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El pelotón de Nalgador Sobo

El pelotón de Nalgador Sobo

Por Antonio Bertrán

Que los sabios disponen de mi día

y me aguarda en la noche clamorosa

la renovada sed de un policía.

Popular entre la tropa era Adelita, nombre de guerra de Salvador Novo. El apodo que lo travestía con las enaguas y cananas típicas de las compañeras de los combatientes de la Revolución mexicana fue adoptado con gracia provocativa por el poeta e inigualable cronista de la Ciudad de México, a quien le encantaba armar revuelta con los gallardos soldados, siempre listos con su arma para acogerlo en el combate amatorio.

“Para mi Adela con cariño eterno. J. F. A.”, dice la dedicatoria del retrato de un joven muy apuesto con uniforme militar, que se encontraba entre los papeles íntimos de Novo en un sobre cuyo membrete es por demás elocuente: “Novios”.

La foto fue tomada en la década de 1930, igual que otra en la que el apuesto muchacho inmortalizado por la cámara escribió: “Dedico ésta como un recuerdo a mi Adelita, que tanto la quiero. Otilio López G.”.

Una imagen más, autografiada en 1933, lo llama "Adelilla" y le dedica "todo el cariño de quien es amigo" (por desgracia, la firma es ilegible).

Estas fotografías, entre un centenar más con atractivos efebos como los jugadores de rugby del Heroico Colegio Militar, además de estrellas de la talla de María Félix y Dolores del Río, se presentaron por primera vez en una exposición fabulosa, Archivo Salvador Novo. Imagen Pública. Retratos Privados, que tuvo lugar en el Museo Soumaya de Plaza Loreto, del 5 de noviembre de 2015 al 6 de marzo de 2016.

Entonces recorrí la muestra de orgasmo en orgasmo porque el escritor, cuyo 116 natalicio celebramos el pasado 30 de julio, es para mí el patriarca de Nosotros los jotos debido a que tuvo la valentía de vivir su ser rarito de manera inteligente y desafiante, en una época en la que los varones del otro bando éramos objeto de escarnio público.

Fuente de inspiración y maestras de estilo retorcido pero claro han sido para mí las crónicas periodísticas del gran personaje de nuestra vida cultural, recogidas en siete tomos por el Fondo de Cultura Económica con el título La vida en México (en los periodos presidenciales desde Adolfo Ruiz Cortines hasta Luis Echeverría Álvarez).

Novo tomaba la delantera en hacer mofa de sí mismo y, como buen "excéntrico" (eufemismo por joto, puto, desviado, maricón, larailo, loca, mujercito, invertido, tú la trais), usaba peluquines en tono caoba rojizo, chalecos estrafalarios de seda y emperifollaba sus enormes manos con anillos igualmente monumentales.

"En nuestras reuniones y paseos, no faltaba quien temiera el amaneramiento de Novo, sobre todo por temor a que en la calle nos juzgaran a partir de los gestos, ademanes o fachas que él hacía o se ponía", recuerda el también poeta homosexual Elías Nandino en sus memorias, Una vida no velada.  

De esta manera, escribió el añorado Carlos Monsiváis, Novo provocaba al mismo tiempo rechazo y fascinación entre la mojigata sociedad del siglo pasado.

El promotor cultural Salvador Irys me refirió una anécdota que le contó Monsiváis, quien fue asistente de Novo: "En mitad de una cena con diplomáticos, a la mesa, don Salvador abrió su portafolios, sacó una polvera dorada y empezó a retocarse la cara. Nadie se atrevía a decir algo y el silencio resultaba muy incómodo, así que Carlos lo tocó por debajo de la mesa y, como no se daba por enterado, le preguntó:

–Maestro, ¿está bien?

-¡Estoy perfecta! –respondió el cronista enfatizando la a.

–Pero, ¿ya vio lo que está haciendo...?

–Sí, hay que provocarlos porque si no se acostumbran.

Se acostumbran a que los gays no podíamos jotear y  teníamos que guardar las apariencias".

Desde la juventud, el poeta se depilaba las cejas y aplicaba polvo en el rostro. Esta fotografía es de 1950, de autor no identificado. 

El cultísimo escritor, también apodado Nalgador Sobo por las lenguas homofóbicas de la primera mitad del siglo XX, igualmente gozaba de las sobeteadas y rudas herramientas de mecánicos y choferes, por lo que en su juventud colaboró con su festiva pluma en un semanario de ese gremio, El Chafirete, en el que firmaba con el ardiente seudónimo de Radiador.

"Los choferes eran mi fogosa predilección: los de los camiones, que abordaba para entablar una conversación que terminaba en una cita para esa noche: o los de los coches de alquiler, en que me hacía conducir hasta alguna sombra propicia", confiesa Novo en La estatua de sal, el libro de memorias que escribió en 1945 y vio la luz 24 años después de su muerte, en 1998, publicado por el Conaculta con prólogo de Monsiváis.

Sin embargo, un hijo de Marte –o Huitzilopochtli– fue de sus primeros amantes, cuando era estudiante del tercer año de preparatoria en San Ildefonso y un amigo de su tío Salvador, Ricardo Alessio Robles (hermano de Vito, el célebre político y diplomático), solía presentarle "con los tipos más inusitados –y gozarse en que me poseyeran casi en su presencia. Así, un primero de año me echó en los brazos cálidos de un joven militar".

Cómo habrá sido de gloriosa la escaramuza, que el nombre del soldado quedó grabado en la memoria del novicio mariposón:  Octavio Larriba.    

Otro Virgilio por los círculos de la putería nacional, Pedro Alvarado, le había advertido un poco antes al preparatoriano que ya iría "comprobando cómo los militares, particularmente, se inclinaban por acostarse con los hombres".  

Del acervo que estuvo expuesto en el Soumaya y que pertenece al Centro de Estudios de Historia de México Carso, Fundación Carlos Slim, dos cartas me fascinaron por la forma en que testimonian la vida amorosa del también dramaturgo.

Una derrama despecho y está firmada por Enrique, quien lamentaba haber ingresado a la “legión de pendejos” que le proporcionaban al poeta “placer  por míseros pesos”.

El 5 de febrero de 1934, desde Toluca, Enrique le escribió a su amante con cuidada caligrafía y una que otra falta ortográfica. Le reclamaba que el “pago” recibido por serle fiel había sido “una enfermedad [¿sífilis, gonorrea?] que amargará mi vida”, ya que carecía de recursos para atenderla debido a que su sueldo ni siquiera le alcanzaba “para comer”. Por ello, agregaba Quique, “tendré que resignarme a podrirme”.

El galán insistía en que no le estaba pidiendo recursos porque ya no le interesaba nada de su “cochina persona”, y en la cúspide del drama más cliché reconocía que la culpa fue suya porque se había dejado llevar por esa “ilusión” que el intelectual despertaba en los “seres sencillos” como él.

Una aclaración anotada al margen no deja duda de que los amores de Adelita con su pelotón eran  venales: “Esta carta no es pieza literaria ni es el eterno cuento de los cadetes para estafarte, es la verdad”.

Cabe suponer que Novo cayó en el chantaje venéreo y se empeñó en seguir la relación fincada en el cariño a golpe de cartera, la cual se prolongó tres años más hasta que, en enero de 1937, le mandó al joven soldado una carta de ruptura:

“Te sabía indigno de la clase de cariño que te profesaba”, le espetó antes de echarle en cara que siempre que se veían, el muchacho le pedía dinero con los “más infantiles y mezquinos pretextos”.

El remate es conmovedor y, sobre todo, contenido para una pluma encarnadísima que era capaz del más hiriente sarcasmo:

“Quiero con toda el alma que seas muy feliz […] Y que corridos los años, cuando yo ya no viva ni haya dejado descendencia, si Quique chico se encuentra en la vida un verdadero cariño, sepa apreciarlo mejor que su padre. Te quiso mucho”.

Otro papel exhibido con la firma del muchacho y fechado dos meses después (22 de marzo), podemos leerlo como testimonio de celos típicamente machistas:  

"Sra. Salvadora Novo. Ciudad.

Mi estimada y querida dama:

Le suplico se le quite un poco lo putita ó me veré en la necesidad de darle de chingadasos (sic.).

Gracias, Enrique".

Rota la relación, Enrique parece seguir celando a la "señora" Novo, pues le advierte que si no se le quita "lo putita" le dará unos chingadazos.

Platiqué entonces con la curadora Mónica López Velarde, quien tras realizar la exposición sobre este fascinante lilo de nuestra historia nacional, fallecido el 13 de enero de 1974, concluyó mirando las abundantes fotos de sus novios: “Salvador Novo amó mucho”.

Los jotos mexicanos no podemos más que corresponder a ese amor siendo valientemente escandalosos como él, y también leyéndolo.

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!
Por favor usen bici, cultiven el autoescarnio como escudo a lo Novo y, sobre todo, usen cubrebocas y condón.

19 de enero de 2016, corregida y engrosada.

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