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Los 41 y otros bailes de maricones

Los 41 y otros bailes de maricones

Por Antonio Bertrán

En la crónica "El segundo baile de los maricones", El Popular del jueves 6 de febrero de 1902 advertía floripondiamente: "Los cuarenta y uno dejaron semilla y ésta ya está dando sus matitas".

En efecto, solo dos meses y medio después del famoso fandango de travestidos descubierto en la calle de la Paz (domingo 17 de noviembre de 1901), el oprobio que sufrieron la mitad de los ahí detenidos barriendo en sus trajes de mujer las calles de la Ciudad de México, para luego ser enviados en proscripción forzada a Yucatán, tal parece que no sirvió de escarmiento para los alegres camaradas de la raza ninfea.

Otra nota publicada el mismo 6 de febrero, también en la portada de El Popular con la cabeza "El baile de la Coyuya", informaba a los lectores ávidos de noticias escandalosas que uno de los "frescos" detenidos el domingo  previo (día 2), el corista y perfumero Ángel Ramírez, "es muy conocido en los teatros porque lleva amistad con muchos lagartijos de Plateros [hoy Madero] y según se asegura fue uno de los que logró escapar del famoso baile de la calle de la Paz".

Junto con él cayó en manos de Miguel Sánchez, oficial de la gendarmería montada, el joven planchador Rafael López, quien igualmente vestía "enaguas, chaqueta, corsé y chales, teniendo aretes y fleco rizado".

En el segundo baile participaba un número menor de varones, 12 , la mitad de los cuales era la que llevaba "atributos femeniles", pero como el policía iba solo, no pudo detener más que a los dos mencionados porque el resto corrió escapando por una segunda salida de la casa que pertenecía a una doña Micaela Jiménez.

Ubicada en la esquila de las calles 4a de las Palomas y la Coyuya, la propiedad había sufrido un derrumbe a causa de las "Obras del Drenage", y las alegres "bailadoras" y todas sus parejas masculinas encontraron un hueco para huir, "escondiéndose tal vez en algunos de los cuchitriles que hay por el rumbo de San Lázaro".

Este guateque de invertidos no era fifí como el que había tenido lugar en la céntrica calle de la Paz, hoy Ezequiel Montes, que dio lugar a la especulación de que un personaje encumbrado –Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz–, entre los otros asistentes de familias "decentes", había sido "salvado" porque los primeros reporte de prensa hablaban de 42 afeminados, pero luego solo mencionaban a 41, 19 de los cuales vestían "trajes elegantísimos de señora, llevaban pelucas, pechos postizos, aretes, choclos bordados y en la cara tenían pintadas grandes ojeras y chapas de color" (El Popular, 20 de noviembre de 1901).

El Universal del 20 de noviembre explicaba esta diferencia de cifras refiriendo que "En el curioso baile de frescos [...] solo se encontró una mujer que difícilmente fue reconocida entre aquellos que verdaderamente tenían el aspecto de hembras".

En las notas de El Popular sobre el segundo baile de maricones descubierto hay dos datos reveladores: "Dichos individuos acostumbraban reunirse todos los domingos en aquella casa [de la Coyuya] que tenían alquilada a pic-nic, pagando cada uno el alquiler mensual del cuarto en que habitaban de vez en cuando".

Solo puedo imaginar que era su picadero puñalón, con la ventaja de que "La casa era de las más apropiadas para verificar esos bailes, pues como no vivían más personas que ellos, no corrían peligro de ser denunciados a la policía; pero parece que un curioso fue a contar lo que ocurría al oficial Sánchez [que estaba de servicio extraordinario en la cercana Plazuela de la Candelaria de los Patos], y éste en cumplimiento de su deber fue a poner fin a aquella inmoralidad".

¿Cuál inmoralidad?", pudo haber revirado a la autoridad el corista de teatro Ángel Ramírez, que según la crónica no de color sino de colorete, "de tocador para adentro se llama Ángela Ramitos". El joven soltero y de 22 años declaró en su defensa que vivía en la calle de Manzanares, no en la casa (leonero) de la Coyuya, "a donde dice que fue a dar una broma vestido de mujer".

Justo era la temporada de carnaval, agregó el planchador Rafael López, por lo que vestirse de mujer "le pareció lo más natural del mundo". Por cierto que, según el cronista anónimo de El Popular –que sospecho le echó a su texto mucha fantasía burlona–, el joven Rafael era conocido como "La de los Claveles Dobles", en alusión a la zarzuela La Revoltosa.

La misma justificación del baile de máscaras carnavalesco dieron, y gracias a ella fueron soltados sin más consecuencias, los siete individuos que a los pocos días, el domingo 16 de febrero por la noche, "se entregaban al baile vestidos de mujer, algunos como cirqueras, en una casa de la calle de Mesones".

Esa nota del miércoles 19 de febrero de 1902 de El Popular, significativamente más pequeña, remataba advirtiendo que si aquellos individuos en verdad "gastaban una broma de carnaval, lo hacían en momento en que la sociedad repugna esos actos que hablan muy poco en favor de los hombres serios que se exponen a la murmuración si se tienen en cuenta los bailes recientes de los maricones".

¿Hubo un club secreto de maricones?  

Le planteo la cuestión del travestismo carnavalesco al guapazo Luis de Pablo Hammeken, asesor histórico de la película El baile de los 41 (que por cierto ha dividido entre el comadrerío las opiniones: a favor dicen que es una obra de arte que nos retrata con tintes gozosos, y en contra, que da una imagen estereotipadamente blanca de los gays fifís).

–La Marquesa Calderón de la Barca fue en 1840 a uno de estos bailes y vio algunas mujeres vestidas de hombre y también hombres disfrazados de mujer. Además el abogado Juan Carlos Harris localizó los recursos de amparo de siete de los 41, que argumentaron que se trataba de un baile de disfraces. ¿No se sobredimensionó esto de que eran maricones?

–No creo, por el hecho de que no había mujeres.

–Solo una.

–Algunos decían que una, pero que además era vieja y se encargaba de dejarlos entrar, o de la limpieza o era la alcahueta, como recreando este ambiente. Lo interesante es que entonces, para empezar, la ley no prohibía las relaciones entre personas del mismo sexo, además de que la prensa y en general la literatura y las voces de la opinión pública no hablaba sobre homosexualidad, palabra que ni siquiera existía. Después de la Independencia y la abolición de la Inquisición, ya no era muy políticamente correcto decir sodomía, tenía un tufo católico o colonial no muy aceptado. Lo que había era afeminamiento de los hombres y amasculinamiento –no sé qué palabra usar– de las mujeres. Se burlan mucho de las mujeres que tratan de comportarse como hombre y, por supuesto, de los hombres que se afeminizan, pero no se habla nada de sexualidad. Por supuesto que existía la palabra maricón y se usaba mucho pero era coloquial, no aparecía en la prensa ni en la literatura, solo en las hojas volantes y publicaciones de ínfima categoría, como el Alarma! de la época. Por eso el baile de los 41 es tan importante porque sacó a la luz una práctica que seguro existía pero de la que nadie hablaba, y ahí quedó un poco claro que no solo era un baile de disfraces, sobre todo por el hecho de que no había mujeres. En estos bailes carnavalescos sí se podían vestir los hombres de mujer y las mujeres de hombre, se podían disfrazar de curas o del presidente, el espíritu del carnaval es invertir por un día la lógica del poder y burlarse de los poderosos y disfrazarse de lo que uno no es, pero estaba muy acotado a unos días muy específicos del año, justo antes de empezar la cuaresma en la que todo tiene que ser recogimiento y oración.

Luis se doctoró en historia por El Colegio de México con una tesis que publicó como libro en 2018: La República de la Música. Ópera, política y sociedad en el México del siglo XIX (Bonilla Artigas Editores). Curiosamente, el pasado 22 de mayo cumplió 41 años,  cifra tabú durante el siglo pasado por la referencia al baile de los chulos y coquetones ridiculizados en los célebres versos que circularon ilustrados por José Guadalupe Posada.

El historiador De Pablo es un chulo y coquetón que no solo maneja con soltura la vida social y cultural decimonónica, sino que se apasiona al explicarla en referencia a este tema joteril. Y me contextualiza cuando le planteo que los  frescos, ese ramillete de "clavelinas", no escarmentaron y la "matita" siguió dando de qué hablar.

"Como no era algo ilegal no hubo juicios, no hubo procesos en ningún caso, sabemos tanto del primero de los bailes, del baile de los 41, porque coincidió con un momento, yo diría, de pánico moral en que la sociedad está como sedienta de escándalo. Había entonces otros dos escándalos que no tenían que ver con la homosexualidad:

"Un laico [Joaquín Terrazas] que pretendía ser asesor espiritual y había sido excomulgado por el arzobispo de México, y los periódicos católicos habían puesto el grito en el cielo pero la verdad es que no habían vendido tantos periódicos.

"También en 1901 ocurrió el estreno de una obra francesa, Zazá, y decían que era un síntoma de la corrupción moral de la sociedad. Sus autores eran Pierre Berton y Charles Simon, y trataba sobre una prostituta que se vuelve cantante de vodevil  y se hace amante de un hombre casado.

"Tanto los periódicos católicos como esos periódicos populares, críticos al régimen, que se burlaban con caricaturas de los ricos y poderosos, vieron en el escándalo una veta riquísima para vender muchos periódicos, y decían 'Esto es inaudito, nunca había pasado, refleja además toda la perversión de la sociedad actual, ¡compren, compren los periódicos para que se enteren de todo el chisme!'.

"Creo que eso fue lo que pasó con el baile de los 41, no creo que fuera ni el primero y sabemos que no fue el último".

La cofradía secreta o el club de los maricones planteado en la película por la guionista Monika Revilla es una licencia creativa que al asesor histórico le parece verosímil, porque se trata de una obra de ficción, no un documental.

La posibilidad se desprende de los versos publicados por el El Popular en pleno escándalo, el lunes 25 de noviembre de 1901, que se mofaban señalando que, como los obreros, 41 maricones formaron "su sociedad" o mutualismo:

Este mutualismo era

Para ellos bien entendido,

Pues todos habían reunido

En una pequeña hoguera

Amor, juego, borrachera

Y los más grandes placeres

Sin que entraran las mujeres

A turbar sus alegrías

Y así pasaban los días

Con los mismos pareceres.

"No tenemos ninguna evidencia de que haya habido algo parecido a un club, pero de algún modo se tenían que reunir", considera Luis.

"En algún periódicos se dijo que en las cantinas habían repartido invitaciones y que algunos habían ido equivocadamente pensando que era un baile normal o de fantasía, pero eso no me parece muy verosímil.

"Seguramente había una clase de red de sociabilidad, no sé si había un espacio físico donde se reunieran, pero probablemente sí, quizá fuera la casa de alguien [está la referida de la Coyuya], quizá había solo un circuito de fiestas clandestinas, y cuando digo clandestinas no quiero decir ilegales, porque no lo eran, pero sí secretas, no cualquiera se podía enterar, pero ellos sí sabían quiénes eran. Digamos que luego lo que se llamó con un eufemismo 'el ambiente', seguramente existía".

–En el Taller de los Martes de Archivos y Memorias Diversas (del 1 de diciembre) comentaste que hubo algunos cosas que como historiador no te gustaron de la película.

–Sí hubo algunos detallitos. Sí quiero decir que después la vi, ya como espectador, y está bien. Se necesitan unas licencias creativas para que la historia tenga sentido, pero hay  una escena en la que Ignacio de la Torre se muda de la alcoba nupcial, se va a su propio cuarto, y su esposa [Amada Díaz, la hija del presidente] hace un drama. Desde el principio dije no, en las familias de esa clase social tenía cada quien su habitación, no era malo eso, al contrario, raro hubiera sido que con una casa de ese tamaño no hubiera la habitación de él y la de ella, y que a veces compartieran la cama para fines sobre todo procreativos. Por lo que no creo que a nadie le hubiera escandalizado que un marido se mudara de la habitación de la esposa. Hay otras cosas puntuales, como hechos que habían ocurrido en el transcurso de 10 o 15 años, desde la boda de Ignacio con Amada, su elección como diputado, el tema de cuando quería ser gobernador del Estado de México y el baile, que ponen como si todo estuviera ocurriendo al mismo tiempo, y no fue así.

Luis destaca en favor de la película la célebre escena de la orgía homosexual, y pondera la audacia del director David Pablos para defender su permanencia porque después de ver el corte final, los productores ejecutivos comentaron –reveló Luis– que "temían herir la sensibilidad del gay moderno, que no se sintiera identificado con ese nivel de promiscuidad".

Claro que ambos nos reímos a carcajadas, y el historiador agregó: "Me pidió David que le escribiera un texto justificándola, y ahí sí la verdad me emocioné y escribí un tratado en defensa de la orgía, de 20 páginas, explicando que en la época no habían estos valores, digamos, heteronormados.

"Como era tan remota la posibilidad de que hubiera una pareja del mismo sexo que durara junta de por vida, ni las sociedades homofílicas pretendían que hubiera matrimonio entre personas del mismo sexo, y el modo de vida [homosexual] tenía sus desventajas y sus ventajas también, pero era mucho más libre incluso para esas parejas que se amaban locamente, como Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, porque claro que cada uno tenía sus amantes y cada uno iba a orgías, y en ningún momento se les ocurrió reproducir el esquema del matrimonio... Bueno, lo hacían a veces pero como parodia, en estas fiestas solía haber una boda como de burla, para divertirse, nunca se lo tomaban en serio".

–¿Que fantasías te despertó meterte a investigar lo que es rumor, lo que no es rumor sobre los 41, los otros bailes de maricones y estas posibles redes de camaradería homosexual?

–¡Qué bonita pregunta! Porque sí me surgieron muchas fantasías. Me hubiera encantado seguirle la pista a alguno de los que no importa que se supiera que estuvo en el baile o no, eso se me hace lo de menos. Pero poder saber cómo era su vida íntima y su vida publica también, y cómo mezclaba las dos. De entre los que se sabe que estuvieron o pudieron haber estado, se sabe bastante de Antonio Adalid, Toña la Mamonera como diría Salvador Novo, pero siempre está como la mirada chusca, de burla en la Estatua de sal que solo habla de sus excesos y de sus joterías. Eso está muy bien, pero me hubiera gustado investigar más profundamente personajes como él o alguno de los otros. Por ejemplo, en uno de los casos de los amparos, la esposa fue la que interpuso el recurso. Eso se me hace una historia fascinante porque está la posibilidad de la esposa celosa, que se siente abandonada, pero también podría ser una esposa cómplice, una esposa que también fuera amiga, que entendiera perfectamente a su marido y fueran compañeros aunque no se atrajeran sexualmente. Esa historia desafortunadamente no tenemos cómo rastrearla.

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

Por favor usen bici, cúmplanme mi fantasía de viajar en el tiempo para entrevistar a los 41 y, sobre todo, usen cubrebocas y condón.

   

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