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Da Vinci se coge un chino

Da Vinci se coge un chino

Por Antonio Bertrán

A menudo, el hombre está dormido y la verga, despierta, y otras veces el hombre se encuentra despierto y ella, dormida. En ocasiones el hombre quiere utilizarla, y ella, no. Y, de vez en cuando, es ella la que quiere y el hombre se lo prohíbe. Así pues, parece que esta bestia posee un alma y una inteligencia independientes del hombre.- Leonardo da Vinci.

Una semana antes de cumplir 24 años, Leonardo da Vinci fue acusado de cometer sodomía con un prostituto. Se trató de una imputación anónima, depositada en un tamburo, una especie de buzón para denuncias relativas a atentados contra la moral que había en la Florencia del siglo XV.

Ese abril de 1476, el joven Da Vinci seguía colaborando, ya como artista, en el taller de Andrea Verrocchio, en el que gracias a la influencia de su padre había entrado de aprendiz con solo 14 años.

Leonardito fue bastardo, engendrado fuera del matrimonio por el próspero notario Piero da Vinci, a los 24 años, y una campesina de 16, Caterina Lippi. Su abuelo paterno, que era mi tocayo y también notario, registró así el acontecimiento de su venida al mundo:

“1452: Me nació un nieto, hijo de ser [señor] Piero, hijo mío, el 15 de abril, sábado, a la tercera hora de la noche [poco antes de las diez]. Le pusieron de nombre Leonardo”.  

Pese a que tuvo cuatro matrimonios y pudiendo hacerlo fácilmente nunca lo reconoció como hijo, ser Piero trató de comprender y apoyar a su primogénito, quien desde temprana edad se manifestó raro: era zurdo y su inmensa curiosidad por los fenómenos del mundo lo llevaba sin cesar de un interés a otro (lo cual en su carrera como artista propició que fuera procrastinador y tardara años en concluir las obras o nunca lo hiciera). En la adultez, a esta lista de excentricidades se sumó la de ser vegetariano porque comprendió que los animales, al igual que los seres humanos, eran capaces de sentir dolor.  

Es posible suponer que ser Piero también habrá movido alguna de sus influencias cuando se presentó la acusación del sexo contra natura con el supuesto chichifo Jacopo Saltarelli, joven de 17 años que trabajaba en un taller de orfebrería cercano al del artista e ingeniero maestro de Da Vinci.

Quiero imaginar que un día Leonardo fue enviado por Verrocchio a realizar alguna diligencia y se cruzó en la calle con el efebo picarón. Debieron llamarse mutuamente la atención, echándose miraditas coquetas, porque según diversos testimonios de su época Da Vinci era apuesto, con cabellera ensortijada y cuerpo atlético, además de muy amiguero gracias a su trato encantador.

Por si fuera poco, solía vestir de manera llamativa: “con una túnica rosada hasta la rodilla, aunque los demás en aquella época llevaran prendas largas”. ¡Muy eeeeella, pues!

El ojete autor de la denuncia por sodomía aseguraba que, además del joven artista, otros tres hombres habían pagado al cazzo –puto Jacopo para que los complaciera en sus “maldades”.

Finalmente, los supuestos delincuentes se salvaron de duras condenas porque no se presentaron testigos a corroborar la acusación, y también porque uno de ellos pertenecía a una ilustre familia emparentada con el todopoderoso clan de los Médicis.

L'amore masculino, como aseguran que lo llamaba Leonardo, era entonces tan común en Florencia, que en alemán un sinónimo de homosexual era florenzer, contextualiza Walter Isaacson en su enorme biografía sobre Da Vinci, escrita con sabrosura y sin prejuicios sobre la inclinación sexual del genio (Debate, 2018), que releí el fin de semana para celebrar el 502 aniversario luctuoso de la comadre, fallecida el 2 de mayo de 1519.

Qué diferencia con la biografía de Marcel Brion, Leonardo Da Vinci, la encarnación del genio (Javier Vergara Editor, 2002), en la que el autor francés se permite esta puntada mojigata:

"Cualquier curiosidad indiscreta con respecto a la vida privada del artista se convierte en escándalo y chismorreo. Dejo de lado, pues, lo que se refiere a la pretendida homosexualidad de Leonardo; fuera homosexual o no, la cosa no nos interesa lo más mínimo".

Afortunadamente a Isaacson sí, porque claro que este rasgo no menor de la personalidad del hombre más importante del Quattrocento fue capital en su vida y magnífica obra, como en la de varios de sus colegas contemporáneos.  

"Entre los artistas homosexuales encontramos a Donatello, Miguel Ángel y Benvenuto Cellini (que fue condenado dos veces por sodomía)", anota Isaacson tras mencionar que Sandro Botticelli, autor del bellísimo El nacimiento de Venus, también enfrentó acusaciones porque le gustaba que lo visitaran por la trastienda.

Te confieso, querido lector, amable lectora, que a mí me cae mejor Leonardo que Miguel Ángel, el otro grande del Renacimiento italiano, porque a diferencia de este vivió su ser floripondio sin dejarse atormentar por la culpa judeocristiana.

Aunque en su testamento usó las protocolarias fórmulas católicas y estipuló que durante sus exequias debían decirse más de 30 misas, en vida Da Vinci simplemente no podía creer en dogmas y seres mágicos porque su mayor interés y felicidad consistían en explicarse los fenómenos naturales de manera racional, a partir de la observación y experimentación (dudaba, por ejemplo, que el diluvio bíblico hubiera ocurrido).

El famoso inventor acostumbraba hacer listas de tareas pendientes: “Dibuja Milán”, se ordenó un día de la década de 1490, cuando vivía en esa ciudad italiana.

“Pregunta a Giannino el bombardero cómo se hicieron las murallas de Ferrara sin foso”, “Describe la lengua del pájaro carpintero” y, una que yo ya anoté en mi lista para cuando esté vacunado contra el Covid-19: “Ve todos los sábados a los baños, donde verás a hombres desnudos”.

Claro que yo agregué una acción menos contemplativa para recuperar el tiempo perdido durante mi larguísimo confinamiento: “y venera sus miembros de rodillas”.

La observación fue una actividad que ejercitó Leonardo con obsesión, a tal grado que en sus cuadernos de notas y dibujos pudo describir sutilezas como la forma en que las libélulas mueven de manera diferenciada sus dos pares de alas.

Esta actividad de mirar el mundo, siempre con asombro, para tratar de entender sus mecanismos más secretos estuvo en la base del arte y los estudios científicos que emprendió Da Vinci durante toda su vida.

De ahí que la asignación personal de visitar con frecuencia los baños públicos seguramente obedecía a estudiar con detalle las posiciones y acción de los músculos para mover cada parte del cuerpo masculino, y luego plasmarlos con naturalidad y maestría.

Sin embargo, a mí me gusta imaginar al sublime artista en un plano humanamente carnal, absorto en el goce más intenso de la contemplación de sus congéneres al tiempo que lo traicionaba esa "bestia" de alma e inteligencia independiente, que cité en el epígrafe, irguiéndose en su entrepierna con cachondo uso de su libre albedrío.

"Me parece que es un error que el hombre se avergüence de mencionarlo [el pene], cuando no de enseñarlo, pues siempre cubre o esconde algo que debería adornarse y exhibirse con toda solemnidad", escribió el también anatomista en uno de sus cuadernos.  

Siempre rodeado de aprendices y sirvientes que eran jóvenes hermosos, incluso púberes, en la vida de Leonardo hubo solo dos grandes amores, uno carnal y el otro filial.

Con solo 10 años, Gian Giacomo Caprotti llegó a vivir con el pintor cuando este tenía 38, y el acontecimiento fue tan feliz que Leonardo anotó la fecha exacta en uno de sus cuadernos: 22 de julio de 1490.

Era "de apariencia angelical, pero de personalidad diabólica, lo que le hizo acreedor al apodo de Salai, diablillo", refiere Isaacson.

"Delicado y lánguido, con rizos angelicales y una sonrisilla diabólica, aparece en docenas de dibujos y bocetos de Leonardo, y durante la mayor parte del resto de la vida de este, Salai fue su compañero".

El corazón de Salai, en uno de los cuadernos de dibujos y notas de Leonardo Da Vinci.

Desde el primer día, el ensortijado Salai robó no solo el corazón del maestro sino su dinero y otros bienes, e hizo destrozos en la casa. Leonardo aprendió a quererlo y sobrellevarlo, primero con enojo y luego con resignación divertida, porque fue su compañero prácticamente hasta que murió, a los 67 años, en Amboise, Francia, donde se desempeñaba como pintor del rey Francisco I.

Da Vinci legó a Salai la mitad de un viñedo que le había regalado uno de sus mecenas, el duque de Milán Ludovico Sforza. Tan bribón como siempre, en una visita a Francia al parecer Salai se había hecho de varias copias de sus geniales obras y algunas originales, como la Mona Lisa, porque aparecen en una lista de sus bienes que se redactó con motivo de su asesinato con un tiro de ballesta, cinco años después de que su amado Leonardo murió.

"Todas las pinturas originales que obraban en poder de Salai regresaron a Francia, acaso porque este se las había vendido con anterioridad al rey Francisco I, y acabaron en el [museo de] Louvre", advierte Isaacson.    

Por lo que leí en la biografía y observé a detalle en su obra, lo que en verdad seducía al pintor renacentista era cogerse un chino... de los efebos con cabelleras tupidas de rizos, que cayeran en diluvio ensortijado hasta los hombros. Él mismo tenía así adornada la cabeza y, en la vejez, la barba.

Los bucles no solo parecían condición en los muchachos para ser sus colaboradores o amantes, sino que lo obsesionaban al grado de representarlos con perfección en sus dibujos y óleos.

Curiosamente, otras ondas espirales de la naturaleza también seducían al agudo investigador, que habrá pasado horas observando su fluir: los remolinos de agua.

El otro gran amor, el filial, en la vida de Leonardo fue Francesco Melzi. Aunque el joven tenía un padre aristócrata, con el permiso de este lo adoptó como hijo siendo ya célebre pintor. Cuando esto ocurrió, hacia 1507, el guapo aprendiz tenía 14 años y Leonardo, 55.

“Con su disposición, competencia [para el arte] y carácter estable, logró ser un fiel compañero de Leonardo, menos complicado y travieso que Salai”, afirma Isaacson, aunque los tres llegaron a vivir juntos en la villa de la noble familia.

Gracias a una copia firmada por Melzi, conocemos cómo era la desaparecida pintura de Leonardo Leda y el cisne, y también a él se atribuye un célebre retrato del artista.

En este caso no queda claro, agrega el biógrafo, si existió “alguna unión sentimental o algún contacto sexual; creo que no”.

Pero Melzi fue "molto amato da Leonardo" y, además de su discípulo, lo asistió como secretario, amanuense que escribía sus cartas y por lo tanto custodiaba sus papeles. Al hacer testamento, una semana antes de cumplir 67 años, el padre adoptivo nombró al joven noble albacea y principal heredero. ¿Qué imagina sobre su relación el malpensado lector…?

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

Por favor usen bici, celebren siempre el arte de Leonardito cogiéndose un chino y, sobre todo, usen cubrebocas y condón.

Rizos, remolinos y espirales atraían particularmente al genio renacentista, que los plasmó con abundancia en estos dibujos para recrear el diluvio universal.

5 de marzo de 2019, corregida y muy engrosada.

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