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La belleza y el mal

La belleza y el mal

Por Antonio Bertrán

El sexo es lo único por lo que vale la pena vivir.- Robert Mapplethorpe.

Estaba rodeado por docenas de personas peleando… Mongoloides, mujeres con los dientes y la piel podridos… Gente que se había escapado de algún manicomio… Ellos gritaban y me sujetaban las piernas, trataban de jalarme y yo no quería que me arrastraran a ese infierno suyo…

Robert Mapplethorpe contó este sueño a sus amigos íntimos. El célebre fotógrafo gay lo tuvo después de leer un artículo en la revista Vanity Fair, publicado por motivo de la inauguración, el 28 de julio de 1988, de una gran exposición retrospectiva con su obra en el Museo Whitney de Nueva York.

“El largo adiós de Robert Mapplethorpe”, se titulaba el texto. “¿El largo adiós?”, se repitió el fotógrafo al leer el encabezado. “¿Le gustaría al Vanity Fair que acelerara esto? ¿Estoy muriendo con demasiada lentitud para ellos?”.

Aún peor fue para el artista de 41 años el disgusto de verse en una fotografía que le tomaron durante la inauguración: estaba de perfil, sentado entre admiradores, y en su rostro resultaban evidentes los estragos característicos de los enfermos de sida.

Eran los comienzos de la terrible pandemia. Robert había llegado con mucha antelación al museo para que la multitud invitada no lo viera entrar con un tanque de oxígeno y en la silla de ruedas que empujaba su enfermero, Tom Peterman.

Esta fotografía de Robert Mapplethorpe, tomada en la inauguración de su retrospectiva en el Museo Whitney, aparece reproducida en la biografía que le dedicó Patricia Morrisroe.

El curador de arte y coleccionista Sam Wagstaff, que fue su mentor y la pareja más significativa de su vida, había muerto a causa del sida más de un año antes, el 14 de enero de 1987. Tenía 65 años.

Sin embargo, la condena de muerte que representaba entonces tener el virus de la inmunodeficiencia humana hizo más relevante el trabajo de Mapplethorpe, y quizá también por eso lo trataron con mayor “cautela” los críticos que desde la década de 1970 habían cuestionado que fueran arte sus fotografías de prácticas sadomasoquistas entre homosexuales.

La evidencia de su enfermedad también disparó las ventas de sus impresiones. “¡Otros 25 mil dólares, otros 15 mil dólares, son 40 mil dólares en dos horas!”, fue habitual oír exclamar a Robert en los días siguientes a la inauguración de la exposición, al recibir las llamadas informativas de su entusiasta galerista (en total, la venta de las impresiones que los coleccionistas no dejaban de solicitar alcanzó el medio millón de dólares).

Todos estos detalles los leí en una magnífica biografía escrita por Patricia Morrisroe y publicada en inglés en 1995, que está entre los libros de Carlos Monsiváis que custodia la Biblioteca de México.

Lo hice en la víspera de uno de los aniversarios luctuosos (9 de marzo de 1989) de este fotógrafo, cuyas imágenes de desnudos me inquietaron desde que las descubrí a principios de los años 1990 (particularmente de los negros dotados con suculentos falos, que a él mismo lo enloquecían de pasión).

El libro de Mapplethorpe (1988) censurado por la biblioteca del Tec, y encima el de la exposición con las polaroids de sus primeros años, expuestas también en el Museo Whitney de Nueva York (2008).

Trabajaba como profesor de géneros periodísticos en el Tec de Monterrey Campus Estado de México, en el que me había graduado en ciencias de la comunicación el mismo año de la muerte de Mapplethorpe. Un buen día, mi amiga Mónica Martínez, adscrita a la biblioteca, pensó que me gustaría quedarme con un libro cuya adquisición había sido solicitada por algún miembro de la comunidad universitaria, pero su contenido “pornográfico” escandalizó a su jefa, la directora del acervo, y prohibió que el volumen estuviera a disposición del público.

Claro que yo acepté el regalo que me llegaba por vía de la más estúpida censura. Estoy seguro que al hojearlo aletearon en mi estómago mariposas similares a las que decía sentir el fotógrafo cuando en la adolescencia empezó a meter las narices en las revistas pornogay.

"Era un sentimiento no precisamente sexual, sino más poderoso que eso", dijo en una entrevista a finales de los 80, citada por Sylvia Wolf en Polaroids. Mapplethorpe, Prestel Verlag, Nueva York, 2008 (tengo la reimpresión de 2019, obsequio de mi querida hermana Montse).

"Pensé que si pudiera, de alguna manera, retener y llevar ese sentimiento al arte, podría hacer algo que fuera distintivamente mío".    

¡Y vaya que lo consiguió! El libro rechazado por la biblioteca del Tec es precisamente el catálogo de la exposición cumbre del fotógrafo en el Museo Whitney de Arte Americano, con sus icónicos desnudos, retratos de celebridades y flores. Hasta la fecha lo conservo con cariño, un poco pandeado porque es sobreviviente de una catarata que cayó sobre el librero, un día de tormenta en 2010.

Por cierto que el "pornográfico" volumen ni siquiera contiene las fotografías sobre las más rudas prácticas sadomasoquistas como el fist-fucking (introducción de la mano y parte del brazo por el asterisco), que sí incluyen otras ediciones sobre el artista que he podido consultar en el acervo de Monsi.

¡Cómo imaginar en esos juveniles años 90 que con Mapplethorpe me llegaría a hermanar no solo su trabajo con la belleza sino el mal!

“Mapplethorpe se levantaba en las noches empapado de sudor, tenía los ganglios inflamados, dolores de estómago y diarrea”, narra la biógrafa sobre los primeros síntoma del sida que se le manifestaron en 1986.

Este pasaje me sobrecogió porque yo viví lo mismo en el verano de 2009, cuando por fortuna ya existían los antirretrovirales que a los VIH+ nos permiten vivir bien. Pero en la década de los 80 no había forma de evitar el paulatino deterioro del sistema inmune y la muerte.

Conforme iba perdiendo peso y se debilitaba, Robert vivió un largo periodo de negación. Unos meses antes le había comentado a un amigo: “Esta cosa del sida es muy escalofriante, espero no contraerlo”. Su amigo pensó: “Si hay alguien en esta ciudad [Nueva York] que seguramente lo contraerá eres tú”. Y así fue.

Para quien había sido la oveja negra entre los seis hijos de una familia católica, descendiente de inmigrantes ingleses e irlandeses, el sexo llegó a ser lo más importante en la vida. Tenía 16 años cuando descubrió y robó de un kiosco de periódicos, en Times Square, una revista pornográfica gay. Fue sorprendido y apresado, pero el aterrorizado muchacho logró escabullirse con su lúbrico botín.  

Como estudiante de artes gráficas en el Instituto Pratt de Brooklyn, el joven rebelde empezó a consumir desde 1966, casi a diario, diferentes drogas como "marijuana", cocaína o LSD, pues encontró que estimulaban su creatividad, y en la experimentación con el sadomasoquismo le ayudaban a borrar la distinción entre el placer y el dolor. Las sustancias también acallaban las voces interiores que, desde la pubertad en que descubrió la masturbación, lo torturaban por ser gay con la culpa judeocristiana.

“No creo en dogmas y teologías, solo creo en ser una buena persona”, le dijo un desmejorado Robert al sacerdote que su devota madre le envió unos meses antes de morir.

“Siempre he sido honesto con la gente, nunca he mentido, creo que he vivido una vida moral”.

Mapplethorpe fue de las primeras personas en recibir AZT, cuando el medicamento aún estaba en etapa clínica experimental, y por sus relaciones y la fortuna que reunió como artista bien cotizado tuvo acceso a otros tratamientos que incluso le permitieron celebrar, animado y con buen color en las mejillas, su cumpleaños 42 en compañía de 250 amigos, el 4 de noviembre de 1988.

Su muerte ocurrió cuatro meses después en el New England Deaconess Hospital de Boston, adonde sus amigos lo habían convencido de viajar para someterse a un tratamiento que, esperaban, fuera milagroso. No lo pudo recibir porque tenía neumonía y mientras trataban de controlarla se le presentó un sangrado del tracto intestinal. Al drenarlo con tubos insertados a través de la garganta, los médicos le causaron un gran dolor, por lo que el enfermo suplicó a sus amigos que no volvieran a permitir que le hicieran algo similar.

Tom Peterman, su enfermero, era el único que estaba junto a él a las 5:30 de la mañana cuando se presentaron las violentas convulsiones que anunciaban el colapso de la función cerebral. Desde horas antes, Robert ya tenía un velo en eso ojos verdes que un día de 1972 miraron por primera vez a través de la cámara polaroid prestada por una amiga, la cineasta Sandy Daley, para retratar a un modelo desnudo: David Croland.

Croland fue su primer amante hombre, tras aceptar que era homosexual y cuando aún vivía con la poeta y futura estrella de rock Patti Smith, con quien lo ligó, hasta el final de su vida, un vínculo amoroso superior a la obsesión que Robert siempre sintió por la belleza masculina.

Con el joven David, y gracias a la instantaneidad que permitía la Polaroid mucho antes de la llegada de la fotografía digital,  Mapplethorpe empezó a desplegar una práctica con la que obtuvo imágenes de una honestidad inusitada: las tomaba mientras tenía sexo. Y esta acción de su arte en ciernes además elevaba la excitación de los amantes; era un círculo virtuoso (cuando después tuvo una cámara Hasselblad evolucionó a la perfección estética en el estudio).

En tales sesiones el consumo de drogas solía estar presente. Uno de esos días iniciáticos, estimulado por el LSD, Mapplethorpe le gritó a David Croland:

—¡Soy el mal y también tú eres el mal!

—¿Cómo puedo ser yo el mal? —protestó el sensible Croland.

—Eres hermoso, y la belleza y el mal son lo mismo –replicó Robert antes de lanzarse, desnudo, a correr por la Calle 23 gritando: "Soy el mal".

Cada vez que tengo la oportunidad de hacer fotos con mis amigos leather vuelvo a mirar la intensa obra del fotógrafo gay por excelencia en busca de cachonda inspiración. Esta vez ya hubo, hace pocas semanas, una primera sesión con el master Apolo Corella y sus buenos sumisos Rocko y Louis.

Apolo necesitaba unos retratos para el libro sobre fetiches de una amiga suya, la dominatriz Becka Vathory (así escribe el apellido de la famosa Condesa Sangrienta, Erzsébet Báthory). Y con la confianza que nos tenemos recurrió a mi lente, más presta y entusiasta que perfecta. Una mañana sabatina, con cariño y gozo los cuatro cumplimos el encargo...  

Acordamos una segunda sesión que promete ser más intensa por parte de este master del fist-fucking, porque incluirá rosebutt o –en español cultivado– floreado de la coliflor. La hemos tenido que retrasar debido a esta pinche pandemia que no cede y ya se ha llevado a muchísimos creadores, tal como la del sida nos privó de un Mapplethorpe cuyo cumpleaños 74 habríamos celebrado el 4 de noviembre de 2020.

Aquí te dejo, querido lector, amable lectora, nomás la puntita de una venidera galería sadomasoquista leather con mis buenos amigos.

¡Hasta el próximo choque de chichis y braguetas, señoras y señores míos!

19 de febrero de 2019, corregida y muy engrosada.

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