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Lucha entre enaguas y calzones

Lucha entre enaguas y calzones

Por Antonio Bertrán

Como era su costumbre, el cronista de modas daba noticia puntual a los lectores de La Ilustración Mexicana –en especial del "bello sexo"– sobre una "innovación" que ocurría para perplejidad suya en ese noviembre de 1851 en que publicaba un par de reseñas.

Resulta que Mrs. Amelia Bloomer, una "señora americana, literata según parece" [era redactora del primer periódico para mujeres, The Lily (El Lirio)], estaba promoviendo desde Estados Unidos no un simple "cambio en el traje" femenil, advertía quien firmaba como Fortún.

"Este ha sido solo un pretexto, la Bloomer quiere realizar una importante revolución; quiere dejar al mundo sin mujeres para convertirlas en hombres".

Nomás le faltó al colega poner varios signos de ¡¡¡horrorizada exclamación!!!

Tal osadía transexual, término que obviamente no podía manejar el cronista porque en su época no existía, ni siquiera era lo que podríamos llamar hoy un acto de travestismo; sino la simple búsqueda de la comodidad que brindaba vestir pantalones amplios, y una igualdad de derechos para las miembras de la mitad no "barbuda del género humano".

Las "exaltadas bloomeristas", como calificaba Fortún a las "secuaces" de la Bloomer, "han emprendido una verdadera propaganda para que el bello sexo use calzones [pantalones] y después han tenido en distintos puntos de la Unión [Nueva York, Boston, Baltimore y 'hasta la moderada Filadelfia'], asambleas en las que han hecho resonar la más impetuosa elocuencia contra los hombres.

"Se trata de defender los derechos de la mujer, se quiere que ella pueda ejercer la medicina, la abogacía y toda clase de profesiones, y una oradora ha proclamado que este es el único medio de evitar que se continúe imputando a la mujer que se casa solo para asegurar su subsistencia".

Es evidente que Mrs. Bloomer y sus entusiastas adeptas eran protofeminisas.

Mrs. Bloomer "se ha declarado en contra de las faldas y prefiere los calzones, pero no a la cristiana, sino a la musulmana", advertía Fortún sobre modelitos como este, que en su opinión querían convertir a la mujer en hombre. London News, tomado de Internet. 

El figurín –hoy diríamos look– descrito por el cronista a partir de un "grabado en negro que lo representa" y que nos dice publicó el periódico London News porque esta innovación también había encontrado partidarias en Inglaterra, "consiste en una tunicela [pequeña túnica] no muy ancha que llega apenas a la rodilla, en calzones turcos, y en un sombrero ancho y tendido, a manera de los que usan las niñas de pocos años".

"Según las últimas noticias" que llegaron a su mesa de redacción, el mismo autor precisó en otra entrega que el atuendo, digamos masculinizante, que los ingleses habían denominado traje "inexplicable", consiste en:

"una casaquilla cuyos faldones caen hasta la mitad del cuerpo, en un chaleco abierto con botones de metal, en calzones muy anchos de las rodillas, en botines a la húngara, en corbata igual a la de los hombres y en un sombrero que es término medio entre el gorro y el sombrero propiamente dicho".

Supongo que como a mí, querido lector, amable lectora, el revolucionario modelito que ves en la ilustración te parece tan varonil como mis ademanes de Lily desmayada. Pero tenía muy molesto al influyente cronista de modas, quien ya se había declarado "en contra de la adopción del traje masculino por el bello sexo". Y resignado al "triunfo completo, indudable, del chaleco" en el vestir de las señoras, concedía: "es menester confesar que bien entallado da mucho atractivo al cuerpo cuando es bien formado".  

En una enumeración sobre lo que se usa y lo que ya no está de moda, Fortún mencionaba una costumbre en la que mi ser mal pensado advierte una clara alusión al "safismo" de la época:

"La amistad en las mujeres se manifiesta todavía con besos estrepitosos, capaces de interrumpir la representación en el teatro y de alarmar a la policía" (o quizá excitar las fantasías más inconfesables de los caballeros de la audiencia y los gendarmes).      

De ahí que el crítico lo que más lamentaba del bloomerismo era que en Francia comenzaba a expresarse más que en el traje en las costumbres que terminarían por convertir a las mujeres –le presto términos al colega– en lenchas bragadas que escupen al serrín de la cantina:

"Las demoiselles tratan a los hombres sin ceremonia y animan su conversación con fuertes apretones de mano, y a veces con puñadas [golpe con la mano cerrada], platican a gritos, y en fin se empeñan en abandonar la dulce timidez femenina. Escritores franceses tales como Alfonso Karr y Lemoinne, con todas las gracias de su estilo, conjuran a sus bellas compatriotas a que no se vuelvan hombres, a que no formen un tercer sexo, y hablan de esto con más cortesía que los americanos [que les dedicaban 'epigramáticas puyas' en los periódicos]".

¡Qué sorpresa leer en la prensa de 1851 sobre tercer sexo y una incipiente referencia a la transición de género!

Tras advertir con alarma que "la lucha entre enaguas y calzones comienza, pues, de una manera temible", el autor descartaba para México la "probabilidad de que las mujeres se subleven contra las faldas". Lo que le daba pie calzado con bota y espuela para lanzarle una patada a los afeminados de mediados del siglo XIX:

"Tal vez, sin embargo, en ninguna otra parte había más razón, porque aquí el sexo feo es el que ha querido igualarse a la mujer. Los elegantes usan corsé, cosmético y colorete; los hombres de estado tienen mil enredos y mil coqueterías; los literatos hablan de sus obras como si se tratara de dar una receta para hacer sabrosos merengues, los poetas hablan de córtes  de estrofas, como si se tratara de cortes de corpiños; y en punto a valor los héroes actuales pueden pasar por señoritas delicadas.

"En fin, aquí sin hacer tanto ruido ha desaparecido el hombre y nadie se ha alarmado como se alarman en el exterior con la supresión de la mujer".

¡El sarcasmo de mi decimonónico colega, sobre todo por la perrada de la receta de los merengues, me causó arcadas de risa y se me clavó una varilla del corsé!

Hombres presumidos y afeminados

¿Y quién era ese moralista con ácido humor escondido tras la firma?

Fortún era el pseudónimo del político liberal y eminente periodista Francisco Zarco, quien en ese año de 1851 y hasta 1855 se hizo cargo de La Ilustración Mexicana, me informó el Diccionario de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias, de María del Carmen Ruiz y Sergio Márquez (UNAM, 2000).

Nació en Durango el 3 de diciembre de 1829 y el 22 de diciembre de este 2020 se cumplirán 151 años de que falleció en la Ciudad de México. Apenas había alcanzado la cuarta década de vida.

Él mismo reveló que Fortún era el nombre de batalla con el que firmó en "el Demócrata, la Ilustración y el Siglo"  los "artículos de costumbres". La revelación apareció en una nota que anunciaba la publicación de sus obras, en cinco tomos, a los lectores de El Siglo Diez y Nueve, el 14 de octubre de 1856 (cuatro años antes había dirigido también este diario, y dichas obras anunciadas no llegaron a publicarse).

Bobeando en la Hemeroteca Nacional Digital de México di con esa referencia y por mi interés en el género de la crónica me puse a buscar los artículos del diputado del Congreso Constituyente de 1856-57 quien, según Carlos Monsiváis, con su historia sobre tal congreso hizo "de la crónica parlamentaria género estelar del periodismo" (A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, Era, 1980).

Igualmente sus textos sobre la moda, lejos de limitarse a cumplir su "misión de periodista frívolo e insustancial", como él mismo aseguraba, le permitieron "ejercer entre líneas su habitual crítica demoledora", destaca la historiadora Clementina Díaz y de Ovando en un ensayo publicado en la antología general de la obra de Zarco, Odiseo del diario acontecer (FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, UNAM, 2016).

Crítica que, por cierto, sobre la política estuvo prohibida por el gobierno de Antonio López de Santana, entre agosto de 1853 y el mismo mes de 1855, pero Zarco ya se había entrenado en deslizar comentarios mordaces y demoledores aprovechando temas aparentemente frívolos como el de los tafetanes y listones.

Por eso se entiende que en el Congreso Constituyente de 1857, como explicó Boris Rosen en la compilación que hizo de sus obras completas, "las reformas que [Zarco] defendió con más pasión y energía fueran las relativas a los derechos del hombre": las garantías individuales y las libertades de pensamiento, imprenta y de culto. Claro que ahí "derechos del hombre" parece excluir, por lo que escribió sobre la moda y las intenciones de Mrs. Bloomer, a los de la mujer.

Otra perla nacarada para nuestra historia jota la hallé en "Los transeúntes", una crónica deliciosísima en la que Fortún-Zarco se vale de la figura del flâneur o paseante para pintar a los diversos tipos –y algunas tipas– que encontraba a su paso transitando con ánimos y destinos muy variados por las céntricas calles de la Ciudad de México.

Dandys o pisaverdes del siglo XIX, que por su juventud también eran llamados pollos, y cual pavo reales se mostraban en los palcos del teatro o en la calle de Plateros, hoy Madero. Colección: ABR.

En este texto magistral, el cronista de costumbres dejó para la historia de la jotería la descripción del dandy, o más bien del pisaverde, ese hombre presumido y afeminado  que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y vagar todo el día en busca de galanteos (Diccionario de la lengua española).

Un individuo que a mediados del siglo XIX, cuando con su arreglo "son las mujeres las que deben gustar a los hombres y no viceversa" –explica el historiador Luis de Pablo Hammeken en La república de la música–,  se mostraba públicamente con un orgullo si no desafiante sí desenfadado, me parece. A ver si opinas lo mismo tú que tienes la bondad de leernos, e identificas de paso a alguna comadre mayorcita:

"Entre los paseantes se descubren de diferentes categorías. Aquel va perfectamente vestido; no hay una arruga en su casaca, ni el más leve polvo en el charol de su calzado, ni un solo cabello desprendido de sus bucles; se mira a sí mismo, se pavonea, se contempla ufano en los espejos al pasar por los cafés y tapicerías, mira en torno de sí, queriendo hallar admiradores, cree encontrarlos, se pone satisfecho, ve sus guantes, mueve su bastón de una manera estudiada, fuma su enorme habano, piensa que no hay quien no se detenga a contemplarlo, y vuelve feliz a su casa, figurándose haber llamado la atención de hombres y mujeres, inspirando a unos envidia, a las otras deseos...

"Y sin embargo pocos los han visto... Unos han dicho, ¿quién es ese mono? Otros, ¿a dónde va ese títere? Algunas mujeres al oler tantos perfumes como se desprenden de la cabeza y del pañuelo del dandy, han exclamado: ¡Uf! ¡Qué peste!... La gente del pueblo lo ha codeado sin hacerle caso... Una niña ha dicho desde su coche: ¡Lleva corsé!... Y el paseante fátuo es feliz, sin embargo...

"Mañana saldrá del mismo modo, y así pasará el tiempo, y de aquí a algunos años teñirá sus canas y comprará dientes, y llevará pantorrillas artificiales, y creerá engañar a la multitud con sus prestadas gracias juveniles...".

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas (a la cristiana o a la musulmana), señoras y señores míos!

Autor no identificado, retrato de estudio de Lupe y Luisa, 1918. Museo del Estanquillo. Colecciones Carlos Monsiváis.

                 

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