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Archivo Zeller: Una vida 'loca' en 1960-80

Archivo Zeller: Una vida 'loca' en 1960-80

Por Antonio Bertrán

Antes de morir a finales de los 90 a causa de un cáncer, Rubén Zeller Quintanar tuvo la lucidez de no pedirle a su último amante que destruyera su archivo íntimo, rico en testimonios fotográficos de las pachangas que gozó con los apuestos cadetes del Heroico Colegio Militar que amaba, en los felices años de la revolución sexual.

El "viudo", un simpático treintañero al parecer no oriundo de la Ciudad de México, decidió poco tiempo después irse y vendió el departamento en Milán 38, colonia Juárez, donde vivió con el hombre que lo había amado. Antes tuvo la sensatez de entregar unas 300 fotografías –"entre buenas, regulares y malas"–, además de cartas, documentos personales y hasta un dildo de Zeller, a su vecino Arturo Hurtado Treviño, también madura Adelita aficionada a retratar a sus amantes militares.

Ante un cambio de domicilio a principios de este siglo XXI, Arturo tuvo la previsión de poner este invaluable testimonio de una vida loca, entre finales de la década de 1960 y los primeros años 80, en las expertas manos de Armando Cristeto Patiño (Ciudad de México, 1957).

Del destacado miembro de la comunidad LGBT, con quien conversaba en las inauguraciones de exposiciones y cuando lo encontraba en la calle, Arturo conocía su perfil como fotógrafo y curador de arte.

"No lo puedo tener yo por espacio, ni lo quiero andar cargando y creo que está seguro en tus manos, tú sabrás qué hacer con él", recuerda Armando que le dijo al regalarle el material. Y la caja que lo contenía quedó guardada por casi dos décadas en una de las habitaciones de su casa.

En esta sucesión de venturosos "enlaces", el querido Armando Cristeto ha tenido ahora la generosidad de pensar en Nosotros los jotos para que tú, querido lector, amable lectora, puedas apreciar estos documentos del que llama Archivo Zeller.

La primordial intención al "balconear" la intimidad de su original propietario, que a diferencia de muchísimas comadres de su generación y las anteriores no destruyó o mandó destruir su archivo tras morir, es visibilizarnos orgullosamente y testimoniar que la forma en que los homosexuales nos erotizamos con nuestros fetiches de la masculinidad, nos enamoramos y divertimos, en esencia no ha cambiado en medio siglo. Salvo en detalles como el brindis cruzadito, tan propicio para empezar con los cachondeos...  

"En esta pandemia, de repente literalmente me tropezaba con las cajas, y dije: 'Creo que ya es el momento de atender al Archivo Zeller', porque él se me está imponiendo y diciendo: '¡Aquí estoy, aquí estoy!'", me explicó Armando.

"Dijera [el fallecido curador] Olivier Debroise: 'Aunque el archivo esté dormido ahí un mes, eso es demasiado, hay que ponerlo a trabajar'. ¡Y tenía años! Así que dije: 'Ya que tengo escáner y un poquito de tiempo, hay que despertar este archivo'".

¡Tal despertar para mí resultó pletórico, cual erección matinal! ¡Cómo he soñado con encontrar un material semejante en la Lagunilla! Así que sentí aletear mariposillas en el vientre nomás miré una seductora selección de fotografías que Cristeto me mandó en un primer mail, el pasado 26 de febrero.      

En el archivo abundan los muchachos celebrando los dones de su juventud al calor de las cubas con brandy Veterano, en la casa con pretensiones "elegantiosas" –por sus tapices, cortinajes, muebles, adornos y hasta el modelo del teléfono– de un hombre que les habrá duplicado la edad, y que según contó su "viudo" al vecino Arturo Hurtado Treviño, trabajaba como profesor en el Colegio Militar.

Ese escueto dato explica su acceso a los cadetes y a ciertas áreas de su plantel educativo, como el dormitorio o la alberca, donde están tomadas algunas fotos.

Pero al parecer se trataba de un maestro externo a las fuerzas armadas, que habrá impartido alguna materia no castrense, sino de la especialidad que tuviera profesionalmente, y debió ser muy querido por sus alumnos dado que en la pared de su sala colgó, entre espadines, una especie de reconocimiento no oficial que le otorgaba una alta graduación, con la leyenda:

"Heroico Colegio Militar. Por el honor de México. Con afecto al Mayor Rubén Zeller, de sus amigos".

Como curador, Armando cree en el poder de los documentos fotográficos para "alargar las circunstancias, los momentos y compartirlos", y reconoce también que en el caso del Archivos Zeller "tenemos pocas certezas y muchas conjeturas, pero esas conjeturas a través de ciertos parámetros son muy cercanas a la realidad".

El núcleo fotográfico más antiguo, correspondiente al año de 1966 (cuando yo nací), muestra un viaje a Europa donde es posible reconocer vestigios arqueológicos de Roma y Grecia.

A su actual depositario, la teoría más fuerte que le evocan estas imágenes es que Zeller era bilingüe, un instructor de francés o italiano al frente de un intercambio académico en el que participaron cadetes y estudiantes civilones, como los guachos nos llaman a los que no somos sus colegas militares.

Hay varios recuerdos gráficos con jovencillos en fiesta de habitación, pero mi favorita es la divertida escena captada durante un paseo en el que se acompañaban de un tocadiscos portátil, precisamente porque los chavos están joteando de lo lindo, a punto de darse un beso en la vía pública de alguna ciudad europea.

Trío a la europea con tocadiscos portátil, 1966.

Aunados estos testimonios a cartas enviadas desde Brasil y algunas imágenes más donde Zeller aparece en oficinas de Air France y sus jóvenes amigos lucen camisetas con el nombre de la aerolínea, es posible pensar que el profesor haya desempeñado algún trabajo en una agencia de viajes o con la misma empresa francesa. Pero son meras conjeturas, como subraya Armando.

Lo que al principio fue también una conjetura, que en esos tiempos Zeller estuviera en su tercera década de vida, se confirmó cuando finalmente Armando dio con la cajita donde había guardado sus documentos de identidad.

"Zeller nació el 13 de septiembre de 1932,  Día de los Niños Héroes", me escribió emocionado, adjuntando la credencial del INSEN que contenía el dato. ¡Así que nuestra Adelita estuvo ligada a los cadetes del Heroico Colegio Militar desde el mismísimo día de su llegada al mundo!

Otra credencial, la de pensionado del IMSS, expedida en junio de 1997 con vencimiento en marzo de 2000, nos vuelve al terreno de las especulaciones sobre el año posible de su muerte: 1998 o 99, tras unos 66 años de vida en los que al menos tuvo sus buenísimos momentos de gozo.

Una curiosidad más del archivo es la abundancia de retratos de los jóvenes amigos como si estuvieran hablando por teléfono, sosteniendo el amanerado –por no decir cursi– aparato que Zeller tenía en el comedor de su casa.

"Mi teoría, precisamente por el perfil de chicos y el momento que es, años 70, 80, cuando la telefonía no era muy frecuente en poblaciones pequeñas, y muchos de ellos son de poblaciones rurales, es que dentro de su imaginario para ellos tener un teléfono significaba un súper lujo", considera Armando, y refiere que a Arturo Hurtado sus marciales novios también le pedían que los retratara con el aparato de su casa.

Guzo, el favorito

Por la deficiente calidad de la mayoría de las fotografías, Armando considera que Zeller no tenía una cámara ni siquiera regular, o si la tenía no la sabía usar (el aparato no se conserva entre sus objetos).

De ahí que el valor de los documentos gráficos del archivo es más testimonial que estético. Salvo un par de imágenes, posiblemente realizadas por un fotógrafo profesional, y que además debió atesorar su propietario porque retratan a quien fue indudablemente su gran amor: Gustavo, Guzo de cariño.

En ocasiones, las impresiones llevan su sobrenombre, y cuando está junto a Zeller la forma en que lo estrecha denota gran cariño. Así que el doncel, con sus ojitos pequeños y tiernos, también nos robó el corazón a Armando y a Yolanda Margarita de Agapando.

El suyo es el núcleo de retratos más copioso, que incluso guardaba nuestro personaje en un álbum especial según se advierte en una fotografía en la que un joven, otro cadete, lo está hojeando, y es posible ver pegados los retratos del amado.

En el Archivo Zeller, el Guzo está desde muy jovencito, sin duda menor de edad porque –recuerda Armando– antes los cadetes ingresaban al Colegio Militar a los 15 años, con solo secundaria; hasta más maduro luciendo un bigote matador –sigue con las conjeturas Armando– tras haber pasado varios meses en una misión, quizá en la sierra y relacionada con la siembra de droga (dada la hierba que se ve cerca de una máquina de escribir en la que podría estar redactando el informe correspondiente).

Además es elocuente la dedicatoria en el reverso de una fotografía, con visibles marcas de haber sido doblada en cuatro para llevarse en la cartera. Está dirigida a una tal Vicky, escrita con letra clara y sin faltas de ortografía:

"De Gustavo para Vicky. Gracias Vicky por haber hecho de mi existencia algo bello. Gracias por permitirme compartir tus pensamientos, tus sueños, tu sonrisa, tus caricias, tu ternura, tu persona. Te quiere... Gustavo".

¿Vicky sería el nombre de guerra de Zeller, como Adela o Adelita era el de Salvador Novo entre su tropa? ¿O se trataba de una novia, porque los militares que andan con locas suelen ser bisexuales y terminar casados? De ser una novia, ¿por qué una foto tan cariñosamente dedicada a una mujer se quedó en el Archivo Zeller?        

"Me gana tanto Guzo porque es claro que en este contexto fue el chico favorito de Zeller, no sé si se enamoró pero hubo una buena compenetración con Zeller, y además es un chico muy lindo que puede ser que viva todavía porque yo hago el entramado de las edades, de las cronologías y tendrá más o menos mi edad, tendrá poco más de 60 años el hombre", considera Armando.

"Y hay un asunto de emotividad y de una relación que dura, como muchos de estos chicos, sus cuatro años de cadetes, y lo vemos cómo va cambiando en las fotos hasta las últimas que podemos decir que ya es un joven adulto, y ya [tras graduarse] desaparece de las fotografías y de la vida de Zeller, como muchos de estos chicos que les dan su plaza fuera de la ciudad y ya no se vuelven a ver, pero lo que duró duró (risas)".

¿Qué nos dice este archivo, el darlo a conocer ahora?

Esto es una muestra de que desde los principios de los tiempos existimos, pero es una muestra muy fehaciente de que existe una manera de divertirse, de ser un hombre gay y de no ser un delincuente, como decían las frases de las primeras consignas: "Ni enfermos ni criminales, simplemente homosexuales". Podemos hacer todo lo que queramos con la anuencia o incluso con la complicidad de la otra persona. Con estos documentos es contribuir un poco a toda esa visibilidad de los usos y costumbres de la vida gay de un momento, que todavía siguen siendo muy presentes en algunos casos, con este elemento del fetiche de la transgresión, de la conquista, de la subversión de poderes, del dinero, de las jerarquías en este caso militares. Y hay componentes muy interesantes por esos cartabones de que hay ciertas ocupaciones que son de los hombres muy hombres, muy machos, muy varoniles que no tienen ninguna tentación o ningunos devaneos o desviaciones de ningún estilo, incluyendo las sexuales. Todo esto dicho en cursivas o con un tono de ironía de padre Ripalda.

Es muy especulativa esta pregunta, pero ¿el señor Zeller estará contento de que lo balconeemos, de que demos a conocer su vida íntima?

Yo creo que sí porque hoy día, con las redes sociales, lo que antes era muy privado se convirtió en lo más público. Y ojo: Cuando haces determinadas cuestiones [como tomar fotos] que puedan ser el testimonio de algo que tú hiciste, hay dos cosas: en principio hay una egomanía de querer perpetuarlo, y de también querer compartirlo y que te lo celebren. Obviamente la otra cara de la moneda es que caiga en manos impropias y sea una satanización o hasta un proceso legal en tu contra, extremando el asunto. Pero, sin duda lo de Zeller era compartir, era un hombre que tenía pretensiones, quería demostrar algo y lo hacía, y en su caso la pretensión se volvía poderío. Esa conciencia de que no lo hubiera destruido él, y que al amante o al último amigo tampoco le hubiera ordenado destruirlo, y que finalmente se encontró a alguien sensible que lo pudiera resguardar, yo creo que habla de todo un perfil de situaciones. Porque tengo el caso de otro amigo que me dijo que cuando tuvo un tumor cerebral, ante la posibilidad de morirse y que su familia descubriera una serie de Polaroids íntimas, lo que hizo fue prenderles fuego para que no quedara evidencia de nada. Después la libró, me conoció y hablando de esto me dijo: "Qué bueno que te hubiera conocido antes de la cirugía, te lo hubiera regalado o puesto en custodia". La mayoría de los archivos, máxime de este tipo que es delicado, tienen esta historia de destrucción, desmembramiento o poca valoración. Entonces yo estoy cumpliendo con esta egomanía del señor Zeller, y de su avizorar que esas vivencias suyas, en algún momento dado, a alguien le iban a seducir.

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

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