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La parejita del álbum

La parejita del álbum

Por Antonio Bertrán

Ella tiene grandes ojos, boquita encantadora y un cintura estrecha. No es una belleza deslumbrante sino más bien discreta. Él, rubio y corpulento, tiene el porte gallardo de un militar, y de hecho lo es —o lo era— porque viste un uniforme con dos estrellas en el cuello de la guerrera.

La imagen en blanco y negro de la pareja, quizá de unos 20 años, está en un álbum pequeño, de 24 hojas deterioradas, que carece de cubiertas y apenas se mantiene unido por un sucio cordel.

Dada la vestimenta de las personas que aparecen en sus 64 fotografías, algunas de ellas casi borradas por el tiempo, intuyo que data de finales del siglo XIX y la primera década del XX.

La mayoría de las escenas son campestres, captadas en el bosque o con las montañas de fondo junto a grandes casas del pueblo donde habrá habitado la propietaria del cuadernillo, muy probablemente la chica de belleza discreta quien, desgraciadamente, no dedicó ningún retrato ni anotó identificación alguna en las hojas, y si puso su nombre en alguna portadilla, esta se perdió.

A simple vista se puede deducir que esos sitios idílicos están en Europa, y que la familia retratada gozaba de una posición social acomodada, pues sus ropas no solo eran elegantes, sino que podían darse el lujo de tener un automóvil, al parecer un cómodo modelo de 1910.

Además se hacían fotografías, otro lujo en esos años. ¡Y buenas tomas no solo al aire libre sino en estudio, lo cual implicaba en ambos casos la presencia de un fotógrafo con su pesado equipo!

Sí, eureka, hay una foto de estudio con el sello de su autor en el ángulo inferior derecho: “Marc Tully. 46 Rue St. Ferreol, Marseille”. La impresión tiene su arte porque presenta a un misma mujer, sentada a la mesa, en tres ángulos diferentes, en uno de los cuales sostiene un periódico en cuyo cabezal se alcanza a leer "Marseille".

De ahí que es posible que se tratara de una familia que vivía en el sur de Francia, muy cerca del importantísimo puerto comercial de Marsella. O quizá la muchacha retratada era una parienta o amiga que desde ese lugar les había remitido la curiosa postal.

En los tiempos prepandémicos, cuando solía visitar el tianguis de la Lagunilla, hallé este álbum entre un montón de fotos y postales polvorientas. ¡Cómo añoro, querido lector, amable lectora, mis cacerías dominicales, que eran una aventura muy excitante! A pesar de estar vacunado contra el SARS-CoV-2 prefiero mantenerlas suspendidas por precaución y, sobre todo, debido a la escasez de fondos para adquirir nuevos novios a golpe de cartera.

Bueno, si mi objeto de búsqueda son galanes de otros tiempos, te estarás preguntado qué me sedujo del álbum de una señorita de abolengo, posiblemente francesa. ¿El guapo novio? No precisamente.

Resulta que lo hojeaba sin mucha esperanza de hallar algo de mi torcido interés, porque sobre todo había fotos de niños, amigas o parientes paseando, señoras con su hijo recién nacido, una boda, el abuelo fumando y alguna ceremonia oficial en un estrado.

Cuando… chan, chan, chan, chaaan, hacia el final del cuadernillo me llamó la atención que la chica de cintura estrecha aparecía en varias imágenes muy elegante junto a su novio militar —o quizá ya marido— cerca de una tienda de campaña, como si lo hubiera visitado en el sitio donde se encontraba destacado.

Y en la última postal de esa serie, la pareja estaba rodeada por los compañeros de él. ¡Es la foto que hoy te comparto con mucha alegría, mírala bien!

Descubrir a esos dos jóvenes oficiales, en el centro del grupo, permitiéndose tal muestra de afecto ¡hace más de un siglo!, me hizo sentir mariposones en el bajo vientre.

Me conmovió ver cómo el militar de la izquierda jala por el cuello al compañero hasta chocar sensualmente sus mejillas, mientras lo acaricia con su largo y afilado índice, lo que sin duda le hizo aflorar esa sonrisa orgullosa de quien se sabe deseado y muy querido.

¡Y aquéllos ojos cerrados del que estrecha al galán cómo evidencian amor sin necesidad de llegar al beso que parece quererle dar con la boquita de labios levemente fruncidos, sobre los cuales el bigotillo luce un recorte esmeradamente amanerado!

Me gusta imaginar que, con la mano derecha que no vemos, el guapo miliciano acaricia las nalgas de quien se ha dejado llevar por el ardor para salir en la fotografía muy querendón. Podría decirse que incluso parecen orgullosos amantes del siglo XXI posando para el Facebook, ¿no crees?

Inmediatamente a la derecha de la hermosa parejita vemos a un oficial en uniforme oscuro, que se ha colocado coquetamente el sombrero castrense adornado con plumas, y también toca al atractivo compañero, en el hombro, formando un trío de... ¿camaradería?

Él mismo se deja tomar del brazo por un cuarto amigo, inclinándose levemente con un cruce de pies, como si le fuera a ofrecer la retaguardia... ¡Uuuh, lalá!

Mientras tanto, la pareja heterosexual, en la que un gesto tan cariñoso hubiera sido más esperado, posa muy seria, sentada sobre la hierba, y ni siquiera se toca la mano. ¡Parece el mundo al revés!

De inmediato, con esta insólita escena mi cabecita loca empezó a fantasear sobre varias cuestiones: ¿Esos apuestos militares eran solo queridos compañeros de armas o se habían cogido cariño compartiendo armamento en su tienda de campaña durante las frías noches de las misiones castrenses?

¿Su querencia habrá aflorado un día soleado de baño en el río, cuando jugando acuáticas luchitas gozaron del roce cada vez más lascivo de sus cuerpos jóvenes tonificados por el adiestramiento militar?

¿Defendieron juntos a su patria durante la Primera Guerra Mundial, que empezó el 1 de agosto de hace 107 años? ¿Se consolaron mutuamente, en alguna trinchera, de los horrores a diario atestiguados? ¿Sobrevivieron a la muerte en el campo de batalla y siguieron su vida juntos de alguna manera, o solo se salvó uno que luego conservó por años el recuerdo de un amor excepcional?

Y lo que siempre me intriga más con este tipo de hallazgos: ¿Quién y por qué emigró a México trayendo su álbum de recuerdos, que un día a ninguno de los descendientes le interesó seguir conservando y fue desechado para que llegara a mis indiscretos ojos, y a los tuyos aún más curiosos?    

Este documento histórico, que me llena de gozo dignificar presentándolo aquí, sobre todo evidencia que las actitudes tiernas entre varones no eran mal vistas en la Francia de esa época, dado que los otros militares del grupo no parecen asombrarse de lo que hacen sus colegas, que no parecen estar joteando en broma.

Además la dueña del álbum familiar pegó la foto grupal con toda naturalidad en una de sus hojas, como recuerdo de un día feliz.

Lo mismo prueban las 327 fotografías de la colección de Hugh Nini y Neal Treadwell, datadas entre mediados del siglo XIX y algunos años después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y publicadas a finales de 2020 en un libro que ardo en deseos de conseguir en la edición española: Loving. Una historia fotográfica.

La pareja de coleccionistas estadounidenses ha comentado en diversas entrevistas, con medios como El País, que la mirada de los hombres retratados juntos era el factor clave para inferir que había amor entre ellos, y decidirlos a adquirir la fotografía por su carga homoerótica.

¡Creo que al ver a la linda parejita de mi álbum, a las comadres texanas no les habría quedado la menor duda sobre sus sentimientos, y temo que me la habrían tratado de ganar pujando con la ventaja de sus malditos dólares!

Así han formado, durante 20 años, un acervo envidiable de casi 3 mil piezas, compradas principalmente a través de subastas en línea y catálogos de tiendas de antigüedades.

¡Yo prefiero ensuciarme las manos hurgando y sentir la descarga de adrenalina cuando mi paciencia es recompensada por un sorprendente hallazgo como este!

Curiosamente, Nini y Treadwell han comentado a la prensa que en este tipo de fotos de hombres en actitudes querendonas abundan los retratos de jóvenes militares.

Sin duda debido a que el ejército era un sitio propicio para que se conocieran muchachos atractivos y en plena efervescencia hormonal, muchas veces todavía adolescentes, que al verse lejos de sus lugares de origen –principalmente poblaciones pequeñas y rurales– les era más fácil dar rienda suelta a sus pasiones.

Probablemente también porque en tiempos de guerra, cualquier hoyo es trinchera, y en épocas de paz, pues ¡vamos a tomarnos la foto del recuerdo, mi amor!

En la actualidad y en un contexto más urbano, igualmente me hace fantasear que los policías llaman “pareja” a su compañero de patrulla. ¡Y he sabido que en algunos casos lo ponen como beneficiario de su seguro de vida!

Te adelanto, querido lector, amable lectora, que estoy en contacto con un guapo agente de seguridad, quien promete deleitarnos con verídicas historias de lances entre uniformados desenfundando pistola, no precisamente para perseguir delincuentes en la muy noble y cachonda Ciudad de México...

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

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