profesional" porque, enterado de que era "el gay del grupo", lo empezó a buscar y tratar de calentar.
"Todos en general se duchaban hacia la pared, pero él se volteaba hacia mí enseñando el pitote.
"Al principio, sin hablar ni conocernos y todos muertos de miedo y todos portándonos como machines, en un momento que el hacinamiento llegó a tal punto que había que compartir la litera individual, el Luigi se me fue a meter a la cama tres veces, y tres veces lo tuve que sacar a empujones, que se buscara alguien más.
"Evidentemente me calentaba, y si había sexo las otras 18 personas en el cuartito se iban a dar cuenta y después iban a decir: 'Ah, ese es el puto, ya está dando el culo, mamando verga', y cualquiera que tuviera ganas de echar pleito iba a ser contra mí".
¿Tú no te hiciste una foto ahí mismo, ese día?
No, sólo salgo al lado de alguno de ellos cuando les estoy poniendo el lugar donde deben pararse, pero no me hice un retrato, no sé por qué.
¿No se te ocurrió?
Sí se me ocurrió, pero no tenía ganas...
¿De verte otra ves ahí?
De verme ahí, y todavía me sentía muy jodido. Es extraño... estaba muy cercano, te digo que durante ese tiempo tuve pesadillas, de repente las sigo teniendo, pero en ese momento sentía que si me tomaba un retrato era como atraparme en ese espacio, al revés de ellos, que al retratarlos y exponerlos siento que los saco de ahí.
¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
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