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Fantasía travesti

Fantasía travesti

Por Antonio Bertrán

La belleza, la gracia y la inteligencia, al igual que las almas, no tienen género.- Alexandra R. de Ruiz (México se escribe con J, 2018).

Si me travistiera para una fiesta de Carnaval, creo que me sentaría bien el estilo de las flappers, las chicas a la moda art déco del periodo de entreguerras.

"Lo que más me chifla es el larguísimo collar de perlas, con dos o más vueltas al cuello", le confesé a mi querida Terry Holiday después de pedirle su orientación experta como legendaria bailarina y actriz trans (aunque ya me había imaginado en loca vestida de los loquísimos años 20).

"El estilo que te guste, con el que te sientas cómoda y lo disfrutes", empezó su consejo sobre qué look de época debía escoger. "Puedes ser Madame Pompadura, o la Güera Rodríguez, o Marilyn, lo que te emocione. Ese es el chiste, darte otra vida. Es como vivir un sueño".

Dada mi carencia de pompa dura y de pechonalidad, la quimera ideal para mi largirucha silueta de galgo en perenne dieta es ese estilo lineal que se impuso hacia 1925 e influyó en el diseño, desde las cocteleras de martini hasta las boquillas eternas para fumar, y de los neoyorquinos rascacielos fálicos a los vestidos pletóricos de moderno glamour.

En esa década también floreció la permisividad para la disidencia sexual, pues "la atracción que mostraba el movimiento [decadentista] hacia lo exótico, su gusto por lo extraño y su deseo de dejar atónita a la burguesía, ayudó a explicar el poder seductor de la homosexualidad, y en particular del safismo, en el arte y la literatura de la época" (Florence Tamagne, La era homosexual (1870-1940), en Gays y lesbianas. Vida y cultura. Un legado universal, Nerea, 2006).

Inspirado en una de estas Muñecas (1927) de Ernesto García Cabral podría ser mi look flapper. Tomado del catálogo de la exposición del Munal Art déco. Un país nacionalista. Un México cosmopolita, 1997. 

¿A qué viene esta fantasía travesti de Yolandita la Bertrán? Sucede que la calors y las florecillas más precoces de las jacarandas que ya se derraman sobre el pavimento de la Ciudad de México anuncian la venida del Carnaval...

O, al menos, de la época del carnaval porque debido a la interminable pandemia, en este 2021 sería impensable que tuviera lugar la fiesta masiva que, antes de la penitente Semana Santa, propicia los exaltados intercambios de la carne (de ahí su antiguo nombre de carnestolendas).

Un delirio animado por el espíritu del mundo al revés, donde el pobre se disfrazaba de rey y la pecadora de santa, y que a lo largo de los siglos permitió a los sométicos o sodomitas materializar sus sueños afeminados y, por lo menos durante los tres días previos al Miércoles de Ceniza, darse otra vida, más afin a sus gustos fuera de la ortodoxia de la fe y los pétreos roles de género, sin el riesgo de acabar en la hoguera de la Inquisición.

La máscara facilitaba este coqueto transformismo y protegía la identidad del cristiano o de los cristianos, porque abundaron al punto de escandalizar a las autoridades eclesiásticas, siempre las más aguafiestas de la historia.      

En la capital de la Nueva España, en la víspera del Carnaval de 1722, su gruñona ilustrísima el arzobispo Fray Joseph Lanciego y Eguilaz mandó que se leyera un edicto "para estorbar las deshonestas mugeriles transformaciones, que en estas Carnestolendas suele sugerir el Demonio en semejantes trages".

De ello dio noticia la Gazeta de México, agregando que el no menos amarguetas del virrey apoyó la estorbosa excitativa matapasiones con su "político Christiano zelo".

Pero no hay nadie tan perseverante como el Demonio, que inflama el deseo en el espíritu desmadroso de quienes un siglo después se convirtieron en mexicanos y mexicanas que fruta vendían (y hoy virales pachangones organizan). Así que el travestismo mujeril carnavalesco continuó proliferando, y en un sostenido crescendo.

Prueba de ello son las críticas que lo condenaron en artículos aparecidos en la prensa durante el siglo XIX, como una joyita firmada por Eduardo Pascual y Cuéllar, publicada el viernes 4 de abril de 1879 en la portada de La Libertad (periódico dirigido por Justo Sierra que, como él, era liberal, positivista y pro régimen porfirista, me ilustró el historiador Luis de Pablo Hammeken).

La referencia la hallé en mi libro de cabecera, Los jotos, del activista e historiador tapatío Jaime Cobián, quien por cierto ya tiene listo Transformismo, travestismo y otras formas de vivir, en espera de encontrar editor al igual que otros tres volúmenes más sobre cómo hemos sido tratados los seres de la raza ninfea mexicana en el cine, la fotografía y los cómics.

Corrí virtualmente a leer el artículo completo en la Hemeroteca Nacional Digital. Titulado El disfraz de mujer, rebosa perlas para ensartar un larguísimo collar con todos los antónimos del concepto –libertad– que da nombre al diario que lo difundió: predestinación, dependencia, torpeza, rigidez, recato.

El autor arranca planteando que un "censo muy original y muy curioso que a ningún gobierno se le ha ocurrido realizar" con relación a los tres días "de vértigo, de alegría y de locura" que implica el Carnaval, es el de los hombres que "hacen dimisión de su sexo y se disfrazan de mujer".

Muy agudo, don Lalito explicaba a sus lectores que la máscara afeminada con la que estos señores se cubrían el rostro revelaba su verdadera alma, sus instintos y sentimientos, "con harta violencia reprimidos durante los trescientos sesenta y dos días restantes del año".    

Lo que no podía concebir la estrecha cabecita de este autor era que "el hombre [como él mismo], ser de superior inteligencia y superior formalidad, abdique tan fácilmente de ese emblema de autoritaria respetabilidad que se llama pantalón, y tenga valor bastante para guarecerse en una falda de mujer. Al lado de esta locura palidecen y se olvidan todas las locuras del Carnaval".

Mugguete, travesti de Eldorado, el cabaret gay más famoso de Berlín en los felices 20. Tomada de Gays y lesbianas. Vida y cultura. Un legado universal, (Nerea, 2006). 

Precisamente valor es lo que despliegan quienes se han atrevido, a lo largo de la historia hasta hoy, a desafiar al mundo occidental dividido en pantalones y faldas, usando la prenda que a saber quién impuso para cubrir las verijas del sexo contrario al de su nacimiento. Una osadía que a muchos les ha costado burlas, golpes y la vida.  

Y sigue así nuestro amiguito decimonónico, que según aclaró oportunamente no era "moralista de profesión", con sus descalificaciones echando mano tramposamente de principios científicos:

"¿Es que se cansan de ser hombres, o que se avergüenzan de no ser mujeres, o que tal vez, por una crueldad injustificable, aspiran a dejar a esos pobres seres solos y abandonados en el mundo, porque así como entre fluidos eléctricos de igual nombre no puede haber atracción, así entre seres humanos de igual traje no puede existir verdadero amor?".

Huy, ya me imagino las atracciones electrificantes de paño a paño –con apañón– y buenos lances amorosos que habrán tenido lugar en los rincones de callejuelas, plazas y salones de los teatros cuando había corrido el suficiente aguardiente y caían las sombras en las noches de Carnaval.

Lo más significativo de esta crítica de La Libertad es que su autor se escandalizaba al destacar lo que, estoy seguro, habrán tomado como un elogio los travestis que la leyeron:

"La perfección con que esos hombres sospechosos invaden irrespetuosamente los dominios del sexo contrario y adoptan todas sus apariencias y exterioridades.

"La perfección, en suma, con que se degrada y envilece esa raza de afeminados, mengua de todas las épocas de la historia, plaga repugnante que mancilla nuestra sociedad, y no bien amanece estos días abandonan el traje formal y serio que no merecen y se refugian en el que solo les sirve para hacer más resaltante su torpeza y su bochornosa estupidez".

Así que "consiste el mayor mal en que se visten demasiado bien", lo cual exige tener una "verdadera vocación" porque  "desempeñan el papel femenil" con increíble "propiedad y esmero", dado que "caminan, hablan y ríen como si no fueran hombres; danzan, chillan y mienten como si fueran mujeres".

En otras palabras, son unas consumadas artífices de lo que siempre los machos –que nunca mienten, ¿verdad?– les ha echado en cara a las mujeres trans para violentarlas: el engaño.

"Sin mucha perspicacia es imposible descubrir en ellos la autenticidad del sexo; son, en fin, por todos conceptos dignos de dejar de ser hombres...".

Pero el articulista decimonónico se mostraba comprensivo con las mujeres que adoptaban su venerado traje masculino, con esta lógica: "En una sociedad donde los hombres se desprenden con tanta facilidad de los calzones, ¿qué han de hacer las mujeres sino ponérselos?".

¿Habrá vivido don Lalito lo suficiente para atestiguar que muchísimas damas lo terminaron haciendo, en la mayoría de los casos, sin "mancillar" la feminidad que de ellas esperaba Doña Sociedad Binaria?  

"En fin, las mujeres que se disfrazan de hombres podrían cansarnos, pero los hombres que, no solo se disfrazan, sino que se transfiguran en mujeres, no pueden inspirarnos más que repugnancia e indignación".

Como atestigua la foto de portada, yo viví en julio de 2016 no la repugnancia sino el agrado de ser transfigurado femeninamente por Fabián Cháirez, quien aplica a esta tarea la misma pasión y arte que a sus pinturas cuestionadoras de los roles de género y la masculinidad tóxica. Y sí, me parezco a mi mamá guapa ("nos pasa a todas", me aseguró Fabián).

Aunque entonces no me vestí como la flapper de mis sueños (espero hacerlo en el Carnaval de 2022), fue una experiencia lúdica y poderosamente liberadora, que sirvió para ilustrar juguetonamente, con las fotografías que nos tomamos, una de las entregas de Nosotros los jotos en pro de la aprobación del matrimonio igualitario en todo México.

Fabián Cháirez (derecha) y Yolanda la Bertrán en vestidas damas.

María Magdalena es el alter ego en vestida o drag queen de Fabián. Antes de la pandemia, ella y su camarada Skanda López (Favio Montoya), ofrecían a través de RB&B una experiencia de travestismo profesional, que durante un par de años disfrutaron los fines de semana innumerables chavix homosexuales y también bugas, con triunfante visita incluida a un antro gay del centro de la capital.

No hay nada como ponerse en los zapatos del otro, ¡sobre todo si tienen altísimos tacones! Y como advierte la comadre Celia Cruz: "No hay que llorar, que la vida es un Carnaval y las penas se van cantando...".

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, invertidas señoras y señores míos!    

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