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El gringo, los conscriptos y amores gays en Tepito

El gringo, los conscriptos y amores gays en Tepito

Por Antonio Bertrán

Un domingo, después del servicio militar, el instructor nos llevó a conocer a Walter Norris. "Es un señor gringo que tiene muchas revistas porno que se trae del otro lado", nos dijo a un grupito de tres amigos, y para terminar de animarnos mencionó que también podría conectarnos con chavas para ponerle Jorge al niño.

Y áhi fuimos al departamento del gringo con nuestros 18 abriles, en el uniforme de gabardina color caqui que en esa época, a principios de los años 70, tenías que comprar para el servicio en El Tranvía, una tienda cerca de la Merced, que ya no existe.

Ya no recuerdo su nombre, pero el instructor no era militar, al menos no tenía insignias en el uniforme como el mero mero que era sargento primero. A mí me da la idea de que se trataba de un conscripto de otro año, que cuando terminó le dijeron: "Oye, quédate a trabajar para que nos ayudes a controlar a los muchachos".

Porque sí éramos muchos. Está grande el parque de los Periodistas, cerca del Metro Fray Servando, donde nos reuníamos los domingos de siete a una, ¡y se llenaba de conscriptos!

Este chavo estaba a cargo de mi grupo, nos ponía los ejercicios y a él se dirigía el mero mero cuando pasaba a ver cómo estábamos. Era moreno y alto, jovenazo pero mayor que nosotros, como de 25 años, y tenía un cuerpazo, pero un cuerpazo. Es que a esa edad todos somos guapos, ¿no?

Jóvenes con uniforme militar. Fotografía encontrada, México, noviembre de 1944, colección ABR.

Walter Norris vivía en un departamento no muy grande pero de techos muy altos, en un tercer piso del Callejón de Dolores, ahí por el Barrio Chino del Centro. Tenía como 55 o 60 años, no sé a qué se habrá dedicado porque ya no trabaja, quizá tendría pensión de Estados Unidos o dinero ahorrado.

Nos recibió en una pijama de seda. Siempre estaba en pijama holgada porque era ni gordo ni flaco, como robusto pero no ponchado. Tenía los ojos claros y ya estaba canoso. A mí, la verdad es que nunca me atrajo.

Ya nos presentó el instructor con el Walter Norris, que nos ofreció un vaso de refresco; nunca nos ofreció otra bebida como cerveza o cuba, yo creo que porque era codo.

Y nos sentamos en los dos sillones de la sala decorada con cuadros no de pinturas sino con cromos de paisajes. En una mesita, ahí junto, estaban las revistas porno. Había algunas con mujeres, pero yo veía que especialmente había de hombres, eran revistas gays pues, que yo nunca había tenido la oportunidad de ver. Y claro que me excitaban, pero la reacción que me provocaban bajo el pantalón no la daba a notar porque en esa época no se abría uno, hablar de homosexualidad era totalmente tabú.

En mi grupo había muchos compañeros que me atraían porque eran jóvenes, tanto morenos como blancos, y estaban realmente guapos. Sí te echabas tu taco de ojo, sobre todo cuando nos dejaban quitarnos la camisa del uniforme y nos quedábamos en camiseta sin mangas; veías brazo y un poco de torso, pero era taco de ojo y, si acaso, mirada braguetera que no niega, nada más.

Ejercicios gimnásticos posiblemente con conscriptos del Servicio Militar Nacional. Foto encontrada, México, sin fecha, colección ABR.

El Walter Norris te apapachaba, pues éramos jóvenes, ¿no? Te agarraba una pierna o un brazo, pero nunca nada más, al menos las veces que yo lo visité. Y me acuerdo que usaba mucho una terminología, que él era libro y que quería un lector, o sea que quería un lector para que lo abriera y se lo aventara. Aunque tenía ciertos movimientos amanerados no decía: "Soy gay", ni joteaba abiertamente porque era más bien serio. Nada más eso de "Yo soy un libro y una mujer es una libreta". ¿Sí me entendiste?

No creo que fueran gays los otros dos compañeros conscriptos que fueron conmigo. El instructor tampoco, hablaba mucho de mujeres y del pegue que tenía con ellas, y se le notaba que era  muy calenturiento. Su labor era como un enganchador que le llevaba los muchachos a su amigo gringuito. A saber si le pagaría algo por eso, yo creo que sí, pero a mí nunca me ofreció dinero.

Tengo la idea de que este señor Norris quería hacer como una cadena: Este fulano nos llevó y luego ya si nosotros queríamos llevábamos a otras personas, y esas personas podían llevar a otras... Como que quería escoger entre varios a los que más le gustaran para que se lo leyeran, ja, ja.

Yo regresé unas cinco veces, entre semana, la verdad atraído por las revistas porno. Una vez llevé a Jaime, un amigo desde la secundaria, que se puso muy nervioso porque el Walter lo empezó a querer sabrosear, y no le pareció aunque era gay. Pero después siguió yendo, lo que nunca supe fue si tuvo algo que ver con el gringo, yo creo que sí. Yo de plano no porque a mí no me gustaba.

Un mister degustando el buen chile nacional. Autor no identificado, impresión sobre papel, años 50-60 del siglo XX, colección Reynaldo Velázquez. 

Claro que en esa época yo ya tenía relaciones sexuales con muchachos, principalmente con mis vecinos de la colonia Morelos, donde he vivido siempre, incluso en la misma calle, digamos que ubicada en la orilla Norte de Tepito.

Mi primera experiencia fue a los siete años, con Pancho. Entonces yo ya sabía que me gustan los niños. Estábamos jugando en la calle y nos escondíamos en el espacio que había entre unas casas que estaban donde vivíamos. Ahí nos metíamos y me acuerdo que el Pancho me empezó a besar y en eso nos vio el papá de una amiga, que era policía, porque se asomó por una ventana de la casa. Y que sale el señor y nos agarra a nalgadas.

"¡Órale, váyanse para su casa!", nos dijo. No nos llamó ni putos ni jotos ni maricones, pero ahí fue que dije: "Sí, yo soy diferente".

Esa fue la primera experiencia de estar con alguien, en un beso, y ya el primer intercambio sexual fue como a los 14 años, con Raúl, que era un poco mayor, habrá sido como de 17 años, y tenía una verga muy grande, pero flaca, no era muy gorda.

Vivía en otra vecindad y me dijo que fuera a su casa. Y fuimos Pancho y yo a su casa pero el Raúl quería conmigo. Entonces Pancho dijo: "Pues, métanse a la recámara, yo aquí espero".  Y ahí estábamos, pero a mí me dolía, ¡ay, no aguantaba!

Por fin, como no podía se metió el Pancho, que tenía más experiencia. Yo lo estaba esperando en la otra recámara y que llega el hermano mayor de Raúl, que se llamaba Jorge y ha de haber tenido 25 años; ya murió.

¡Huy, híjole, los encontró! Y: "¡Qué están haciendo aquí...!". Nos corrió el hermano.

En otra ocasión fuimos a unos baños ahí en Tepito, Baños la Conchita, enfrente de la iglesia de la Conchita, no sé si la conoces, está en Tenochtitlán y Constancia. Raúl nos llevó a los dos, pero yo no podía, no aguantaba y ni idea de echarte lubricantes, pues no. Y el Pancho sí podía, yo creo que jabón por lo menos le ponía porque sí se la aguantaba, pero yo no. A lo mejor lo que quería el Raúl era ver sufrir a la persona, ja, ja, no sé.

¿Quién se agacha por el jabón? Autor no identificado, impresión sobre papel, años 50-60 del siglo XX, colección Reynaldo Velázquez.

Y otra vez este Raúl nos invitó a una fiesta en su casa. El baño estaba como en medio de las piezas, y tenía una puerta por aquí y otra por acá, en el otro extremo. Y que me dice: "Metete al baño, yo voy a entrar por una puerta y tú entras por la otra". ¡Ay, pero yo me moría del susto porque estaba la gente en la fiesta, en toda la casa!

Creo que nada más se la mamé ese día porque yo tardé para poder que me abrochara bien. Y cuando ya terminamos me dijo: "A la de tres nos salimos". Cada uno estaba parado en una puerta, él salió para un lado y yo para el otro. Eso no lo puedo olvidar porque sentía, ¿cómo te diré?, emoción pero a la vez miedo, mucha adrenalina.

En esa época adolescente yo tenía parejas ocasionales, que eran mis vecinos, unos más sabrosos que otros. Tuve varios: Armando, Juan, Roberto...

Roberto fue una pareja durante un buen tiempo, y me gustaba mucho porque me besaba muy rico. Era blanquito, pelo chino, de rasgos agraciados, ¡me encantaba! Después se casó y tuvo hijos; murió de Covid, por cierto, en esta pandemia, era más o menos de mi edad, entre 65 y 67 años.

A los 15 o 16 años teníamos un club, una casita. En realidad era un cuarto pegado a la casa de Roberto, de techo bajo, así que había que estar sentados. Seguido me hablaba para que fuera, me decía: "Vamos a la casita".

Otras veces nos reuníamos ahí los cuates de la cuadra, por eso era un club, pero cuando no, nada más él y yo, y ya no sufría el abrochón, como con Raúl, porque aprendí a tomar mis precauciones, je, je.

Luego cada quien tomó su rumbo, yo me fui a estudiar la carrera técnica en enfermería, y luego a trabajar. Al paso del tiempo lo volví a ver, pero no nos saludábamos, nada más nos veíamos.

Y otro que me buscaba cuando ya tenía 17 años era Armando, vivía a la vuelta, en la Avenida del Trabajo con su mamá, sus hermanos, su padrastro. Enfrente de donde yo vivía, la familia de su papá tenía una vidriería, vendían vidrios pero grandísimos. Era como bodega y tienda también.

Armando tenía las llaves porque trabajaba ahí, y de repente me hablaba o nos veíamos y me decía: "En la noche te espero. ¿eh?". A las ocho de la noche yo decía en mi casa: "Ahorita vengo, estoy acá afuera". Y nos metíamos a la bodega a darle duro y macizo.

Galán de barrio. Autor no identificado, impresión sobre papel, años 50-60 del siglo XX, colección Reynaldo Velázquez.

Por esos años hice un diario y lo dejaba –según yo– escondido en una mesa con librero, hasta abajo, pero tuve que destruirlo porque mi medio hermano mayor, que me atacaba porque se me notaba lo afeminado, anduvo ahí husmeando y lo fue a encontrar.

Sobre otra de mis parejas, Héctor, que le decían Perico, me explayé en el diario contando lo que hacíamos: nos veíamos en la noche en un cuarto que estaba en el mismo predio pero aparte de su casa, y ahí nos metíamos, pues a coger y a mamar.  Yo explicándolo todo con pelos y señales, y luego mi hermano fue a leerlo.

Se lo contó a mi mamá y le dijo que cómo era posible, que él era muy macho y se lo demostraba con cualquier mujer, y que yo quién sabe qué. Entonces yo todavía no tenía elementos para defenderme, pero mi mamá le dijo que se callara, ella me apapachaba mucho y me defendió. Mi mamá era obrera, trabajó en IUSA, Industrias Unidas S. A., que era de cosas eléctricas, de un señor Alejo Peralta.

También en la colonia Morelos, en la calle de Granada, vivía un muchacho mayor que nosotros, Jaime, que era la inspiración, el modelo a seguir porque era totalmente amanerado. Regordete, se enchinaba las pestañas, se dejaba las uñas largas y les ponía barniz transparente, usaba los pantalones muy ajustados y era muy animoso en las fiestas, él organizaba cada año las posadas de la vecindad donde vivía. Tenía una tienda de abarrotes llamada Rumbo al Cairo, que tenía el único teléfono de las calles aledañas. Ahí metía a sus canchanchanes, ¡y todo mundo sabía lo que era!

Jaime tenía un medio hermano, Rubén, y también era amigo de Pancho y amigo mío. Y este Rubén bailaba sones jarochos, había ido a unas clases con Lupita la Jarocha, vecina también de por ahí, que había nacido en Alvarado, Veracruz.

Lupita la Jarocha nos daba clase en un patiecito que tenía a la entrada de su casa. Con ella aprendí a bailar el Balajú, el Canelo, el Colás, la Bruja, tantos sones jarochos.

Los viernes era lugar de reunión el Casino Jarocho, estaba en Havre y Marsella, en la colonia Juárez. Ahora es la casa de representación de Veracruz en México, o algo así. En los 70 era el Casino Jarocho y se reunía mucha gente, había de todo, pero la mayoría era gay. Yo me iba a las nueve de la noche con Rubén, y ya regresábamos como a las dos de la mañana. Nunca me ligué a nadie porque me daba miedo, pero creo que Rubén sí porque era más aventado.

Iban muchos bailarines del ballet de Amalia Hernández, me acuerdo de uno muy guapo, Amadeo Carlin se llamaba, y de repente se subía a bailar, pero se bailaba hombre con mujer y nunca hombre con hombre, ni mujer con mujer.

Búscate el Tilingo Lingo, muchacho. Autor no identificado, impresión sobre papel, años 50-60 del siglo XX, colección Reynaldo Velázquez.

La primera vez que entré a un bar gay fue en el Clandestine, que estaba en Plaza de la Solidaridad. Ya trabajaba yo en uno de los Instituto Nacionales de Salud, tendría como 25 o 28 años, y fui con un amigo, José Luis, enfermero también, que tampoco había entrado antes a un bar gay.

¡Fue la sorpresa porque podías hacer de todo! Y tenía cuarto oscuro, ahí entré por primera vez a un cuarto oscuro. Me quisieron bajar los pantalones, pero la primera vez nada más entré a ver. Ya después, cuando agarré más confianza, pues sí. Me llevaba ahí a las conquistas para agasajarnos en los sillones, porque en un lugar así ¿quién se iba a espantar?

Gracias, querido José, por compartir con Nosotros los jotos tus cachondas vivencias en una Ciudad de México que ya no existe.

¡Hasta el próximo choque de chichis o braguetas, señoras y señores míos!  

   

     

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